martes, 21 de agosto de 2012

ZAPATOS Y SU HISTORIA

La necesidad de protejer el pie nace en el Neolítico, curiosamente cuando el hombre empieza a hacerse sedentario. Comparada con la del vestido, su aparición resulta un tanto tardía. De los frescos egipcios, así como de sus esculturas se deduce que aquella civilización ya utilizaba el calzado 3200 años antes de Cristo, aunque los reyes primero, y los faraones después, aparecen vestidos, pero descalzos, no empezando a usar sandalias, de fibra trenzada, hasta mil quinientos años antes de nuestra era. Sin embargo, las piezas más antiguas conservadas son un par de sandalias de papiro encontradas en una tumba egipcia, con una antigüedad de cuatro mil años, que custodia en la actualidad el Museo de Roma. El calzado tenía un uso militar primordialmente. Los soldados asirios iban a la guerra calzando sandalias de cuero y botas de caña que ataban a la pierna con bramante reforzado con láminas de metal. Y los persas, hace más de dos mil quinientos años, utilizaban calzado de fieltro. El pueblo persa era ya famoso por su habilidad en el arte del calzado. Pero los expertos zapateros de la Antigüedad fueron los hititas. Inventaron la bota con suela de cuero, en la que claveteaban gruesas tachuelas de hierro para facilitar el agarre y garantizar la durabilidad. Fueron también ellos quienes inventaron el tacón. De los hititas aprendieron el arte los egipcios, aunque contribuyeron a la historia del calzado inventando los mocasines, cuyas diversas evoluciones y transformaciones darían lugar, andando el tiempo, a nuestro calzado actual. En Grecia, se andaba descalzo por la casa, e incluso por la calle. Teofrasto, en su conocida obra Caracteres, del siglo III antes de Cristo, menciona a un individuo que para ahorrar, sólo utiliza sus sandalias por la tarde. Era un artículo caro. La sandalia, como en Egipto, fue en Grecia el calzado más común, aunque reservado a la gente de las capas sociales medias y altas. Homero describe a los héroes que participaron en la guerra de Troya luciendo vistosas sandalias, y Pausanias recordaba a los griegos que sólo a los dioses les está permitido calzar sandalias doradas. Era un calzado unisex. Las correas eran ligeras, dejaban el pie al descubierto, aunque las había también que se sujetaban con un broche en forma de florón alargado por medio de cordones de cuero trenzado. Las más sencillas tenían correas de abanico que pasaban entre los dedos del pie. Las suelas podían ser de distintos materiales, desde la madera o el corcho, al cuero e incluso el esparto. Algunas mujeres griegas usaron zapatillas importadas de Persia, las persikai, mientras los griegos luchaban descalzos, protegiendo sólo la espinilla -recuérdese la leyenda del talón de Aquiles-, aunque se ponían para cazar unas botas largas llamadas "limbas" que adoptaron más tarde los romanos. El calzado civil es posterior al militar, en Grecia. Evolucionó a partir de la sandalia que un zapatero hacía a medida, dibujando el pie del cliente sobre la pieza de cuero que luego cortaba y cosía. Pieza importante del calzado griego fue la crepida, con fuerte suela a la que iban sujetas las cintas de cuero que se entrecruzaban pie arriba. Tuvo tal fama que la adoptaron luego los romanos. Era un calzado rico en variedades: el embas, un botín que llegaba hasta la media pierna y se anudaba por delante; el embates, hecho en cuero o en tela, utilizado preferentemente para montar a caballo; el andromis, que se llevaba en los viajes..., y el famoso coturno de suela muy alta, zapato cerrado, que servía para ambos pies indistintamente. Se dijo que este tipo de calzado fue adoptado por la gente de la farándula por ser el más alto, y poder así ser mejor contemplados los actores por los espectadores del teatro, ya que los elevaba. Los etruscos y romanos aportaron una novedad: la llamada sandalia tirrénica; era de suela gruesa, de madera, que elevaba a quien la usaba; defendía del barro y estaba claveteada. Por lo demás, los romanos siguieron las modas griegas. Todo el mundo sabe que Roma conquistó Grecia militarmente, pero Grecia conquistó a Roma culturalmente. Pero no sólo de los griegos tomaron nota, en lo que al calzado respecta. Tras la conquista de las Galias se introdujo la gallica, pieza de calzado fabricada en cuero crudo, especie de hibrido entre sandalia y zapato. También de piel sin curtir fue un modelo, la carbatina, que estuvo vigente durante siglos en aquella civilización. Junto con los zuecos, era el tipo de calzado campesino más utilizado. Pero el calzado habitual, el mismo para hombres y mujeres, fue el calceus. Era un zapato