jueves, 2 de diciembre de 2010
CUANDO EL HONOR NO IMPORTA NADA
Duele ver las imágenes de jugadores que, después de que casi ni los hayan tocado, se revuelcan por el suelo como si sufrieran un daño terrible.
También los hay que se tiran descaradamente para fingir un penalti o que celebran como algo glorioso un gol anotado voluntariamente con la mano. Como el fin justifica los medios y el concepto de honor es inexistente, si se consigue engañar al árbitro (y, de paso, perjudicar vilmente al equipo rival, al propio árbitro y al deporte), el simulador llega incluso a creer que ha realizado una acción virtuosa.
Un jugador de rugby (noble deporte) se moriría de vergüenza si le rozasen la cara y se tirara al suelo como si se la hubieran partido.
En este sentido, me pregunto qué sentirá un futbolista profesional cuando se ve a sí mismo en televisión haciendo el ridículo, dando un ejemplo nefasto a los miles de niños que lo admiran y lo siguen cada jornada.
Estaría bien que los comités de competición pudiesen castigar severamente a los tramposos, a los que han olvidado que el honor jamás debe perderse (si para ello hay que cambiar ciertas normas, adelante, por qué no).
Cierto es que a los propios jugadores debería repugnarles el hecho de tratar de sacar ventaja de forma miserable y desleal; pero, ya que parece que a algunos de ellos les importan un pimiento los valores, resulta imprescindible que quienes velan por la integridad del deporte tomen cartas en el asunto.
Por supuesto, también es de esperar una condena firme por parte de los dirigentes de los clubes, de los medios de comunicación y de los aficionados en general.
De alguna forma habrá que intentar que reflexionemos y consigamos devolver a ciertos deportes lo que, en origen, era parte fundamental de su esencia: el honor.
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