martes, 25 de octubre de 2011
PARAGUAS
En estos días otoñales en los que la lluvia hace su aparición pro fin en España, la historia de esos cachibaches que tanto nos venefician y nos impiden que lleguemos a casa como unas sopas.
Cuando el paraguas llegó a España, en el siglo XVIII, tenía ya tras de sí una historia de tres mil años. Los chinos, sus inventores, lo habían utilizado como objeto de ritual cortesano, y a uso parecido lo habían destinado los egipcios, entre quienes el portador del paraguas gozaba de gran influencia junto al faraón. En la Grecia clásica sólo podían utilizarlo las mujeres.
En la Europa medieval, se ignoró por completo, siendo los españoles los primeros en ver paraguas, a finales de aquella Edad..., pero no en Europa, sino en México. Allí, los nobles aztecas se paseaban con ellos por la ciudad de Tenochtitlan ante los asombrados ojos de Hernán Cortés. Más tarde, los ingleses pudieron también constatar su uso en las colonias americanas del Norte, asegurando que los indios la emprendían a paraguazos entre ellos cuando tras alguna ceremonia surgía entre sus jefes alguna diferencia o contratiempo.
Inglaterra fue el primer país europeo en utilizar el paraguas correctamente: para protegerse de la lluvia, uso que no se generalizó hasta el siglo XVIll. En la aceptación del paraguas tuvo papel principal un excéntrico personaje de la nobleza menor, Jonas Hongway, verdadero apóstol del paraguas. El lo había conocido en Rusia, y se aficionó tanto a su uso que no lo dejaba nunca. Con el paraguas en la mano se hacía ver tanto en círculos elegantes como en los barrios obreros, ajeno siempre a los silbidos e insultos de gamberros callejeros, y sin prestar atención a las protestas de los cocheros que veían en el paraguas una obscura amenaza. De todos se defendía el elegante señor Hongway, blandiendo el paraguas, y gritando como un iluminado: "Paso a los tiempos nuevos...".
El paraguas tuvo, sin embargo, escaso eco. Al principio, debido a que sus varillas de caña, rígidas, hacían que tuviera que permanecer siempre abierto. Cuando se inventó el paraguas plegable, en 1805, por Jean Marius, se facilitaron las cosas. Sin embargo, en Francia siguió siendo un mero signo externo de prestigio, y nadie pensaba en protegerse de la lluvia con él. Sencillamente, ocupó el lugar que había ocupado el bastón, y antes la espada, ya que el abandono de ambos útiles había coincidido en el tiempo. Los oficiales ingleses se aficionaron, sin embargo, al paraguas..., tanto que el duque de Wellington tuvo que prohibir que se lo llevaran a la guerra, en 1818.
En España gozó de buena acogida, porque llegaba con una aureola de prestigio que lo convirtió en objeto de deseo por parte de petimetres y paseantes en Corte.
Una zarzuela dice: A la sombra de una sombrilla de encaje y seda con voz muy Queda canta el amor. A la sombra de una sombrilla son ideales los ideales a media voz.
No sólo las sombrillas, sino también los paraguas fueron arma a favor de los enamorados. ¡Cúantos besos se robaron bajo las alas de estos murciélagos!, como llamó Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías al paraguas... ¡Cúantos besos de amor amparó bajo los soportales de las plazas castellanas en los días lluviosos...! Y es que al principio nadie veía claramente para qué otra cosa podría servir, sino para besarse y salvar la blanca piel de las damas de los rayos del sol...
La Historia nos ha mostrado, posteriormente, la utilidad del artilugio. El paraguas ha conocido cientos de innovaciones, entre las que cabe destacar algunas un tanto estrambóticas, como el extravagante paraguas hinchable del francés Mauricio Goldstein, patentado en 1970.
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