jueves, 9 de agosto de 2012
PLANTILLAS
A nadie sorprende que el inventor del callicida fuera un zapatero, el norteamericano William Scholl. Desde su adolescencia, eljoven Scholl había sentido una gran atracción hacia el mundo de los pies, e inventaba parches para aliviar juanetes, y sistemas caseros para solucionar los problemas de callos y durezas. Como era hijo de familiamuy numerosa -sus padres tuvieron trece hijos- el joven Guillermo se tomó en serio un trabajo: el de remendar los zapatos de toda la familia. Y tanta habilidad mostró en ello, que buscaban sus servicios todos los convecinos, llegando a perfeccionar el oficio.
Como zapatero de cierta reputación, se trasladó a Chicago, donde vió tal número de problemas de pies que decidió hacer algo al respecto. Ojos de gallo, ojos de pollo, callos, pies planos, juanetes y adrianes, todo lo achacaba Scholl al calzado inadecuado, y a una escasa atención a esa parte del cuerpo por la medicina tradicional.
En Chicago, Scholl vendía zapatos durante el día, y por las noches asistía a la escuela de Medicina. En 1904 recibió su título médico, y patentó sus primeras plantillas para el arco del pie. Tan grande fue su aceptación que pronto se convirtió en una industria. En 1915 publicó un libro pionero en su especialidad, El pie humano: su anatomía, deformidades y tratamiento, y un año más tarde lanzó al mercado su obrita Diccionario del pie. Su campaña publicitaria tuvo éxito, y logró introducir en la mente de todos la necesidad de cuidar tan importante pieza del cuerpo. Pero no estuvo al margen de ciertos problemas: como en sus anuncios mostraba un pie desnudo, algunas sociedades de buenas costumbres pusieron el grito en el cielo, ya que se consideraba indecente mostrar en su desnudez parte tan particular del cuerpo.
En 1916, Scholl patrocinó un singular concurso: El pie de la Cenicienta. Se premiaba al par de pies femeninos más perfectos y mejor cuidados de Norteamérica, lo que atrajo a gran número de mujeres deseosas de poseer tan raro título. Los pies ganadores eran luego mostrados, y su contorno se publicaba en la prensa del país, invitando a todas las mujeres a comparar sus propias medidas con la de los pies ganadores. En caso de no salir airosas en la prueba, los pies aspirantes a la perfección deberían utilizar las famosas plantillas del doctor Scholl, que se vendían en todas las zapaterías, farmacias y grandes almacenes de Norteamérica en pequeños paquetes amarillos y azules. Cuando William Scholl murió, en 1968, sus últimas palabras parece que fueron: "Muchos se jactan de no olvidar una cara en toda su vida; yo les aseguro que no olvido un par de pies nunca, tras haberlos visto una sola vez".
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