martes, 7 de febrero de 2012

DENTADURA POSTIZA

Seguramente muchos de vosotros, conozcáis la dentadura postiza o bien pro vuestros abuelos o conocidos o por que no, vosotros mismos pero sabéis de dónde viene? Hoy su historia en cuadernodeldavid


Hace dos mil setecientos años, el pueblo etrusco, que habitó Italia poco antes de que Roma iniciara su andadura histórica, confeccionaba prótesis dentales con puentes de oro. Conocían, los etruscos, las técnicas del transplante dentario, y confeccionaban sin problemas dentaduras postizas utilizando como materia prima dientes de animales e incluso humanos que tallaban a la medida de las necesidades del cliente. Duraban poco, pero el método no varió prácticamente hasta finales del siglo pasado.

En la Edad Media, los dentistas no creyeron en la posibilidad de la dentadura postiza, que apenas practicaron. Con ello, la ciencia odontológica retrocedió milenios. Isabel I de Inglaterra, a finales del siglo XVI, disimulaba la oquedad en la que la ausencia de dientes dejaba su boca, rellenándola con tiras de tela que colocaba sobre las encías, a fin de amoldar la boca evitando que se hundieran los labios ante la ausencia de dientes que los sujetaran. Aquella sorprendente solución sólo conseguía dar a su rostro un aspecto congestionado, y a su sonrisa un matiz enigmático, a la vez que relegaba a la soberana al silencio y a la extrema parquedad en sus palabras.

A finales del siglo XVII la dentadura postiza era todavía una rareza, un artículo de lujo que sólo quien tuviera grandes riquezas podía permitirse. El dentista medía la curva de la boca con un compás. Los dientes de arriba se sujetaban lateralmente a sus dientes vecinos mediante ataduras de seda, ya que era imposible mantenerlos en su sitio; las piezas inferiores eran talladas a mano. Para su obtención, se utilizaba dientes humanos vivos, piezas que vendían los pobres quienes faltos de recursos recurrían a aquel tesoro propio. Aquellos dientes eran engastados en encías artificiales hechas de marfil.

Aquellas dentaduras no eran para comer con ellas, sino para evitar la oquedad con la que la ausencia de dientes afeaba los rostros. Por eso, antes de sentarse a la mesa se procedía a quitarse, quien la tuviera, su dentadura postiza, que guardaba en un rico estuche. Aquella situación paradójica terminó cuando el dentista Fauchard, a finales del siglo XVII y principios del XVIII llevó a cabo sus sorprendentes experimentos. El dentista parisino, conmovido por los padecimientos que las damas de la Corte estaban dispuestas a soportar con tal de lucir dientes, ideó un sistema de fijación de las piezas dentarias superiores mediante muelles de acero que conectaban los dientes de arriba con los de abajo. Aunque resultaba difícil mantener la boca cerrada, ya que los muelles tendían a lo contrario..., cosa a la que Fouchard concedió poca importancia, ya que pensaba que tratándose de mujeres, éstas tendrían casi siempre la boca abierta... para hablar.

En el siglo XVIII estuvieron de moda los transplantes de dientes: los del donante eran arrancados y colocados a presión en las cavidades del receptor, pero con tal impericia que se impuso volver a la dentadura postiza. Entre los problemas que planteaba el postizo, uno de los más serios era el deterioro y degradación de los dientes artificiales por la acción de la saliva. G.Washington, el primer presidente norteamericano, que usaba dentadura postiza, tuvo problemas de esa naturaleza, como puede percibirse todavía en su retrato, que aparece en los billetes de un dólar, con su expresión forzada. El personaje en cuestión no soportaba el mal olor de los dientes de marfil, por lo que los sumergía en oporto durante la noche. Este problema de olores y sabores extraños en las piezas dentarias artificiales desapareció a finales del siglo XVIII con el invento de un dentista francés: la dentadura de porcelana de una sola pieza. El científico y explorador norteamericano, Eduardo Cope,

utilizó una de estas dentaduras en sus investigaciones paleontológicas en Africa, y cuando fue apresado por una tribu indígena hostil, logró salvar su vida asustándoles, cosa que consiguió sacando de su boca su propia dentadura postiza, haciendo como que daba bocados en el aire. Los indígenas, aterrorizados, huyeron, dejando al curioso personaje muerto de risa..., con la dentadura en la mano. Por aquella misma época se inventó la vulcanita, compuesto de caucho que se mostró muy útil en la fabricación de encías artificiales sobre las que engarzar sin problemas dientes sueltos, también artificiales, ya que fueron mejorados en 1848 por Claudio Ash, cansado éste de trabajar con piezas dentarias procedentes de difuntos. También llegaron a hacerse dentaduras de celuloide, hasta que en cierta ocasión prendió el fuego en las de un fumador en un exclusivo club londinense con gran asombro y guasa de los presentes. Nadie quiso exponerse, después de una experiencia así, a semejante

ridículo. Sin embargo, a todo se está siempre dispuesto cuando de mejorar nuestro aspecto e imagen se trata.

1 comentario: