martes, 5 de junio de 2012

BAÑERA

Un historiador del baño, Lawrence Right, asegura que a los pueblos se los conoce mejor por el uso que hicieron del agua que por el uso que hicieran de la espada. Y es verdad. Una de las civilizaciones más antiguas, y más pacíficas y florecientes también, Creta, nos ha legado una bañera, la más antigua conocida ya que data del año 1700 antes de Cristo. Procede del palacio de Cnosos, y su parecido con las bañeras de principios de siglo es asombroso, como también lo es el conocimiento que muestran en su avanzado sistema de suministro de agua y la distribución del espacio. El interés del mundo antiguo por el baño tiene concomitancias con la medicina y la magia. Se recomendaba el baño tanto para curar enfermedades del cuerpo, como del alma, desde las depresiones a la necesidad de purificar el alma y reponer simbólicamente la perdida pureza. El baño fue visto como remedio contra la enfermedad: los había de tierra, para combatir la tuberculosis; de hojas de abedul, contra el reumatismo y la hidropesía; baños de heno, o de saúco, contra el dolor de huesos. Y se recomendaba, como norma de higiene general, lavarse las manos, la cara y el cuello; algunos pueblos, como el judío, hicieron del lavatorio de manos antes de las comidas, y del baño en las mujeres tras el periodo menstrual, preceptos de obligado cumplimiento. En la Grecia pre-clásica se ha encontrado ruinas de palacios pertenecientes a la acrópolis de Tirinto, donde aparece un recinto dedicado al baño, con bañeras de tierra cocida, y desagües a lo largo del pavimento de piedra. Posteriormente, en los tiempos de esplendor de aquella civilización mediterránea, y antes en la Grecia homérica, el uso del baño estaba generalizado. Homero habla de bañeras de arcilla, de madera e incluso de plata. Describe el baño de Ulises en su palacio de Alkinoo, a la derecha del salón principal, junto al departamento de las mujeres. Era costumbre ofrecer un baño a los huéspedes. Los héroes homéricos reponían sus fuerzas tomando baños y duchas de agua caliente. Seguramente nadie llegó tan lejos, en el uso del baño, en la Antigüedad, como la civilización romana. El naturalista e historiador Plinio curaba su asma en la bañera. La institución de las termas estaba ya bien perfilada en tiempos de Catón y Escipión; suponían un paraíso de salud, un reino del ocio donde además del agua caliente y fría se podía disfrutar de la sauna en amena conversación, o practicar ejercicios gimnásticos y juegos, si es que no se prefería recrearse en la lectura o en celebrar un banquete con los amigos. Era una institución importante. Muchas familias poseían baño en sus casas, aunque a menudo preferían frecuentar las termas, donde podían recibir los masajes de manos de expertos, o las friegas de aceite y ungüentos, o perfumarse tras la sauna con bálsamos y perfumes exóticos traídos a Roma desde los confines del Imperio. Sus bañeras podían ser de mármol, de ónice, de pórfido e incluso de bronce y hasta de plata. En otras se podía tomar el baño sentado, las llamadas solium; de las mil seiscientas bañeras que hubo en las Termas de Caracalla, doscientas eran de esta modalidad..., adelantándose, pues, nada menos que en 1800 años, al invento de Griffith, quien en 1859 se pavoneaba de ser el inventor del sillón de ducha. Con la caída del Imperio romano toda esta cultura del baño se perdió en gran parte. Pero no es cierto que desapareciera, y que la Edad Media fuera, como alguien ha escrito, "mil años sin bañera". En algunas partes del continente europeo, como Alemania, hubo una red de casas de baño, y en la España musulmana estaba muy extendida la costumbre de bañarse, contando las casas de la burguesía y de la nobleza islámica con aposentos para aquel fin. En el siglo XVIII se inventaron en Francia las bañeras con desagüe. Por aquella época,1790, andaba por París el inventor del pararrayos, Benjamin Franklin, quien quedó tan impresionado con aquella bañera que en ella redactó casi todos sus papeles científicos y literarios. Se llevó varias a su Norteamérica natal. Pero aún tardaría algún tiempo en generalizarse su uso. Entrado el siglo XIX ni siquiera las casas de la nobleza, incluidas las mansiones reales, poseían bañera. Cuando la reina Victoria de Inglaterra subió al trono en 1837 no había ni una sola bañera en el palacio de Buckingham. Unas décadas después, en 1868, el inglés Benjamin Maugham inventó el baño de agua caliente a gas. Desafortunadamente un día hizo explosión el calentador situado junto a la bañera, enviando a ésta y a su bañista al otro lado de la habitación, donde aterrizaron ambos, sumidos en la perplejidad. Poco después se vendía a domicilio el agua caliente. Y en París empezaba a ponerse de moda el baño a la carta. Se podía escoger entre un "menú" variadisimo: baños de azahar, de miel, de esencia de rosas, de bálsamo de la Meca, de leche, de vino, de esencia de flores silvestres. El baño da al hombre la oportunidad de llevar a cabo un deseo íntimo, telúrico, no confesado, casi incosciente: regresar al claustro materno evocando el agua el líquido amniótico cálido, entrañable, protector.

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