jueves, 7 de junio de 2012
CERRADURA Y LLAVE
Puestos con la historia, vamos a seguir con la de los objetos.
Las primeras cerraduras de que se tiene noticia documental se utilizaron en China hace más de cuatro mil años. Se trataba de un cerrojo que podía manipularse desde ambos lados de la puerta mediante un gancho llamado dalle. Egipto mejoró el invento. Las cerraduras egipcias eran de madera muy dura, de aspecto macizo, dotadas de bisagras cilíndricas de tamaño desigual, que se adaptaban a unas entalladuras practicadas en piezas fijas, también de madera, que servían de llave.
En el año 2000 antes de Cristo, las puertas del famoso palacio de Jorsabad, cerca de Nínive, en Babilonia, eran como las descritas arriba. Tanto cerradura como llave eran de enorme tamaño. Era un sistema muy extendido en el mundo antiguo, universalizado, ya que se ha encontrado tanto en el Japón como en Escandinavia.
La llave era objeto de uso común, como la cerradura, evidentemente. En el libro bíblico del profeta Isaías, se lee: "Y pondré sobre sus hombros la llave de la Casa de David, y abrirá, y no habrá quien pueda cerrar".
La cerradura y llave metálicas fueron aportación romana. Fueron los romanos quienes crearon también un nuevo sistema de seguridad en los cierres: la vuelta de llave. Se llegó a extremos de cierta sofisticación, toda vez que se disminuyó enormemente el tamaño de la llave, a veces tan mínúscula que podía servir de adorno en el anillo, o en el collar. Las fabricaban de hierro, de bronce, de cobre, y de oro. A menudo eran pequeñas joyas de orfebrería o herrería, llavecitas menudas que abrían los pequeños cofres, o las cajitas de madera de cedro donde las damas guardaban sus joyas, o los distintos venenos, capaces de acabar, en dosis pequeñísimas, con un enemigo político o cualquier rival sentimental.
Como había sucedido en Grecia, la llave se llenó de simbolismo, convirtiéndose en emblema de algunas divinidades. Y el Cristianismo las puso en manos de Pedro, el Apóstol Vicario de Cristo, para que con ellas abriera y cerrara a los hombres las puertas del Paraiso.
Introdujeron, los romanos, el uso del candado, aunque hubieran sido los chinos quienes lo inventaran mucho antes. El naturalista e historiador romano, Plinio, atribuía la invención de la llave a Teodoro de Samos, pero puede tratarse de una noticia un tanto legendaria. El hecho fue que en Roma se apreció más que nunca su utilidad. Los cerrajeros latinos eran duchos en su arte, y conseguían llaves de cualquier tamaño, y para cualquier uso y grado de secreto. Los patricios romanos necesitaban asegurarse de que nadie metería sus narices en sus cuadernos de notas. Y llegó un momento, hacia el siglo II, en el que la llave se convirtió en una obsesión.
En el siglo IV era costumbre regalar llaves a quienes se deseaba honrar sobremanera. Los papas regalaban a los reyes, por esta época, un eslabón de la cadena de San Pedro, con una llave de oro, copia de las cadenas y llaves del sepulcro del primer papa. Quienes recibían tan preciado galardón, estaban obligados a llevarlo al cuello en todas las ceremonias oficiales, y en los actos de protocolo.
La llave va revistiéndose de un significado que trasciende su propia utilidad material a lo largo de los siglos. Fueron famosas las llaves de San Gervasio, guardadas en la ciudad holandesa de Maastricht, hoy de moda, y cuya antigüedad se remonta al siglo VI. También son famosas las llaves de San Huberto de Lieja, de principios del siglo VIII. Y en las ciudades importantes de Europa, imitando la costumbre de los papas citada, se puso de moda durante la Edad Media hacer entrega de las llaves de la ciudad a las personalidades de relieve que la visitaban, a fin de honrarlas y honrarse.
Los mercaderes medievales incentivaron la inventiva de cierres de seguridad, de cerraduras fiables que pusieran a buen recaudo sus fortunas. Baules y guardarropas, cofres y arcones se aseguraban con fuertes candados. Se pusieron de moda los candados grandes, profusa y artísticamente adornados, y en vez del pasador horizontal se generalizó el uso del fiador de gozne, con lo que se dificultaba a los ladrones tener éxito con sus ganzúas. A partir del siglo XIV la llave, a menudo de oro, se convirtió en un sello que identificaba a su propietario. Equivalen al escudo de armas del caballero. Y en los siglos VII a XVIII se extendió la moda de adornar el anillo de la llave con las iniciales entrelazadas del nombre de su dueño. Costumbre, por otra parte, que ya se había iniciado en la Roma de los primeros siglos de nuestra Era.
Pero la Edad Moderna de la cerradura y de la llave llega con las innovaciones de Joseph Bramah, en 1778. Este ingenioso inventor, padre también del inodoro y de la prensa hidráulica, creó la llave cilíndrica, en cuyo extremo se practicaba una serie de muescas o guardas, hasta media docena. Estas llaves se introducían por el ojo de la cerradura ejerciendo una leve presión que le permitía girar dentro. Era un invento definitivo. Más tarde, ya en 1818, llegaron las innovaciones de Charles Chubb, ferretero de la ciudad de Portsmouth, que hizo más seguros los cierres, y que se especializó más tarde en la fabricación de cajas de caudales a prueba de fuego. Ya en la segunda mitad de aquel siglo, el norteamericano L.Yale sacó al mercado su cerradura de fiador con llave plana y pequeña, cuya seguridad estribaba en el infinito número de posibles variaciones del perfil de la llave: no hay dos llaves Yale que sean idénticas. Resulta curioso que Yale se inspirara nada menos que en los
viejos sistemas de cierre de los egipcios, cuatro mil años antes que él.
Resulta paradójico, a propósito de cerraduras, cerrojos, llaves y candados, que aunque fueron pensados para dificultar la tarea a los ladrones, el robo no estuvo castigado en Egipto, país que al parecer primero utilizó la cerradura de forma masiva. Las autoridades egipcias consideraban el robar como una actividad u oficio más. El historiador Diodoro, del siglo I antes de Cristo, cuenta que los ladrones en Egipto estaban tan bien organizados que cada uno de ellos tenía su propio jefe, a quien entregaba el fruto de su trabajo, el cual se ponía en contacto con el dueño del objeto sustraido a fin de ajustar un precio por la devolución de lo robado..., en caso de que quisiera recuperarlo, claro. Y en la Esparta del siglo y antes de Cristo el robo era considerado como un negocio honorable, y el ladrón cogido infraganti era castigado, pero no por ladrón, sino por chapucero, por haberse dejado sorprender. Los chinos, que habían inventado cerradura y candado antes que nadie,
aseguraban que no había que fiarse de nada, sólo de un buen perro, por ser, en palabras textuales, "...la única seguridad en la noche, y la mejor alarma".
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