cerrado, de piel, que se ataba por delante, y que sólo podía ser calzado por los hombres libres. De esa palabra, como el lector deduce fácilmente, descienden las voces castellanas "calzar" y "calzado". Y entre los calzados típicamente romanos estuvo la caliga, una simple suela sostenida por tiras de cuero. Era calzado mayoritariamente de uso militar. Tenía suela gruesa, y la destinada a los jinetes podía tener clavos, para espolear al animal. Era el calzado preferido por el emperador Calígula, del siglo I, de donde le vino su nombre: pequeña caliga. Como había pasado en Grecia, también en el mundo romano la sandalia fue la reina del calzado. Para ir al templo, a las ceremonias, al anfiteatro, a las termas, a los actos protocolares... era necesario calzarla. La Edad Media, en lo que a Castilla se refiere, fue rica en calzados, como correspondía a una sociedad tan diversa y abigarrada. En documentos notariales del año 978, se lee: ...zapatones aut avarcas... Es la primera documentación escrita de la palabra. Pero la realidad de aquel calzado hacía tiempo que estaba establecida en la Península. Una tal "doña Sancha de Santa Cruce" poseía, hacia el año 1000, ...duos parellos de çapatones..., es decir: dos pares de zapatos. En el Cantar de Mio Cid se valora mucho el zapato como prenda indispensable en el ajuar de un caballero. En aquel tiempo ya había "çapatos bermejos de buen cuero", y también de cordobán, o piel de cabra curtida, que enguantaban el pie de manera delicada. El zapato era una prenda de uso apreciado, tanto que había quien juraba por los suyos, por sus zapatos, juramento corriente en el siglo XII, expresado así: "iurar pa las çapatas mías", muestra de la estima e importancia que concedía el hombre medieval a este artículo de su ajuar. Eran zapatos bien hechos, que podían durar muchos años. En el Libro de Aleixandre, de fines del siglo XIII, se lee: "Sus çapatos e todos sus panyos / bien duraron siete anyos". Y Juan Ruiz, ya en el XIV, asegura que "a las mujeres conviene tener buenas y muy fuertes çapatas, por lo andariegas que son de suyo". En la Francia del siglo XIV el zapato conoció un desarrollo considerable, convirtiéndose en signo externo de poder, y en prueba de elegancia. Así, un caballero sin polainas no podía aparecer en público sin arriesgarse a hacer el ridículo. La punta de este artículo del calzado fue caprichosamente creciendo en longitud hasta llegar, ella sola, a medir treinta centímetros. Eso en las polainas de la nobleza; los plebeyos sólo podían dejarlas crecer la mitad. Esta moda, increíble en nuestro tiempo, resultaba arriesgada, ya que impedía el natural desenvolvimiento al andar. En la célebre batalla de Nicópolis, los cruzados franceses estuvieron a punto de ser derrotados precisamente por calzar aquel tipo de calzado. A finales de la Edad Media, en el siglo XV, el zapato masculino terminaba en punta cuadrada. Era la moda lanzada por el rey Carlos VIll de Francia, que pretendía así ocultar su defecto, los seis dedos que tenía en su pie derecho. A parecido ardid recurrió el valido de Felipe III, el duque de Lerma, en la España del siglo XVII, cuyos juanetes descomunales le hicieron pensar en la moda del zapato cuadrado, que la Corte, aduladora por naturaleza, siguió. El zapato femenino es mucho más reciente que el masculino. Apareció, como tal, en el siglo XV. No es que con anterioridad a esa fecha las mujeres hubieran ido descalzas, sino que no se prestó a su calzado la importancia que para sí recababa el masculino. En tiempos del emperador Carlos V, las damas castellanas empezaron a usar el escarpín, o zapatilla de señora. Esta pieza se convirtió dos siglos después en un poderoso fetiche y símbolo de seducción. Por eso, cuando en 1900 empezaron a tomar fuerza las feministas, las sufragistas partidarias del voto femenino, y otros movimientos de liberación de la mujer, el emblema que aparecía en estandartes y pasquines que reclamaban la igualdad de lo sexos mostraba precisamente una zapatilla de señora. Pero la historia del calzado está llena de exageraciones e ideas pintorescas y curiosas. Algunos chapines del siglo XVI, zapato de origen español, imitados pronto en toda Europa, podían alcanzar una altura de hasta veinte centímetros, en una época en la que todavía no se hacía distinción entre pie derecho e izquierdo, a la hora de confeccionar el calzado. Esta importantísima circunstancia no se tuvo en cuenta hasta el año 1818. Todos los zapatos se fabricaban exactamente igual. A partir de la botina, o zapato cubierto, se llegó, ya en el siglo XVIII, a la concepción del zapato de calle actual. La historia de