lunes, 24 de octubre de 2011

MOLINILLO DE CAFÉ

El molinillo fue el primer aparato auxiliar del ama de casa en ser inventado. Ello ocurriría hacia el año 1687, sin que conozcamos el nombre del ingenioso inventor. Fue gracias a este ingenio el que se difundiera el consumo de una bebida como el café, muy exótica todavía a finales del siglo XVII.

Se trataba de un artilugio tosco, hecho de complicados engranajes, que molía de forma desigual, por lo que entre los restos o cibera escapaban a menudo incluso granos enteros.

A pesar de lo dicho arriba, el molinillo de mano no era cosa nueva entre los españoles del siglo XVI. Se sabe que Moctezuma había enseñado a Hernán Cortés, el magnífico y genial conquistador extremeño, cómo moler el chocolate, que tanto entusiasmaba al último emperador azteca, y al que se aficionaron también los españoles, ávidos de novedades.

Aunque la técnica del molido, así como su concepción y uso, no era cosa nueva en Occidente, donde se conocía desde tiempos anteriores a la Era Cristiana, el molinillo pequeño, manejable, para grano, no fue conocido en la Antigüedad. Para menesteres pequeños se echaba mano del mortero y la maza, con los que se majaba o maceraba el ajo o la mostaza, el pan seco o las almendras. Un cocinero de Felipe III, rey de España, asegura, ya en el siglo XVII, que "para moler muy por menudo usan, algunos, almireces y majaderos que apenas dejan granzas". Evidentemente no existía aún el molinillo de mano.

El molinillo, como hoy lo conocemos, ha permanecido invariable desde el siglo XVII al XX. Un avance importante sería el logrado en tiempos recientes, 1937, fecha en que la compañía americana Kitchen Aid fabricó el molinillo eléctrico, aunque a un altísimo precio: trece dólares de los de entonces, una fortuna. Diez años después, con la aparición del robot de cocina, electrodoméstico de tipo multiuso, el inglés Kenneth Wood montó sobre un motor gran número de accesorios, desde la batidora al molinillo, pasando por la cortadora, la picadora, el abrelatas, etc. Pero el molinillo ya no tenía el aspecto entrañable de los viejos artilugios manejados a mano. El encanto de la forma de las cosas se había evaporado. No tenía forma de molinillo..., y aunque moliera, uno se resiste a concederle el viejo nombre. Entre las piezas que figuran en el museo de los molinillos alemán, uno de los más visitados de aquel país, hay molinillos de todos los pelajes, de todas las épocas, para todas

las finalidades, todas las generaciones y semblanzas de molinillos se alinean en estantes y anaqueles, testigos de tiempos pasados, más propicios a la intimidad y contacto que debe haber entre las cosas y los hombres

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