El GPS de los ciegos
Era ciega, como tantas otras. Pero esta, sin embargo, era ciega de verdad.
Al percatarme del cartel de ¡TAXI! que llevaba entre las manos me detuve a
su lado. Ella notó mi cercanía, tanteó su puerta, la abrió y tomó asiento
con la naturalidad de cualquier vidente.
- Buenas tardes. Calle Toledo esquina San Millán, por favor - me dijo
mientras plegaba su bastón.
Para acceder a aquel destino tuve que hacer varios giros a través de calles
cortas y estrechas. El centro de Madrid no sigue ningún orden lógico:
ninguna calle es perpendicular ni paralela a otra. O son curvas, o en
cuesta, o se cruzan con otras en diagonal, o se convierten de repente en
callejones peatonales... en fin: un laberinto tras otro que sólo demuestra
(digo yo) la afición que tenían los urbanistas de la época por las pipas de
opio.
Varios giros imposibles después, como digo, la usuaria invidente me dijo:
- Estamos en la calle Fuentes, ¿verdad?
Antes de contestar (ni puta idea) miré el nombre de la calle en mi GPS.
- En efecto - dije.
- Bien. Espero que no encontremos mucho tráfico en la Cava de San Miguel.
- ¿La Cava de San Miguel?, ¿y qué calle es esa? - dije para mis adentros.
- ¿Perdón? - dijo ella para sus afueras.
- Que... no creo que a estas horas encontremos mucho tráfico en... esa
calle.
Asombrado por su dominio del callejero aproveché el próximo semáforo para
votearme y pasar mi mano por delante de sus ojos. La mujer ni se inmutó. En
efecto, era ciega.
¿Cómo podía orientarse mejor que yo? ¿será cierto eso que dicen, que "sólo
es ciego el que no quiere ver"?
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