domingo, 26 de agosto de 2012

ASCENSOR

Sin el invento de la polea, en la Antigüedad, y ciertas aplicaciones de la energía hidráulica, en la Edad Media, no hubiera sido posible el ascensor. La idea es antigua, pero su aplicación es relativamente moderna. Parece que el primer ascensor fue construido en el palacio de Versalles para uso privado de Luis XV. El monarca habitaba aposentos del primer piso, o planta noble, y utilizaba el ascensor para visitar a sus diversas amantes instaladas en las plantas superiores, sin ser visto en escaleras y salones. Entre las queridas del rey, la primera en utilizar el ascensor fue Madame de Châteauroux, en 1743. El sistema era sencillo: una serie de contrapesos de fácil manejo. El rey estaba encantado, y decía: "No está mal Que al cielo suba uno en tan ligero vuelo", refiriéndose a sus visitas nocturnas a los aposentos de sus damas, porque subía al cielo como los ángeles para encontrarse en los brazos de sus amantes. Pero el ascensor de Luis XV no era mecánico. El primero que hubo de esta índole tardó en construirse. Lo fue en 1829, en Londres. Tenía capacidad para diez personas, y se trataba más de una atracción de feria que de un asunto serio. Se instaló en el Coliseum londinense, en el famoso Regent's Park; allí, un vocero anunciaba sus excelencias, y cómo desde lo alto podría contemplarse el panorama de la ciudad. No era un ascensor convencional, sino un reclamo turístico más. El primer uso público del ascensor como tal tuvo lugar en Nueva York, un día veintitres de marzo de 1857. Lo construyó Elias Otis, su inventor, para unas grandes almacenes de cinco plantas. El ascensor de Otis, como se dió en llamarlo, tenía una particularidad importante: estaba equipado con dispositivo de seguridad que frenaba la cabina en caso de caida fortuita. Bajo el lema "Señores: seguridad absoluta", el señor Otis hacía demostraciones de su sistema de frenado automático. Montaba la gente en la cabina y cuando se encontraban por el tercer piso la dejaba caer para comprobar lo eficaz de su dispositivo. Entre gritos de histeria, ataques de nervios y toda la gama de expresividad humana para expresar el terror, se podía escuchar la carcajada bondadosa y conciliadora de Mister Otis, su lema: "Señores, seguridad absoluta...", cuando lo presentaba en el Crystal Palace de la Exposición Universal de Nueva York, en 1853, ante la acogida entre temerosa y valiente de quienes se atrevían a viajar en el novedoso artilugio. La presentación en sociedad del ascensor fue, pues, bastante teatral. Su inventor montaba en él y se dejaba caer desde una altura considerable, ordenando que cortaran el cable, con asombro y pasmo de la multitud incrédula que pensaba que aquel hombre estaba loco o era un suicida. Todos esperaban que sucediera una catástrofe, pero el dispositivo de seguridad funcionaba a su debido tiempo, y Mister Otis llegaba al suelo sin novedad, ante aplausos admirativos de todos. Otis agitaba triunfalmente su gran sombrero de copa y saludaba con aspavientos circenses, para volver a empezar. Se trataba del triunfo de finitivo del ascensor y del montacargas, que también él había inventado e instalado en fábricas de camas americanas. Tras los experimentos y logros de Elias Otis, otras mejoras fueron haciendo del ascensor un objeto de uso común. En 1889 el francés Leon Edoux instaló en la Torre Eiffel de París un gran ascensor con capacidad para recorrer ciento sesenta metros de carrera ascendente. El mismo Edoux había instalado antes, en 1887, dos ascensores de pistones hidráulicos de veintiún metros de altura en la Exposición de París. Y aquel mismo año, una firma alemana, Siemens, construyó el primer ascensor eléctrico que era capaz de viajar a una velocidad de dos metros por segundo. Contrastaban estos adelantos prodigiosos, según criterio de la época, con los lentos armatostes que otro francés, Velayer, armaba por los años de 1830, los ascensores por contrapesas, como los que utilizara Luis XV. Sin el sistema empleado por Elias Otis no hubiera sido posible construir edificios de más de cinco pisos, máximo permitido en la época. Así, gracias a él. en 1907 se construyó el rascacielos Singer, en Nueva York, de más de cuarenta pisos, y en 1932 se emprendió la instalación de ascensores rápidos en el representativo edificio neoyorquino del Empire State. Sin embargo, el pobre señor Otis murió en la miseria, y olvidado, en un lugar triste y mísero de Manhattan, área urbana que de no haber sido por su invención no hubiera podido crecer hacia arriba, como lo hizo, convirtiéndose en una ciudad vertical. Cierta cancioncilla neoyorquina, un tanto irreverente hacia su figura, dice así: Mister Otis went to heavens, mister Otis went to hell, in an elevator's cabin seems to all that he did this. Lo que traducido al castellano, sería: "El señor Otis se fue al cielo; el señor Otis, fue al infierno; a todos parece que él hizo esto viajando en la cabina de un ascensor".

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