jueves, 24 de marzo de 2011

SOÑAR CON LA LIVERTAD


De los pocos presos que salían del fuerte de San Cristóbal, un buen
porcentaje lo hacía con los pies por delante. Otros no tenían el privilegio
de salir ni siquiera una vez muertos: simplemente, eran enterrados bajo la
nieve y el fango del patio interno. De 1934 a 1945 esta cárcel, ubicada en
la cima del monte Ezkaba que domina el valle de Pamplona, acogió entre sus
gélidos brazos a miles de reclusos, sobre todo republicanos. Pero el 22 de
mayo de 1938 una veintena de ellos decidió que ya bastaba y que, entre unas
condiciones de vida inhumanas y el sueño de la libertad, por muy remoto que
pareciera, era mejor soñar. Así, ese puñado de presos, casi todos miembros
del partido comunista, proyectó y llevó a cabo una huída hacia la frontera
con Francia en la que participaron 795 de los 2.497 reclusos de la
estructura y que Carmen Domingo describe en su última novela, La Fuga
(Ediciones B).
Tras años de documentación (y de dedos cruzados para que nadie se fijara en
el mismo acontecimiento), Domingo tardó uno y medio en escribir las 235
páginas de La Fuga. Se trata de una novela que mezcla realidad y ficción,
según cuenta la misma autora, ante una brocheta de cordero en un restaurante
de Pamplona. Domingo se encuentra en la ciudad para recorrer con un grupo de
periodistas el camino y la vida de los presos dentro (y fuera) del fuerte de
San Cristóbal. "Datos y nombres son exactos, pero tenía que ser una novela,
no un ensayo. El 90% de las historias humanas son inventadas", relata la
escritora, poco antes de empezar su quinta visita a la prisión.
La Fuga es un día de acercamiento al momento fatídico de la huída. Desde la
tarde del 21 de mayo el reloj de los capítulos y de la tensión avanza
inexorablemente hasta la noche del 22, cuando los presos ponen en marcha su
plan. No fue una fecha escogida al azar: era un domingo, a la hora de la
cena, y tan solo había ocho guardias en la prisión. El punto de vista de la
novela cambia constantemente: de los reclusos, a uno de los soldados, al
jefe responsable de la cárcel. En la primera versión, una voz de mujer
narraba sin embargo los hechos. "No me atrevía a escribir de hombres",
explica Domingo, que cuenta con varias novelas sobre la condición de la
mujer durante la guerra civil. Pero Iñaki Alforja, historiador y autor de un
documental sobre la histórica fuga (Ezkaba), además de ángel custodio de la
realización de la novela de Domingo, le sugirió que prescindiera de esa
narradora. Así, "no existe una voz cantante. Hay 25 protagonistas", cuenta
la escritora. Y un vigésimo sexto, quizás el más importante: el fuerte de
San Cristobal.
Enorme, aunque bastante derrocado, el complejo resulta todavía inquietante.
Una estrecha carretera asfaltada se aventura por el monte hasta su entrada.
El frío glacial, la humedad y la mezcla melancólica del gris de las paredes
y del rojo de las ventanas con rejas advierten al visitante de que no es
bienvenido. Para construir el fuerte se voló una parte del monte, de forma
que sus pisos se desarrollan por arriba y por debajo del suelo. Un gran
patio central separa los dos edificios que acogieron en su época a los
presos más afortunados, que contaban al menos con una tabla de madera para
acostarse, y a los que vivían bajo tierra, amasados como animales en la
oscuridad de pequeñas y agobiantes celdas. "Era como un campo de
concentración. Los reclusos comían agua y patatas. Y dormían en el suelo
mojado", relata Domingo en uno de los cuartos de la llamada primera brigada,
la zona donde las condiciones de vida eran las peores. A veces, para
ahorrar, el responsable de la cárcel disminuía incluso las dosis de comida.
Y, por si no fuera suficiente, los presos que por alguna razón tenían que
ser castigados eran encerrados en un espacio más pequeño todavía, donde "a
veces simplemente se olvidaban de ellos", asegura, en la oscuridad de una de
estas celdas, la escritora.
No sorprende que en los 11 años en los que la cárcel estuvo abierta, más de
1.000 presos fallecieron por enfermedades, según asegura Alforja, que
subraya como el número de muertos seguramente fue mayor: "No se cuentan
todos los que fueron fusilados". Aún así, cuando la fuga se puso en marcha,
no todos se sumaron. "Si pesas 35 kilos, estás congelado y alguien abre tu
celda y te dice que te escapes, ¿qué haces?", plantea Domingo. El
desconocimiento de los alrededores y de cómo recorrer los 80 kilómetros
hasta la frontera y el miedo a que llegaran los guardias también pudieron
con la valentía de centenares de reclusos.
Memoria y actualidad
La construcción del fuerte arrancó a finales del siglo XIX, cuando la última
guerra carlista: de hecho, iba a ser una fortaleza. Pero solo se terminó en
1919, cuando la existencia de la aviación ya había vuelto sus espacios
abiertos presa fácil de un bombardeo. San Cristóbal nació obsoleto, y
obsoleto se quedó. Desde su cierre en 1945, cayó en el olvido. Hoy pertenece
al ministerio de Defensa y es presidiado por militares. Solo pueden acceder
a su interior las asociaciones que reserven una visita con antelación.
Mientras, su destino oscila entre propuestas que van del parque temático a
la caja de ahorro. Domingo sin embargo lo convertiría en "un museo de la
memoria histórica". Partidaria de la exhumación de las fosas comunes, la
escritora ha declarado a menudo su apoyo al juez Baltasar Garzón, suspendido
de su cargo por prevaricación a la hora de investigar los crímenes del
franquismo. La memoria histórica es un tema en el que la escritora insiste
varias veces a lo largo del día, sin miedo a ser contundente: "No entiendo
porque nos olvidamos de este asunto. Tengo la impresión de que la derecha
confunde su historia con la memoria histórica".
Para Domingo, es este un tema tremendamente actual. Tal y como lo son las
revueltas en el mundo árabe. Mientras pasea por el patio de San Cristóbal, y
acaricia la cabeza del pequeño Lucas, su hijo de dos años, la escritora, que
estuvo viviendo en Marruecos, critica la postura occidental: "¿Cómo puede
ser que los mismos dirigentes que hace tan solo unas semanas negociaban con
Gadafi, y acogían con honor a él y su caravana, ahora de repente quieren que
se vaya?".
En el fondo, los presos que se arrastraron por los senderos nevados para
alcanzar la frontera no difieren tanto de los libios que pelean por la
democracia en medio del desierto. Estaban hartos de un destino que no habían
escogido. Solo querían descubrir si la libertad sabe mejor que agua y
patatas.

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