El primer modelo de máquina de escribir del que se tiene noticia data del año 1714. Su inventor, el inglés Henry Hill, obtuvo por ello de la reina Ana de Inglaterra una patente acompañada de las siguientes palabras elogiosas de la soberana: "En su humildad el señor Hill nos ha comunicado el invento de una máquina para imprimir letras, solas o unas junto a otras, mediante la cual máquina se puede trasladar al papel un escrito de forma tan pulcra que no se distingue de la imprenta".
¿Cómo era la máquina de Hill...? No podemos saberlo; aquel artilugio no ha llegado hasta nosotros. No queda de él ni siquiera un dibujo. Al parecer, no llegó a construirse nunca, habiéndose quedado en un simple proyecto o diseño sobre el papel. En parte se debió, este descuido, a que la máquina de escribir no era sentida como una necesidad por nadie, al menos a lo largo de todo aquel siglo XVIII. Ni siquiera en el XIX se pensaba en ella como substituto de la pluma. Se debía a la pericia y profesionalidad de los amanuenses, capaces de escribir con una hermosa y legible letra, y con rapidez casi taquigráfica. Así, Napoleón se mostraba decidido admirador de la habilidad de sus secretarios de cartas y escritos, y alababa a sus escribanos particulares, los señores Bourrienne y Meneval, de quienes decía que eran "máquinas de escribir". A menudo los sometía a pruebas de rapidez, y los retaba a que escribieran tan rápido como él era capaz de dictar. Jamás consiguió ganarles.
La máquina de escribir, tal como la conocemos hoy, data de 1829. Aquel año consiguió su patente el norteamericano William Austin Burt. Poco después, el francés Javier Projean creaba, en Marsella, un artilugio del que él mismo decía: "Escribe casi tan rápido como una persona lo haría con su pluma". Lo llamó machine criptographique. Pero fue Cristóbal N. Sholes, y su ayudante Carlos Glidden quienes idearon un modelo de máquina de escribir aceptable y convincente. Se le ocurrió a Glidden por casualidad, ya que lo que al principio buscaban era simplemente un modo mecánico de numerar las páginas de libros, una paginadora. Glidden pensó que por qué no escribir también letras. Así nació el primer modelo, cuya patente sería vendida por doce mil dólares. Se trataba de un armatoste de madera, que sólo tenía letras mayúsculas. Sin embargo, el artefacto no llamó la atención en 1876, cuando fue presentado por sus creadores a la Exposición del Primer Centenario de la Independencia de los Estados Unidos; seguramente porque tenía al lado otro invento notable que se exponíajunto al de la máquina de escribir: el teléfono de Graham Bell. Pero volvamos a nuestra historia. El comprador de la patente de Sholes y Gliden fueron dos negociantes, James Dasensmore y George W. Newton Yost. Con la patente en el bolsillo se pusieron en contacto con un fabricante de armas de fuego, la Remington Fire Arms Company, que a la sazón también se ocupaba de las máquinas de coser. En 1873 se firmó un contrato de fabricación con la Remington, quien fabricaría máquinas de escribir, pero no para venderlas, sino para alquilarlas. Se hicieron de algunos centenares de unidades y cuando creó la necesidad de su producto comenzó su pingüe negocio. Creó más de trescientos modelos diferentes. Era ya una máquina de escribir muy parecida a la nuestra, en lo que respecta al teclado; lo único que ha variado entre aquellos modelos y los de nuestra época ha sido la disposición de las letras. Para evitar atascos se había diseminado de forma ilógica el alfabeto, como distanciar demasiado en el teclado las letras que suelen ir juntas más a menudo en la escritura. Sholes, como hemos dicho, se desentendió comercialmente de su invento, pero siendo hombre bienintencionado, y deseoso de facilitar las cosas a los demás, se sentía contento por haber sido de gran utilidad para los hombres de su tiempo, escribiendo en una de sus últimas cartas lo siguiente, alusivo a su invento: "...es sin duda una bendición para la Humanidad, y en especial para las mujeres. Me alegro de haber tenido parte en ella. Hice algo mejor de lo que pensaba, y el mundo se beneficia".
Una innovación importante fue la máquina de escribir portátil, de 1889, llamada por su inventor la Blick, por la abreviatura de su nombre, C. C. Blickensderfer, quien la transportaba dentro de una maleta. Pero el invento revolucionario en el mundo de las máquinas de escribir fue la aplicación de la electricidad. La primera máquina de escribir eléctrica data de 1901. La ideó y creó el médico norteamericano Th. Cahill, cuya sociedad, formada para su fabricación y comercialización, quebró después de haber fabricado tan sólo cuarenta unidades. Pero fracasó el proyecto, no la idea. En 1933 la retomó y mejoró R. G. Thomson, fabricando su famosa Electromatic, comercializada por IBM, firma que en 1965 lanzaría la primera máquina de escribir electrónica con memoria y banda magnética, la hoy pieza de museo 72BM. A estas innovaciones siguieron otras, como la implantación de la margarita, por las firmas italianas y japonesas Olivetti y Casio, en 1978, máquinas que contaban con una memoria viva. Y en 1984 la casa japonesa Matsushita irrumpió en el mercado con una novedad revolucionaria: la máquina sin teclado, sustituido éste por una hoja táctil; en este artilugio quien escribe lo hace a mano sobre una pantalla.
El advenimiento posterior, y triunfo subsiguiente del ordenador, de los cotidianos PC, han hecho de la máquina de escribir una venerable anciana. Aunque hay quien se niega a darles de lado, y se aferra a ellas. Pero son actitudes románticas, y fidelidades exageradas al pasado
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