viernes, 15 de junio de 2012

MÁQUINAS TRAGAPERRAS

Seguimos en el blog con este apartado de historia de los objetos El inventor de las tragaperras fue un vendedor de periódicos, el norteamericano H.S. Mills. Este ciudadano de Chicago, deseoso de cambiar de negocio, tuvo la ocurrencia de montar una cadena de puntos de venta de bebidas carbónicas. A fin de multiplicar sus ganancias colocó junto a cada uno de esos puestos una máquina que acababa de inventar, bautizada por él con el nombre de kalamazoo. Era, sencillamente, una máquina tragaperras. El invento de Mills era un armatoste rudimentario, con una rendija por donde se colaba la moneda, y tres tubos. De dos de ellos podía salir la moneda jugada, acompañada de dos monedas más de ganancia; del otro tubo no salía nada. Como la máquina en cuestión casi nunca daba premio al tirar de su palanca, pronto el público empezó a llamar a aquel aparato "el bandido de un solo brazo". La ludopatía mecánica estaba servida. Pero no fue sólo el señor Mills quien pensó en la máquina tragaperras. En 1895, el californiano Charles Fey creó en San Francisco una máquina tragaperras que llamó con el pomposo nombre de Liberty Bell, o campana de la libertad. Tuvo más vista comercial que Mills, y se limitó a ir a medias con el propietario de los salones o lugares públicos donde se instalaba. Pero no tuvo éxito, y Mills terminó por absorverlo. Hacia 1932, la compañía de máquinas tragaperras creada por Mills, fabricaba ya más de setenta mil unidades. Aquel mismo año, un famoso artículo aparecido en la prensa y en la revista Fortune, titulado Ciruelas, Cerezas y Asesinatos, ponía de manifiesto el alto grado de ludopatía o adicción enfermiza al juego que se había alcanzado ya en los Estados Unidos, así como sus conexiones con el mundo de la mafia. Un año antes, y sólo en la ciudad de Nueva York, las máquinas tragaperras habían dejado beneficios superiores a los veinte millones de dólares. Las primeras máquinas eran de manejo sencillo. El mecanismo estaba compuesto por tres tornos y un brazo; los tornos giraban, y un buen observador podía fácilmente cogerle el tranquillo al artilugio para que éste diera premio seguro. También era posible tapar la rendija y engañar al sistema. E incluso, antes de 1931, era posible introducir monedas falsas, e incluso trozos de metal convenientemente recortados. La picaresca crecía por momentos, y las tragaperras se mostraban incapaces de hacer frente al creciente ingenio de los tramposos. Pero a todo esto pondría fin el invento del verificador de cambio, y del detector de falsificaciones. Más tarde se inventaría el llamado "electrojector", máquina capaz de rechazar todo aquello que no fuera una moneda de curso legal. La entrada de las tragaperras en los casinos de todo el mundo hicieron, del antiguo invento americano, el slot machine, la pieza representativa del juego por excelencia.

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