jueves, 16 de agosto de 2012

EL ESPEJO Y SU HISTORIA

El primer espejo utilizado por el hombre fue un disco de obsidiana, mineral laminado de procedencia volcánica, de color verde obscuro y aspecto vítreo. Bien pulido, sirvió para reflejar el rostro del hombre primitivo. Los espejos de la Antigüedad eran de metal: oro, plata, cobre, bronce y hierro. Estaban vinculados al mundo femenino, o al uso del templo. Portátiles, con mango decorado o en forma de estatuilla de mujer acariciando un gato, eran hace cuatro mil años, símbolo supremo de la coquetería femenina en Egipto. En el mundo antiguo existieron espejos mágicos, consultados por oráculos para conocer el curso de la enfermedad, y el destino. Esta creencia degeneró más tarde hacia la bola de cristal. Los fenicios introdujeron en el mundo mediterráneo el espejo de cristal, difundiéndolos desde Sidón a Cádiz. Curiosamente, aquella novedad no hizo fortuna, ya que se prefería los espejitos portátiles metálicos de superficie pulida. Griegos, etruscos y romanos utilizaron láminas de bronce ligeramente convexas. Los dramaturgos griegos llevaron el espejo a escena. Eurípides habla de Hécuba, la de los espejos de oro; y Sófocles representa a Venus mirándose desnuda en él. Demóstenes, el gran orador de la Antigüedad clásica, ensayaba sus discursos ante el espejo; y Jenofonte, en su Ciropedia, como también Platón en su Timeo, hablan del espejo. El espejo era un utensilio bien conocido de los pueblos antiguos, y la Biblia lo menciona en gran cantidad de lugares. Los hebreos situaron un enorme espejo, hecho de acero, a la entrada del templo de Salomón para que el sumo sacerdote pudiera contemplarse antes de entrar en el lugar santo. En las casas pompeyanas del siglo I, se colocaban espejos en los dormitorios para atizar el fuego de la pasión entre los amantes mientras ejercían. El espejo de bolsillo ya era conocido en la Roma clásica, como también el espejito que las damas llevaron sujeto a la cintura como pieza integrante del atuendo. A Nerón le entusiasmaban los espejos, y se hizo uno de esmeralda. La Edad Media dio de lado al espejo, aunque no fue así en los medios cortesanos. El rey de Francia, Carlos V, el Sabio, dejó a su muerte, a finales del siglo XIV, varios espejos enmarcados en oro, con guarniciones de perlas y piedras preciosas, lo que da idea de la estima en que tales útiles eran tenidos. Y el Papa Bonifacio VIII ofrecía espejos a quienes quería mostrar su estima. Pero aquellos espejos eran todavía piezas de concepción antigua. A partir del siglo XIV comenzaron a imponerse los elaborados con vidrio. En aquellos años, las cofradías de espejeros alemanes ya fabricaban espejos con gran capacidad de reflexión. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVI, en Venecia, cuando empezó a generalizarse el espejo de cristal. Se trataba de un cristal puro y uniforme, un cristal tan perfecto que encareció el producto, disparándose los precios al alza. Así, un espejo veneciano, propiedad del ministro de Luis XIV, J.B.Colbert, se tasó, en el siglo XVII, nada menos que por tres veces más dinero de lo que se pagaba por un cuadro de Rafael. A Colbert se le había contagiado su afición a los espejos de su señor, el Rey Sol. Aquel monarca absoluto poseía, según inventarios hechos durante su reinado, más de quinientos espejos de gran valor e incomparable belleza. No debía resultarle fácil contemplarse en ellos, como tampoco lo era para Isabel I de Inglaterra, que un siglo antes advertía enfadada: "Los espejos dicen siempre la verdad", y se negó a mirarse en ellos para no constatar día a día los estragos que el tiempo iba causando en su rostro. A finales del siglo XVII se encontró en Francia la forma de fabricar cristal en grandes planchas, con lo que se abarató el antes prohibitivo precio de este producto. Pero el invento definitivo tendría lugar en 1835, cuando se dio con el proceso químico del azogado o revestimiento posterior de las láminas cristalinas. La historia del espejo está tan repleta de curiosas anécdotas que no podríamos aquí traer a colación ni una pequeña parte de ellas. Entre las creencias de cierta tribu primitiva de Africa, los espejos son un peligroso enemigo del hombre, ya que son capaces de atrapar el alma de quien ose reflejarse en ellos. De hecho, en la lengua del pueblo a que nos referimos, las palabras "espejo" y "alma" se refieren a la misma cosa.

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