domingo, 27 de mayo de 2012

HISTORIA DE LA CAJA FUERTE

Hoy me ha dado por poneros otra historia de un objeto. Espero que os resulte de interés Desde los más remotos tiempos el hombre se ha visto en la necesidad de proteger sus pertenencias, poniéndolas fuera del alcance de descuideros y ladrones, así como también al amparo de desastres ocasionados por el fuego o por el agua. Esta necesidad llevó a diseñar mecanismos especialmente seguros. En el antiguo Egipto, donde durante algún tiempo no se castigó el robo por ser considerados sus practicantes unos profesionales como cualquier otros, el tesoro familiar, formado por vestidos y joyas, se guardaba en robustos cofres de madera que se enterraban en lugar seguro. En cuanto al mundo clásico, Diodoro de Sicilia, historiador griego del siglo I antes de Cristo, cuenta en su Historia, que el robo estaba tan bien organizado en la Grecia clásica que incluso tenía cada ladrón su propio jefe, a quien entregaba lo robado. Este jefezuelo se ponía en contacto con el dueño de lo sustraido a quien ofrecía la posibilidad de rescatar su posesión, de recuperar lo robado por un módico precio. Y en Esparta, en el medio social de la Grecia del siglo V antes de nuestra Era, el ladrón estaba considerado como un oficio honorable. Sólo se vilipendiaba a aquél que se dejaba sorprender por el dueño con las manos en la masa, ya que no mostraba ser digno de respeto quien en el desempeño de su labor cometía torpezas que terminaban por denunciarle. Con este estado de cosas no sorprende que urgiera proveerse de medidas de seguridad. Cuenta Homero que existía en su tiempo cofres de madera reforzada; y quienes no tenían la oportunidad de poseer una de estas primitivas cajas fuertes podían al menos recurrir a los servicios del templo, donde había una habitación junto al tesoro de los dioses reservada para custodiar los bienes de ciudadanos privados que quisieran acogerse a aquel servicio, previo pago de modestos óbolos. La caja fuerte más antigua de que hay noticia perteneció, hace dos mil setecientos años, al famoso tirano de Corinto, Cipselus. Se trataba de un arcón de cedro con incrustaciones de oro y marfil, tan valioso en sí que se lo llevaron los ladrones y no apareció jamás. En Roma, las cajas fuertes eran ya de hierro, y estaban provistas de fuertes candados. Se ubicaban a la entrada de las casas, a la vista de todos. Junto a ellas se situaba el arcarius, esclavo cuyo cometido era protegerla día y noche. A lo largo de la Edad Media cambiaron poco las cosas, hasta el Renacimiento. A finales del siglo XV se generalizó el uso de armarios fuertes, de hierro, donde prestamistas y mercaderes guardaban su capital. Pocos años después, en la España cervantina, la caja fuerte era un arca con cerraduras y cerrojos sobre las que a menudo se leían cosas tan peregrinas como ésta: "La ocasión hace al ladrón, y no el corazón". Pero la caja fuerte moderna nació en el siglo XIX, hacia el año 1844. Fue el francés Alejandro Fichet, quien en 1829 había inventado una cerradura inviolable, el que desarrollaría un sistema seguro de caja fuerte, capaz de resistir el fuego, el agua y, por supuesto: a los más avezados y hábiles ladrones. Más tarde, Napoleón III, rey muy amigo de inventos e inventores, y uno de los pocos monarcas de la Historia a los que quepa tan de lleno el calificativo de "monarca progresista", pidió al fabricante de productos refractarios, Augusto N. Bauche, que abriera un taller de cajas fuertes en la región de Reims para hacer frente a la ola de robos del año 1868. Al invento se le llamó "la coraza", tanto por él como por los ladrones, que se veían incapaces de atravesarla. Ambos inventores, Fichet y Bauche, se asociaron más tarde para afrontar el terrible invento del soplete de oxiacetileno, obra de Charles Picard, en 1907. Sólo la tecnología desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial fue capaz de posibilitar una caja fuerte inexpugnable. Así, cuando tras la explosión nuclear de Hiroshima, la caja fuerte de uno de los bancos de aquella ciudadjaponesa fue hallada a cien metros de su emplazamiento original, al ser abierta todos comprobaron que en su interior nada había sido perturbado: documentos y dinero estaban en perfecto estado de conservación. Y por supuesto: la caja no se abrió. Desde la Segunda Guerra Mundial, hasta nuestros días, el incremento de la inseguridad ha aguzado de tal manera el ingenio que las cajas fuertes de nuestro tiempo apenas se parecen a aquellos venerables ingenios que hoy merecen la sonrisa y la comprensión de los avezados ladrones del siglo XXI. Combinaciones numéricas sofisticadas; aperturas retardadas; automatismo y otra serie de sutilezas de alta tecnología hacen cada vez más dificil y profesional el antiguo oficio del ladrón, antaño respetado, y hoy..., al parecer..., aplaudido por muchos.

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