sábado, 4 de agosto de 2012

CONOZCAMOS LA HISTORIA DEL CONGELADOR

Durante miles de años el hombre advirtió las propiedades del frío para la conservación de los alimentos. Se sabía que retardaba o evitaba su descomposición, y Que prolongaba por lo tanto la posibilidad de su uso. Pero se veía incapaz de hacer cosa alguna en consecuencia con aquel conocimiento. A lo máximo que se llegó en la Antigüedad fue a enterrar víveres y vitualla en pozos de nieve, en cuevas o en los llamados vasii nivarii por lo romanos, es decir: vasos de nieve que conservaban durante algún tiempo alimentos exquisitos perecederos. El primer uso documentado del hielo y de los procedimientos de congelación con fin similar al del congelador actual, se dio ya en la vieja ciudad caldea de Ur, hace cuatro mil años. Existía allí una serie de pozos de hielo para la conservación de alimentos, en un clima como el del Irak actual. De estos pueblos medio-orientales aprendieron los griegos a degustar el hielo en forma de helados, e introdujeron el uso de pozos de nieve, cuya vida prolongaban mediante el recubrimiento con gruesas capas de paja de aquellos agujeros practicados en la parte trasera de sus casas. Alejandro Magno había ordenado a sus cocineros que aprendieran y retuvieran luego las técnicas de elaboración de helados y conservación del hielo. Sin embargo, los egipcios nunca utilizaron aquel procedimiento, a pesar de que los reposteros del faraón no ignoraban las técnicas del helado, manjar y golosina muy apetecidos. Se sabe que el hielo era utilizado en la China del siglo IV: sus emperadores ya almacenaban entonces miles de bloques de hielo que luego troceaban, según las necesidades, especialmente para la elaboración de sorbetes y helados que aQuel pueblo ya degustaba -como hemos visto en su lugar-. Siglos antes, los romanos hacían acopio de hielo y nieve, que introducían en los vasos nivarios de que hablábamos arriba. Pero en ningún caso recurrió el Mundo Antiguo a procedimientos extraordinarios, para reproducir los efectos del hielo o de la nieve. Uno de los primeros experimentos en este campo parece que fue el llevado a cabo por un científico inglés del siglo XVII: Francis Bacon. Este sabio y curioso personaje intentó en cierta ocasión congelar un pollo; para llevarlo a cabo lo rellenó de nieve, que iba reemplazando conforme se iba derritiendo. No consiguió lo que se proponía, sino tan sólo coger un gran resfriado, del que murió. Más tarde, en 1755, el escocés William Cullen obtuvo algo de hielo utilizando en el proceso vapor de agua, aplicado todo su experimento a las técnicas del vacío. El proceso de congelación se aceleraba añadiendo ácido sulfúrico. Pero era un mero experimento de laboratorio cuyos resultados no encontraban aplicación práctica. Esto no sucedería hasta entrado el siglo XIX, con los hermanos Edmundo y Fernando Carré, y su máquina para refrigerar jarras. Aquel invento se patentó en 1859. Era un aparato productor de frío por absorción. Pero los avances en la industria de la congelación no deben olvidar al médico norteamericano, John Gorrie, quien en 1844 había creado una máquina frigorífica por aire, utilizando el principio de la expansión de este elemento, principio conocido ya en el siglo XVIII. Gorrie, que ejercía la Medicina en Florida, se proponía aliviar del agobiante calor a sus enfermos. Pero aquella acción humanitaria suya le costó cara, ya que cierta sociedad protestante le acusó de haber querido competir con Dios en lo de hacer hielo a su antojo. Un paso más hacia el descubrimiento del congelador lo dio en 1872 el norteamericano David Boyle, utilizando amoniaco en el proceso del frío por compresor. Su sistema fue perfeccionado por el alemán Karl von Linde y su famosa máquina enfriadora, en 1876, el mismo año que el físico suizo Raul Pictet realizaba en Londres congelaciones de pistas de patinaje sobre hielo artificial para los primeros juegos de esa naturaleza en la Historia. Ya en nuestro tiempo, tras la Primera Guerra Mundial, Clarence Birdseye, que había viajado por el norte de los Estados Unidos y la Península del Labrador, descubrió que la clave de la preservación de alimentos perecederos, como la carne o el pescado, estaba en la congelación rápida. De vuelta en Londres, hacia 1923, experimentó con carne de conejo en su cocina, y más tarde en una planta de refrigeración de Nueva Jersey. Su método era comprimir los alimentos empaquetados entre placas congeladoras, sistema que todavía se ha utilizado en fechas muy recientes, aunque hoy se utiliza la congelación por ráfagas en túneles de viento. Y los primeros alimentos congelados no tardaron en venderse, ya en 1930, en la ciudad norteamericana de Springfield. Su inventor, que moriría en 1956, parece que tenía un gran sentido del humor, pues al redactar su testamento dijo a su abogado, amigo y notario: "Espero no dejarles a todos fríos, John". Tras el éxito del sistema de congelación de Clarence Birdseye apareció el congelador doméstico, y con ello la posibilidad de conservación de alimentos a escala doméstica.

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