viernes, 4 de noviembre de 2011

LA VAJILLA Y SU HISTORIA

En la Antigüedad, fueron los babilonios los primeros en fabricar loza, tres mil años antes de nuestra Era; la cerámica en general, y los alfares en particular, son todavía más antiguos. Pero el concepto de vajilla, como colección de las diversas piezas que forman parte de un servicio de mesa preconcebido, aún no había nacido.

Se cuenta de Cleopatra, reina de Egipto, que tras ofrecer a Marco Antonio un suntuoso banquete de despedida, le regaló la vajilla de oro y los vasos de plata utilizados. Al parecer, de aquella cortesía procede la costumbre posterior de no comer dos veces en la misma vajilla en la que se había agasajado a un personaje principal.

En Roma, un senador fue desposeido de su rango por haber osado desplegar, en un banquete, una vajilla tan lujosa que superaba, el peso de sus piezas, los kilos de plata asignados a los de su clase. La vajilla era, de hecho, signo externo de preeminencia social.

En la China del siglo VI ya existían las valiosas vajillas de porcelana, pero la ausencia de contactos en época tan temprana hizo que no se conociera el producto en Occidente hasta siglos después.

En la España medieval, en zona musulmana, se introdujo la técnica de la fabricación de loza, ya casi olvidada, difundiéndose por el resto de la Península. Sin embargo, hacia el año 1000, documentos de la época hablan de "vajillas de madera para la Casa del Señor de Aragón", a un precio que, a pesar de la pobreza del material empleado, resultaba casi prohibitivo. En la Edad Media, pues, poseer una buena vajilla resultaba excepcional. Tan caro era que a menudo el rey prescindía de ella, lo que le sucedió en alguna ocasión a Enrique IV, que tuvo que solicitar de las Cortes de Burgos un impuesto extraordinario que se llamó "para la compra de vajilla del Rey Nuestro Señor". Sin embargo, el rey de Nápoles, coetáneamente, a finales del siglo XV, dio un banquete al de Aragón en el que la vajilla fue una de las protagonistas. Su despliegue ocupaba una pared lateral del amplísimo salón, donde se había situado un aparador con ochenta piezas de plata y otras tantas de oro: fuentes,

jarras, platos y copas. Junto a aquella riqueza había trescientos platos de loza, toda vez que la porcelana no había llegado aún a Occidente. Escudillas, tazas y jarritas para el vino. Todo el servicio, o vajilla, estaba pintado con los colores de la Corona de Aragón, sus famosas barras amarillas y rojas, y los comensales se sentaban a la mesa al son de pífanos y redobles de tambor.

En la España de Cervantes, la vajilla seguía siendo artículo de lujo. Se decía: "Más se envidia el vaso que el tasajo", refiriéndose a este hecho. Por lo general, el conjunto de platos y demás enseres relacionados con el servicio de mesa, recibía el nombre de "aparador". La palabra "vajilla", aunque se empleaba en Castilla a principios del siglo XVI, seguía teniendo cierto matiz culto. Era voz de origen valenciano, en cuya lengua vaixella, dió lugar al término.

La vajilla de porcelana no se introdujo en Europa hasta el siglo XVII, en que los ingleses tenían la exclusiva de su importación. La materia prima empleada en su elaboración sólo se encontraba entonces en China: el caolín. Esta substancia mineral, fundida con el feldespato a mil doscientos cincuenta grados daba la porcelana. Para referirse a una buena vajilla bastaba con decir que era china..., y la misma palabra sirvió durante mucho tiempo como sinónimo de vajilla de calidad.

Con el posterior hallazgo, tanto de la materia prima como de la tecnología, por parte de los europeos, la vajilla se abarató, generalizándose el uso. En efecto. Fue el barón Schnorr quien en 1698 descubrió en Sajonia el primer yacimiento de caolín de Europa. Sus coetáneos, también alemanes, von Schirnahaus y Johann Friedrich Böttger, pusieron a punto el proceso de fabricación de porcelana.

A partir del siglo XIX, y sobre todo del XX, materiales diversos han sido utilizados para su elaboración, haciendo del antaño artículo de uso suntuario, un artículo de consumo al alcance de todos

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