viernes, 28 de enero de 2011

UNA PROFESORA CON LUZ PROPIA


Y por hoy Viernes, ya está bien.
Un nuevo caso de superación. Un nuevo caso de los que tanto gustan.
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Milagros Izquierdo, una de los cuatro docentes ciegos que dan clases en Andalucía, explica el largo camino y las dificultades que ha tenido que salvar para poder ejercer su labor

Milagros Izquierdo Gallego, Mila para quienes la conocen, es profesora de Filosofía y Ciudadanía en el instituto Seritium de Jerez y tiene a sus cargo a casi doscientos alumnos entre los 15 y los 17 años. Hasta aquí esta historia no tendría nada de particular si no fuera porque Mila es ciega y en la actualidad sólo hay otros tres profesores ciegos totales impartiendo clases en toda Andalucía. Para ella, "lo importante no son las cartas que te tocan en la vida, sino saberlas jugar" y desde pequeña esta algecireña tuvo las cosas bastante claras.

Nació con una retinosis pigmentaria, una enfermedad degenerativa que padecen tres de los siete hermanos que conforman su familia y que también dejó ciego a su padre. La Enseñanza General Básica la hizo en un colegio de la ONCE "muy estricto", una educación visual adaptada para personas ciegas porque entonces todavía pudo aprender a leer tanto en Braille como en tinta, pero a los quince años ya tuvo que empezar a utilizar el bastón.

Ahora es Helia, una perra mezcla de labrador con goldem, a la que le puso el nombre en recuerdo de Helios, el dios Sol, la que le ayuda a circular por los pasillos del instituto y espera pacientemente adormilada sobre una alfombrilla aislante a que la profesora acabe la clase.

¿Y qué tal profesora es Mila? "la mejor", asegura sin dudar uno de sus alumnos. "El pelota de la clase", dice ella entre risas.

Otra de las estudiantes reconoció que "a lo mejor con ella nos distraemos más". Pero el caso es que con sus preguntas sobre Lucy, el ejemplar de australopiteco a la que se dedica la lección esta vez, logra que todos vayan participando.

"Es que yo fomento mucho la comunicación verbal", dice y siempre estoy haciéndoles preguntas mientras paseo entre ellos para enterarme de cómo va el ambiente. No me quedo sentada. En mis clases hay mucha discusión e intercambio. Si una persona no habla yo no puedo tener información sobre ella, así que si hay alguien más tímido procuro que participe. Lo que no permito en ningún momento es que me falten el respeto y ahí está lo difícil: en lograr el equilibrio, porque también hablan mucho y a veces me enfado".

A principios de curso los colocó a todos por orden de lista para empezar a distinguir sus voces, pero una vez que se hizo con ellas, ha permitido que se hagan cambios.

En esta ocasión faltan ocho alumnos en Segundo F de Bachillerato de Ciencias porque están haciendo un examen de recuperación. Es una de las pocas ocasiones en las que necesita ayuda: la vigilancia de los exámenes, pero un profesor de guardia se ocupa de ello y luego otro se los lee para que ella ponga las calificaciones, "pero soy yo quien los corrijo", deja Mila muy claro.

Mientras cuenta su historia para la realización de este reportaje, les pide a los alumnos que vayan subrayando las fotocopias que les ha entregado sobre Lucy, la australopiteco, con las ideas que consideren más importantes. Los alumnos permanecen durante el resto de la clase en total silencio, pero más que por el trabajo encargado, se debió en realidad a que se quedaron enganchados a las vivencias que Mila comenzó a desgranar y que constituyeron otra auténtica lección.

Su madre murió cuando era pequeña, así que su padre, aunque ciego, "era quien se encargaba de todo, hasta de cosernos los botones". Desde los catorce hasta los dieciocho años estuvo en otro colegio de la ONCE en Sevilla y el COU lo hizo en un instituto en Madrid "totalmente caótico y en una clase de cuarenta alumnos. Tuve que explicarles a los profesores cómo tenían que darme clases".

Pero para entonces Mila ya estaba totalmente enamorada de la Filosofía y decidió estudiar esa carrera "aunque todo el mundo me decía que no, que cómo me iba a ganar la vida si eso tenía muy pocas salidas". Se matriculó en la Universidad de Sevilla y en verano trabajaba para poder pagarse los estudios. "Además -dice- siempre trataba de que no me quedaran asignaturas pendientes para poder trabajar en verano, así que el concepto vacaciones no he podido experimentarlo hasta ahora".

Estuvo un año trabajando en Canarias y luego encontró en Jerez un trabajo de orientadora laboral para atender a personas con todo tipo de discapacidad.
Pero ella no cejaba en su empeñó y se llevó siete años preparando las oposiciones hasta que no las convocaron en julio de 2008. Su primera plaza fue en un pueblo de La Alpujarra almeriense, Canjayar, del que guarda muy buen recuerdo "porque todos me acogieron muy bien, igual que aquí, la verdad es que en ese sentido he tenido suerte".

Los exámenes de sus alumnos de Bachillerato son los habituales "porque ellos tienen que enfrentarse a una Selectividad", pero para los de Secundaria a veces utiliza otros "exámenes alternativos", como ella los denomina, en los que les encarga a los alumnos la elaboración de documentales o hasta obras de teatro y de esa manera los va evaluando.

En su ordenador trabaja con un programa que le hace auditivo todo lo visual, pero se queja de que "la página de la Consejería de Educación donde tengo que meter las notas no es accesible para mi programa, así que se las tengo que dejar a algún compañero para que las meta".

Aunque señala que afortunadamente este no ha sido su caso, dice que a otros profesores que se encuentran en su misma situación "les hacen la vida imposible y les recuerdan lo que no podemos hacer . Conmigo al principio reaccionaron con perplejidad y sorpresa, me decían: ¿Pero una persona ciega puede dar clases? pero luego han colaborado en todo aquello que ha hecho falta".

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