sábado, 4 de febrero de 2012

TÉ Y CAFÉ

Con varios días de retraso, os pongo el minimaratón de post del blog.

En una conferencia dada por el conocido matrimonio de historiadores, Will y Ariel Durant, escuché decir que la civilización comenzó cuando el hombre dejó de beber sólo agua. Una salida de tono muy americana, para abrir boca conversacional, claro, y animar a la polémica. Pero que tenía fundamento, y estaba muy bien hilvanada.

Todos sabemos que la bebida más antigua de la Humanidad son los zumos de fruta, y entre ellos, el vino. Pero no vamos a hablar de ellos aquí, sino del té y del café. De estos dos brebajes, el más antiguo es el primero.

Una leyenda china afirma que el té fue introducido en las costumbres de aquel pueblo por el emperador Shem-Yung hace alrededor de 4750 años. Al parecer el soberano había ordenado a sus súbditos beber agua hervida -seguramente para evitar enfermedades contagiosas-. Mientras se hervía el agua cayeron dentro del perol algunas hojas de té, arbusto oriundo como es sabido de aquellas latitudes. Al emperador le agradaría el sabor que las hojas dejaban en el agua, y así surgió la bebida.

Sin embargo, las noticias históricas del producto no se remontan más allá del siglo IV antes de nuestra Era. Hacia el año 350 antes de Cristo el té era ya una bebida extendida en China, tanto que llegó a ser considerada como la bebida nacional por excelencia en época temprana.

En documentos del año 780 ya se describe su proceso de elaboración, en la siguiente receta: ...se hace un a modo de casquete de hojas que previamente habrán de ser sometidas al vapor, y trituradas; la pasta resultante se moldea en forma de pastelillo y se sumerge en agua salada hirviendo.

La infusión resultante se bebía con fruición. Y no sólo se bebía, sino que llegó a utilizarse como moneda de cambio, según muestra cierta documentación procedente de los tiempos de la dinastía Ming, entre los siglos XIV y XVII, según la cual se hacía transacciones comerciales con las hojas de té: un buen caballo estaba tasado en sesenta y ocho kilogramos de hojas de té.

Al Japón, el té llegó en el siglo VI, más o menos al mismo tiempo que a la India. Con el té se especulaba en Oriente, de modo que un conocido naturalista alemán, Andreas Cleyer, lo introdujo en el siglo XVII en la isla de Java, con gran peligro de su vida. Y en Europa se menciona por primera vez hacia el año 1559, con el nombre de Chay-Catay, o té de la China. De él habla un viajero veneciano, Juan Bautista Ramusio en su libro de memorias Navigationi e Viaggi. Sin embargo parece que fue traido a Occidente por jesuitas españoles. Y tanto fue el gusto que por la nueva bebida se tuvo que algunos, como el médico holandés Bontekoe, del siglo XVII, aseguraban que para estar sano era conveniente tomar más de doscientas tazas de té al día.

Fue en Inglaterra donde el té halló máximo arraigo. En 1657 se anunciaba como la más excelente bebida de la lejana China, recomendada por todos los médicos del Reino Unido. Por aquella época ya se vendía en más de dos mil establecimientos londinenses, junto con el café. Sin embargo, la costumbre típicamente inglesa del "té de las cinco" tardó en surgir: se le ocurrió a cierta dama de la sociedad londinense, la esposa del séptimo duque de Bedford. Fue ella quien estableció aquella costumbre, todavía inamovible. Fue también en Inglaterra donde se fundó el primer monopolio de este producto: la Compañía de las Indias Orientales, que mantendría su poderío hasta mediados del pasado siglo. Fue precisamente a esta compañía a la que debe imputarse la lucha por la independencia en los Estados Unidos de Norteamérica cuando este país era colonia inglesa. La secesión de la colonia americana, de la metrópoli, lleva el nombre de Tea Act, o Acta del Té, del año 1773.

En Holanda surgió la costumbre de añadir leche al té, y luego azúcar, e incluso azafrán y hojas de melocotonero, para aromatizarlo y hacerlo así más apetecible.

En cuanto al café, parece que fue descubierto por casualidad hacia el año 850, en Etiopía. El autor del hallazgo fue, según esta leyenda, un pastor musulmán llamado Kaldi cuyas cabras no lograban conciliar el sueño, mostrándose siempre muy activas y nerviosas. Quiso el pastor averiguar la razón, y observó que mordisqueaban durante el día los frutos del cafeto, árbol rubiáceo autóctono de aquel país. Cierto santón o morabito que había escuchado el relato del cabrero, como tenía problemas para mantenerse despierto tanto tiempo como él quisiera para dedicar a sus rezos y mortificaciones, utilizó el café en infusión, comprobando así las virtudes tónicas y excitantes del café, palabra de origen árabe, qáhwa, término que el libro sagrado del Corán asigna a los estimulantes líquidos en general.

Leyendas aparte, el café se bebía en Siria y Turquía en el año 1420. En Europa no hubo noticia del café hasta finales del siglo XVI, 1591, año en el que un botánico italiano describió la planta que él decía haber visto crecer en un jardín privado de la ciudad del Cairo. Y a Europa fue traida por los venecianos en 1615, si bien es cierto que el viajero español Pedro Teixeira, de vuelta de un viaje que hizo a Turquía, habla del café en 1610 en estos términos: "...una bebida que llaman allá el kaoah, de simiente hendida, tostada y negra como la pez...". En Europa hubo sus más y sus menos al respecto de la conveniencia de beber tan novedoso brebaje. Algunos incluso aseguraban que tal vez no fuera lícito adoptar por bebida algo propio de los paises infieles; sin embargo, el papa Clemente VIII disipó aquella duda bebiendo él mismo, ante su Curia de cardenales y ante quienes quisieran verlo, una buena taza de café, mientras decía socarrón: "No siempre todo lo de los infieles es

cosa mala, hijos carísimos...".

Parece que la primera cafetería estuvo en Londres, donde se abrió hacia el año 1650. Pero los primeros en hacer negocio con el café fueron dos hermanos armenios residentes en París, que abrieron sendas cafeterías en las calles Saint Germain y De Bussy. No contentos con su clientela habitual, y ante la acogida y favor dispensado a la bebida del momento, estos hermanos fletaron una tropa de vendedores ambulantes que llevaban el líquido por toda la ciudad, al grito de "Prueben la bebida de moda". Y tanto gustó que en 1693 ya había en la ciudad de París más de trescientas cafeterías, y otras muchas en Marsella, donde al parecer se inventó el carajillo, es decir: añadir ron al café. Aquellos carajillos, o cafés fuertes, eran cada vez más ron que café, como cabía esperar de la marinería, clientela habitual de los bares del viejo puerto mediterráneo. De Marsella, el café y el carajillo viajaron a todo el mundo.

En las primeras décadas del siglo XVIII el café se vendía también en las farmacias. Lo había puesto de moda el embajador turco ante la Corte de Luis XIV. No agradó el aspecto obscuro de brebaje extraño, que tenía. Pero la novedad era la novedad, y un ejército de snobs siempre atentos a lo insólito, a lo nuevo por lo nuevo, a lo extravagante y especial, adoptó el café en fiestas públicas y banquetes privados. Se convirtió en bebida de cierto tono y prestigio social, y el pueblo -allá va la soga donde va el caldero- se apuntó a la nueva moda.

Con el invento de la cafetera a finales del siglo XVIII por el enigmático conde de Rumford, devoto de Baco antes de consagrarse al apostolado del café, esta bebida cobró un gran auge. Otra cafetera sería inventada más tarde, a principios del siglo XVIll por el farmacéutico de Rouen F. A. Descroisilles; era el año 1802, y denominó a su invento con el nombre de cafeolette. Su invento constaba de dos recipientes superpuestos, separados por un filtro. Años después el químico también francés, A. Cadet, hizo cafeteras de porcelana. Los médicos estaban en contra de su consumo, como de costumbre, enfrentados a la opinión general. Parece ser que parte del triunfo del café está en la oposición que le hicieron los médicos del siglo ilustrado. Tanto que cuando a Federico de Prusia le quiso privar su médico de cabecera del café, éste le contestó condescendientemente: "Ya bebo menos, doctor. Ahora sólo seis tazas por la mañana, y una jarra entera a la hora de la comida...".

Como todo, el café evolucionó. El instantáneo nació en 1937, al mismo tiempo que se lograba desbravar también el té. En 1905 Ludwig Roselius había inventado un procedimiento mediante el cual era posible descafeinarlo. Invento de gran trascendencia, en el mundo del café, fue el express, en 1946, fecha en que el italiano Gaggia creó la máquina que lleva su nombre; pero el café express en sí existía desde finales del siglo pasado; lo que Gaggia hizo fue posibilitar su difusión mediante la máquina por él creada.

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