los zapatos: La necesidad de protejer el pie nace en el Neolítico, curiosamente cuando el hombre empieza a hacerse sedentario. Comparada con la del vestido, su aparición resulta un tanto tardía. De los frescos egipcios, así como de sus esculturas se deduce que aquella civilización ya utilizaba el calzado 3200 años antes de Cristo, aunque los reyes primero, y los faraones después, aparecen vestidos, pero descalzos, no empezando a usar sandalias, de fibra trenzada, hasta mil quinientos años antes de nuestra era. Sin embargo, las piezas más antiguas conservadas son un par de sandalias de papiro encontradas en una tumba egipcia, con una antigüedad de cuatro mil años, que custodia en la actualidad el Museo de Roma. El calzado tenía un uso militar primordialmente. Los soldados asirios iban a la guerra calzando sandalias de cuero y botas de caña que ataban a la pierna con bramante reforzado con láminas de metal. Y los persas, hace más de dos mil quinientos años, utilizaban calzado de fieltro. El pueblo persa era ya famoso por su habilidad en el arte del calzado. Pero los expertos zapateros de la Antigüedad fueron los hititas. Inventaron la bota con suela de cuero, en la que claveteaban gruesas tachuelas de hierro para facilitar el agarre y garantizar la durabilidad. Fueron también ellos quienes inventaron el tacón. De los hititas aprendieron el arte los egipcios, aunque contribuyeron a la historia del calzado inventando los mocasines, cuyas diversas evoluciones y transformaciones darían lugar, andando el tiempo, a nuestro calzado actual. En Grecia, se andaba descalzo por la casa, e incluso por la calle. Teofrasto, en su conocida obra Caracteres, del siglo III antes de Cristo, menciona a un individuo que para ahorrar, sólo utiliza sus sandalias por la tarde. Era un artículo caro. La sandalia, como en Egipto, fue en Grecia el calzado más común, aunque reservado a la gente de las capas sociales medias y altas. Homero describe a los héroes que participaron en la guerra de Troya luciendo vistosas sandalias, y Pausanias recordaba a los griegos que sólo a los dioses les está permitido calzar sandalias doradas. Era un calzado unisex. Las correas eran ligeras, dejaban el pie al descubierto, aunque las había también que se sujetaban con un broche en forma de florón alargado por medio de cordones de cuero trenzado. Las más sencillas tenían correas de abanico que pasaban entre los dedos del pie. Las suelas podían ser de distintos materiales, desde la madera o el corcho, al cuero e incluso el esparto. Algunas mujeres griegas usaron zapatillas importadas de Persia, las persikai, mientras los griegos luchaban descalzos, protegiendo sólo la espinilla -recuérdese la leyenda del talón de Aquiles-, aunque se ponían para cazar unas botas largas llamadas "limbas" que adoptaron más tarde los romanos. El calzado civil es posterior al militar, en Grecia. Evolucionó a partir de la sandalia que un zapatero hacía a medida, dibujando el pie del cliente sobre la pieza de cuero que luego cortaba y cosía. Pieza importante del calzado griego fue la crepida, con fuerte suela a la que iban sujetas las cintas de cuero que se entrecruzaban pie arriba. Tuvo tal fama que la adoptaron luego los romanos. Era un calzado rico en variedades: el embas, un botín que llegaba hasta la media pierna y se anudaba por delante; el embates, hecho en cuero o en tela, utilizado preferentemente para montar a caballo; el andromis, que se llevaba en los viajes..., y el famoso coturno de suela muy alta, zapato cerrado, que servía para ambos pies indistintamente. Se dijo que este tipo de calzado fue adoptado por la gente de la farándula por ser el más alto, y poder así ser mejor contemplados los actores por los espectadores del teatro, ya que los elevaba. Los etruscos y romanos aportaron una novedad: la llamada sandalia tirrénica; era de suela gruesa, de madera, que elevaba a quien la usaba; defendía del barro y estaba claveteada. Por lo demás, los romanos siguieron las modas griegas. Todo el mundo sabe que Roma conquistó Grecia militarmente, pero Grecia conquistó a Roma culturalmente. Pero no sólo de los griegos tomaron nota, en lo que al calzado respecta. Tras la conquista de las Galias se introdujo la gallica, pieza de calzado fabricada en cuero crudo, especie de hibrido entre sandalia y zapato. También de piel sin curtir fue un modelo, la carbatina, que estuvo vigente durante siglos en aquella civilización. Junto con los zuecos, era el tipo de calzado campesino más utilizado. Pero el calzado habitual, el mismo para hombres y mujeres, fue el calceus. Era un zapato cerrado, de piel, que se ataba por