martes, 3 de julio de 2012

LA HISTORIA DEL SUPERMERCADO

Los hábitos de compra han variado mucho a lo largo de la Historia. al parecer, fue en Grecia, hace dos mil quinientos años, donde primero se regularon las normas en todo lo relacionado a pesas y medidas, a precios y productos. Pericles, el gran estadista griego del siglo V antes de Cristo, dotó a la ciudad de Atenas de un enorme mercado del trigo donde, además, ubicó pequeñas tiendas de todo tipo, de modo que era posible adquirirlo todo en un mismo sitio. Era un mercado fijo, que reemplazaba la vieja costumbre de los mercados moviles, de días señalados. Pericles creó un lugar de encuentro donde artesanos, campesinos, pastores, carniceros, queseros, meleros, etc., pudieran vender sus productos. La compra la hacían los hombres, ya que las mujeres tenían prohibido el acceso al recinto. En Roma, el mercado estaba ubicado en el foro. A él acudían campesinos, ganaderos, artesanos de todos los oficios, cambistas, cómicos, políticos y demás desocupados. El mercado cobraba un carácter abigarrado y festivo al que se acudía por distracción, a la vez que se realizaba allí las compras, los cambios, las ventas, y se especulaba en bolsa de valores o se cambiaba la moneda. Era el lugar más vivo de la ciudad, teatro y mentidero. Nadie que quisiera estar informado de cualquier asunto, podía dejar de frecuentarlo día tras día. En la Edad Media se empezaron a construir enormes instalaciones mercantiles, generalmente grandes superficies techadas, con tejados sostenidos por un bosque de columnas, pilares y muros de manpostería. Eran lugares obscuros, bajos y malsanos, donde en más de una ocasión se iniciaron las epidemias o las revueltas. No era un mercado permanente. Los productos se vendían por separado. Una vez a la semana se podía comprar los productos perecederos: huevos, pescado, frutas, hortalizas, manteca, leche y queso. Había otro mercado para las mercancías manufacturadas y artesanales; otro, dedicado al ganado, y un mercado exclusivo para la venta de especias. No se celebraban a diario debido a las distancias que los distintos comerciantes tenían que recorrer para ofrecer sus productos. A menudo la venta, muy escasa, no hacía rentables los desplazamientos. Además, los caminos estaban continuamente amenazados por bandas de ladrones, eran peligrosos e impracticables. Dificultades a las que se unía la necesidad de controlar la oferta, ya que de lo contrario se hundían los precios. A finales del siglo XVIII, y durante las primeras décadas del XIX, se experimentó una revolución en el mundo del comercio. En 1879 surgió en los Estados Unidos el primer supermercado moderno, o grandes almacenes populares donde los precios eran siempre más bajos que en las tiendas tradicionales, o boticas. El sistema de la lucha de precios para hacerse con el mercado, llegó a Europa en 1900, con escasa acogida. Pero los resultados del nuevo sistema: vender mucho de todo, con algunos artículos a precio de coste, fueron sorprendentes. Se llegó a las ventas millonarias, por lo que en la cantidad vendida, y no en precio unitario de los artículos, estaba el beneficio. Michel Cullen, genio de las ventas, e inventor del carrito de compra para supermercados, exclamaba: "Nunca se ha vendido tanto a tantas personas en tan poco tiempo. Tráiganme agua, que aquí lograré venderla. Todo depende del precio". Como observó que la gente no compraba sino aquello que podía llevarse, acondicionó unas sillas plegables que tenía, les puso ruedas y sobre ellas instaló una cesta: así fue como se dispararon las compras. A mediados de la década de los 1930, el supermercado empezaba a ser tomado en serio, y temido por los vendedores tradicionales, que le hicieron un feroz bloqueo, y una furibunda campaña de prensa en contra. De nada sirvió. El supermercado se abría camino como una apisonadora. Un antiguo vendedor de la cadena Gruger Grocery fue todavía más lejos, en 1932: inventó las supertiendas-monstruo. Las situó donde nadie se hubiera imaginado: lejos de los barrios ricos, en plenos barrios populares. Su técnica fue: "Venderé un bote de leche por lo que me cueste, si me gano dos centavos en el bote de guisantes". Tal fue la reducción de precios que nadie sino él lograba vender; y en un periodo de diez años hizo una caja de seis millones de dólares. Su éxito fue total, y cuando le preguntaron por el secreto, dijo: "Nada que no pueda hacer Vd.: reunir un montón de lo que sea, y venderlo como sea". La idea había triunfado. La tienda moría para dar paso al supermercado

No hay comentarios:

Publicar un comentario