martes, 5 de junio de 2012
HISTORIA DE LA CORTADORA DE CÉSPED
Y para finalizar hoy, la historia de un objeto que muchas mañanas de verano, me despierta por culpa de algún vecino.Si tenéis alguna sugerencia que hacer sobre historias de objetos que sean contadas en el blog, lo decís por comentario gracias.
Seguramente no nos hemos parado a pensar que la hierba supone la cuarta parte de toda la vegetación terrestre, y que de ella existen más de siete mil especies distintas.
Desde la Antigüedad, las casas nobles se han rodeado de un césped bien cuidado. Era signo de prestigio y de buen gusto, a la par que mostraba al visitante la condición de terrateniente de quien las habitaba. El antecedente más antiguo conocido se remonta a la Grecia clásica del siglo V antes de Cristo. Ya entonces cuidar el césped ofrecía dificultades.
Sin embargo, la tarea rutinaria de mantener la hierba verde, cortada y cuidada alrededor de la casa, es fenómeno relativamente moderno. A mediados del siglo XVllI visitó Europa el novelista norteamericano Nathanael Hawthorne, y escribió en sus apuntes cúanto le había decepcionado "lo bien cuidado que estaba el césped, ya que a él lo que le gustaba y añoraba del mismo era que brotase incontroladamente...". Ese aspecto descontrolado del crecimiento de la hierba era el que había predominado siempre. Durante siglos, antes de que se inventara el cortacésped, la hierba se dejaba crecer hasta que resultaba ingrato caminar sobre ella. A esta exuberancia se refería el poeta Walt Whitman cuando cantaba "la hermosa cabellera sin cortar de las tumbas"..., en los cementerios americanos. Pero a principios del siglo XIX, ante la creciente popularidad del golf, se impuso la necesidad de cortar el césped; para aquella actividad se utilizaba un cortacésped muy particular, un rebaño de ovejas.
Pronto, sin embargo, se impuso el ingenio, y en 1830 el inglés Edwin Budding patentó su segadora de césped. Se trataba de un rodillo de medio metro de diámetro que utilizaba cuchillas rotatorias. Era más práctico que la guadaña, y cundía más. No tardó en comercializar, el señor Budding, su ingenioso invento; para ello recurrió a la publicidad, elaborada por él mismo de esta manera: "Los caballeros rurales encontrarán en el uso de mi máquina un divertido ejercicio que a la vez será útil y grato".
Hacia 1860 se experimentaron distintas versiones del cortacésped de Budding a mayor escala, en fincas inglesas, llegando a convertirse en el medio ideal para crear praderas artificiales donde la hierba no alcanzaba altura superior a los dos centímetros. Sin embargo, aquellas máquinas tenían un inconveniente: tenían que ser arrastradas por caballerías, dado su peso y tamaño, y las patas de los animales estropeaban el espacio, a la vez que lo estercolaban. Se recurrió a calzar a los animales, pero el problema del estiércol, abundantemente distribuido por el campo, no era de fácil solución. Además, y en general, el precio de aquellas máquinas cortacésped era muy elevado.
El cortacésped se impuso cuando se hizo manual; y de adquisición económica, cosa que sucedió en 1880. En Francia se intentó aplicar a este artilugio la energía del vapor, pero fracasó. El triunfo definitivo de esta máquina vino de la mano del norteamericano Edwin George, coronel americano que en 1919 instaló en una segadora mecánica manual un rodillo y cuchillas que se accionaban mediante motor de gasolina, un motor que cogió de la máquina de lavar de su esposa, con gran enojo de ésta. Así nació el cortacésped de motor de explosión, y desde entonces ha experimentado el auge que todos conocemos
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