sábado, 28 de julio de 2012

ALFILER

El alfiler es, a juzgar por los hallazgos arqueológicos, uno de los primeros inventos. El hombre primitivo los utilizaba haciéndolos con espinas de pescado, o astillas de madera, hace diez mil años. Y en tiempos históricos, hace cuatro mil años, los sumerios ya los fabricaban. Se trataba de alfileres rectos, tanto de hueso como de hierro. Existe documentación en textos de la época al respecto de las agujas con ojo, para coser, y de los alfileres con cabeza. Conocieron este práctico y diminuto artilugio todas las civilizaciones del mundo antiguo, babilonios, asirios, persas, indios y chinos.También el pueblo egipcio. Se trataba de alfileres muy sencillos, a modo de espigas puntiagudas rematadas por una cabeza formada por el retorcimiento de la varilla metálica de que estaban hechos; se empleó en su elaboración el bronce y luego el hierro, como muestra la gran cantidad de alfileres de aquellos lejanos tiempos encontrados en excavaciones arqueológicas alrededor del mundo. En la Grecia clásica, y luego en Roma, el alfiler alcanzó su punto máximo de popularidad, siendo entonces cuando se generalizó su uso. Hombres y mujeres sujetaban sus túnicas a la altura del hombro con un alfiler o fíbula, ésta última más parecida al imperdible. Tuvo entonces que ver con la moda del peinado, sobre todo cuando se implantó en Roma la costumbre, en lo que al hombre se refería, de dividir el cabello de la cabeza en dos mitades, quedando una raya enmedio: un lazo prendido en el alfiler separaba ambos hemisferios del peinado. El alfiler llegó a conocer tal cantidad de usos que el nombre que se les daba estaba de acuerdo con el destino para el que habían sido concebidos. Esta diversidad de usos hizo que el alfiler pudiera emplearse andando el tiempo también como elemento ornamental, lo que dio lugar a refinadas joyas. Hubo alfileres de marfil o bronce en forma de estiletes largos, de hasta quince centímetros, con los que las damas se tocaban el cabello o adornaban sus vestidos. Su finalidad era primordialmente decorativa, pero no dejaba de tener, el alfiler, un uso funcional. Junto a los cinturones, los alfileres cubrían la necesidad de sujetar las prendas del vestido, y en ese cometido eran frecuentes y abundantes en el ajuar doméstico. Los artistas orfebres encontraron en esta pieza un motivo en el que plasmar su arte. Los fenicios elaboraban grandes alfileres de oro que remataban con la imagen de una diosa alada. También los egipcios hicieron del alfiler objeto de joya artística, de lujo y de deseo, encontrándose entre las piezas valiosas que a menudo acompañaban los ajuares funerarios gran cantidad de alfileres de oro, de marfil y de plata. Claro que el alfiler también conoció usos bastardos. Los poetas latinos insinúan que algunos alfileres griegos y romanos disponían de una pequeñísima cavidad en cuyo interior se alojaba un poderoso veneno. Cleopatra disponía de numerosos ejemplares de este tipo. Algunas damas romanas hicieron usos crueles del alfiler. Por los escritores latinos sabemos que castigaban con ellos con frecuencia a sus esclavos a la menor falta cometida por éstos. Y se cuenta de la mujer del emperador Marco Aurelio, Flavia, que con un alfiler acribilló la lengua del gran orador Marco Tulio Cicerón cuando, ya decapitado, tuvo ella su cabeza sobre sus rodillas. No fue menos cruel, según cuenta Lucio Apuleyo, la cruel venganza de cierta dama romana que vengó la muerte de su esposo atravesando con sendos alfileres los ojos de su asesino. Algún escritor misógino llegó a decir que en manos de la mujer el alfiler adquiere poderes especiales. Pero también sirvieron para alojar en su interior esencias y perfumes. En la Edad Media los contratos matrimoniales de la nobleza estipulaban la cantidad de la asignación económica del marido a la mujer para que ésta adquiriera alfileres. Así se llamaba a aquella cláusula económica: "dinero de alfileres". Los alfileres solían ser pieza capital en el ajuar de las desposadas. A menudo funcionaban como una inversión especulativa. En 1347 una princesa francesa, según inventario hecho a sus bienes, poseía más de doce mil alfileres. Se trataba de una fortuna, ya que a lo largo de aquellos siglos el producto escaseaba, y alcanzaban los alfileres un alto precio en el mercado suntuario. Funcionó a la sazón un impuesto especial sobre ellos, impuesto cuya recaudación se destinaba al servicio de la casa del señor feudal. A finales de la Edad Media, gobiernos como el inglés ordenaron que para evitar el acaparamiento de alfileres con fines especulativos los fabricantes debían ponerlos a la venta en días muy bien determinados por la autoridad. En esos días, las mujeres de todas las clases sociales se lanzaban a la compra de los alfileres con el dinero que para aquel fin habían ahorrado. Luego los revendían y materializaban así sus ganancias y plusvalías. Tanto era así que todavía en el siglo XVI los alfileres eran objeto de especulación, a pesar de que en el siglo XIV ya se había inventado el sistema de estirado de alambre que abarataba su producción. En 1626, el inglés John Tilsby instaló en la ciudad de Gloucestershire una fábrica de alfileres en cantidades industriales. Se trataba de alfileres de una sola pieza, con cabeza incorporada. Casi dos siglos después, en 1824 se patentó, también en Inglaterra, la máquina automática de fabricación de alfileres que diez años antes había patentado el norteamericano Seth Hunt. El alfiler fue antaño una especie de valor especulativo... ¡Quién lo diría en nuestro tiempo... !

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