viernes, 29 de junio de 2012

TERMO Y SU HISTORIA

En excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Escandinavia, entre otros objetos del ajuar del hombre prehistórico apareció el peine. El ejemplar hallado, hecho de hueso, tiene diez mil años de antigüedad. Su forma, la de la mano, recuerda que ésta fue seguramente el primer peine del que se valío el hombre primitivo para poner orden en su poblada cabeza. El arqueólogo encargado del yacimiento, exclamó: "¡Señor, qué antigua es la coquetería humana...!" Pero no era cuestión de coquetería. El hombre del Neolítico necesitaba el peine como un objeto funcional. Los primeros peines eran de madera, de hueso o de cuerno; y en la Edad de los Metales, también de cobre, de bronce y de hierro. Eran más altos que anchos, con una distribución uniforme de las púas a lo largo de la media luna que formaba su base. En tumbas egipcias anteriores al año 1500 antes de Cristo, así como en enterramientos babilonios y asirios, el peine es uno de los útiles presentes en el ajuar del difunto. También la Grecia clásica los utilizó. Cuenta Herodoto, historiador griego del siglo V antes de Cristo, que el espía enviado por el rey persa en vísperas de la batalla de las Termópilas, sorprendió a los griegos preparándose para el combate mediante un elaborado peinado, para lo cual utilizaban peines de marfil. Y en Roma, una cabeza despeinada era signo de miseria o de duelo. El peine simbolizaba distinción y buen gusto. No sorprende que fueran los romanos quienes inventaran el peine de bolsillo, labrado en las cachas de hueso de una navaja plegable, también invento suyo. Asimismo, fue en la Roma del siglo I donde se impuso la costumbre de cortarse el pelo. Para ello era necesario la ayuda del tonsor o peluquero, quien armado de tijeras, de navaja y de peine satisfacía a su numerosa clientela. Ir a la peluquería era ya costumbre popular y arraigada. Los peines baratos eran de madera de boj, o de hueso, cortos, con doble hilera de púas para desalojar a los huéspedes no deseados. Su precio, como el del pan o el del circo, lo regulaba el Estado. Un buen peine de señora no sobrepasaba los catorce denarios, aunque los de marfil podían costar mucho más. Los peines solían ir grabados, bellamente adornados con motivos que hacían alusión a la circunstancia vital de su propietario. Por esa costumbres se ha llegado a saber qué simbología usaron los primeros cristianos: palomas, barquichuelas, palmas, peces, ramitas de olivo. También se esculpían en ellos nombres de personas, o pequeñas leyendas como una grabada sobre un peine de marfil, que decía. "Seme fiel; nunca me olvides". Hubo peines de plata y de oro, dedicados a las divinidades paganas, cuyos templos tenían peluquero para el cuidado de sus imágenes, que al tener pelucas requerían de sus servicios. En el templo de Argos, en el Peloponeso, la diosa Palas tenía un juego de peines de oro; y Venus, una extensa colección, ofrendada a ella por un devoto en pago a favores recibidos en las difíciles lides de amor. También en el culto cristiano adquirió un significado litúrgico que duró hasta el siglo XVII: el sacerdote, antes de subir las gradas del altar era peinado por el diácono con un peine adornado reservado para aquel fin. En la Edad Media, el Papa Bonifacio V regalaba peines en muestra de gratitud y afecto. Y los peines proliferaron por doquier. Peines rústicos, de madera o hueso sin desbastar; pero también de marfil, o peines elaborados artísticamente con incrustaciones de oro y de vidrio, que corrían entre manos cortesanas; peines renacentistas, con figurillas de cupidos en quehaceres de amor. Peines de plomo, para el cabello rubio. Peines... hasta de pan, como el que le regaló a su barbero un pastelero burgalés en tiempos de Cervantes. El peine moderno sigue utilizando los mismos materiales, a los que se ha unido la extensa gama de otros, que a lo largo de los años han ido siendo descubiertos y aprovechados por esta incansable industria. Los peines de carey, elaborados en los Estados Unidos en 1870, de plástico, de goma india, o concha de tortuga. Por lo demás, como decía un humorista del pasado siglo: "Un peine siempre será un peine..., algo para gente con cabeza". Y cabría añadir: siempre que en ella tenga presencia el pelo.

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