delante, y que sólo podía ser calzado por los hombres libres. De esa palabra, como el lector deduce fácilmente, descienden las voces castellanas "calzar" y "calzado". Y entre los calzados típicamente romanos estuvo la caliga, una simple suela sostenida por tiras de cuero. Era calzado mayoritariamente de uso militar. Tenía suela gruesa, y la destinada a los jinetes podía tener clavos, para espolear al animal. Era el calzado preferido por el emperador Calígula, del siglo I, de donde le vino su nombre: pequeña caliga. Como había pasado en Grecia, también en el mundo romano la sandalia fue la reina del calzado. Para ir al templo, a las ceremonias, al anfiteatro, a las termas, a los actos protocolares... era necesario calzarla. La Edad Media, en lo que a Castilla se refiere, fue rica en calzados, como correspondía a una sociedad tan diversa y abigarrada. En documentos notariales del año 978, se lee: ...zapatones aut avarcas... Es la primera documentación escrita de la palabra. Pero la realidad de aquel calzado hacía tiempo que estaba establecida en la Península. Una tal "doña Sancha de Santa Cruce" poseía, hacia el año 1000, ...duos parellos de çapatones..., es decir: dos pares de zapatos. En el Cantar de Mio Cid se valora mucho el zapato como prenda indispensable en el ajuar de un caballero. En aquel tiempo ya había "çapatos bermejos de buen cuero", y también de cordobán, o piel de cabra curtida, que enguantaban el pie de manera delicada. El zapato era una prenda de uso apreciado, tanto que había quien juraba por los suyos, por sus zapatos, juramento corriente en el siglo XII, expresado así: "iurar pa las çapatas mías", muestra de la estima e importancia que concedía el hombre medieval a este artículo de su ajuar. Eran zapatos bien hechos, que podían durar muchos años. En el Libro de Aleixandre, de fines del siglo XIII, se lee: "Sus çapatos e todos sus panyos / bien duraron siete anyos". Y Juan Ruiz, ya en el XIV, asegura que "a las mujeres conviene tener buenas y muy fuertes çapatas, por lo andariegas que son de suyo". En la Francia del siglo XIV el zapato conoció un desarrollo considerable, convirtiéndose en signo externo de poder, y en prueba de elegancia. Así, un caballero sin polainas no podía aparecer en público sin arriesgarse a hacer el ridículo. La punta de este artículo del calzado fue caprichosamente creciendo en longitud hasta llegar, ella sola, a medir treinta centímetros. Eso en las polainas de la nobleza; los plebeyos sólo podían dejarlas crecer la mitad. Esta moda, increíble en nuestro tiempo, resultaba arriesgada, ya que impedía el natural desenvolvimiento al andar. En la célebre batalla de Nicópolis, los cruzados franceses estuvieron a punto de ser derrotados precisamente por calzar aquel tipo de calzado. A finales de la Edad Media, en el siglo XV, el zapato masculino terminaba en punta cuadrada. Era la moda lanzada por el rey Carlos VIll de Francia, que pretendía así ocultar su defecto, los seis dedos que tenía en su pie derecho. A parecido ardid recurrió el valido de Felipe III, el duque de Lerma, en la España del siglo XVII, cuyos juanetes descomunales le hicieron pensar en la moda del zapato cuadrado, que la Corte, aduladora por naturaleza, siguió. El zapato femenino es mucho más reciente que el masculino. Apareció, como tal, en el siglo XV. No es que con anterioridad a esa fecha las mujeres hubieran ido descalzas, sino que no se prestó a su calzado la importancia que para sí recababa el masculino. En tiempos del emperador Carlos V, las damas castellanas empezaron a usar el escarpín, o zapatilla de señora. Esta pieza se convirtió dos siglos después en un poderoso fetiche y símbolo de seducción. Por eso, cuando en 1900 empezaron a tomar fuerza las feministas, las sufragistas partidarias del voto femenino, y otros movimientos de liberación de la mujer, el emblema que aparecía en estandartes y pasquines que reclamaban la igualdad de lo sexos mostraba precisamente una zapatilla de señora. Pero la historia del calzado está llena de exageraciones e ideas pintorescas y curiosas. Algunos chapines del siglo XVI, zapato de origen español, imitados pronto en toda Europa, podían alcanzar una altura de hasta veinte centímetros, en una época en la que todavía no se hacía distinción entre pie derecho e izquierdo, a la hora de confeccionar el calzado. Esta importantísima circunstancia no se tuvo en cuenta hasta el año 1818. Todos los zapatos se fabricaban exactamente igual. A partir de la botina, o zapato cubierto, se llegó, ya en el siglo XVIII, a la concepción del zapato de calle actual.

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