A finales de la década de los 1950, la fiebre del hula-hoop se apoderó de Europa. Se imitaba una vez más gustos y modas procedentes de los Estados Unidos, donde el aro de plástico vistosamente coloreado había causado furor. Colocado alrededor de la cintura, en cuyo torno giraba velozmente, el hula-hoop se impulsaba mediante un movimiento de las caderas. Las jóvenes y adolescentes mostraban así lo grácil de sus figuras y la belleza de la juventud. Los comentaristas de la época escribían: "Más que unjuego es una obra de arte efímero... ese baile asiático, provocador e insinuante, capaz de levantar en el corazón de los hombres pasiones y sentimientos antiguos".
Lo cierto fue que la industria del hula-hoop hizo millonarios de la noche a la mañana. Almacenes y tiendas vendían las remesas que les llegaban sin apenas darles tiempo a desembalar. Veinte millones de aros se vendieron en seis meses a casi dos dólares la unidad. Médicos y enfermeras trataban a diario cientos de casos de adolescentes lesionados en cuello y espaldas, y advertían del posible peligro para la columna vertebral si se abusaba del invento. Sin embargo, ante las espectativas de que se lograba con él una bonita figura, el hula-hoop fue convirtiéndose poco a poco en una panacea gimnástica.
Pero, el hula-hoop no era del todo un invento americano, ni siquiera una novedad absoluta. En el antiguo Egipto, y después en el mundo grecolatino, los niños ya hacían sus propios hula-hoop con ramas de parra secadas y limpias de hojas. Aquellos aros servían para varios fines: se impulsaban con una varilla a modo de rueda viuda; se lanzaban al aire para recogerlas luego con pericia, como hacen las gimnastas de salón; la lanzaban unos a otros con el fin de que las recogieran con la cintura, tras haberse colado por el cuello hacia abajo, o se colocaban entre caderas y pechos impulsándolas en un movimiento giratorio frenético que terminaba en la extenuación. El hula-hoop era un juego juvenil a orillas del Mediterráneo, hace miles de años, que también ciertos pueblos amerindios conocieron. Los españoles se encontraron con este artilugio en distintos puntos de América del Sur, en pleno siglo XVI. Y en Inglaterra, hacia el siglo XIV, hubo un rebrote de este antiguo juego: niños y
adultos hacían girar aros de madera, e incluso metálicos, alrededor de sus cinturas.
Tampoco el nombre, hula-hoop, era reciente, ya que se originó en el siglo XVIII, tomando la palabra prestada de la lengua hawaiana, cultura en la que existía este artilugio, utilizado en danzas de extremada sensualidad. Los aborígenes de aquel famoso archipiélago practicaban el juego del hula-hoop no sólo de pie, sino incluso sentados, con movimientos ondulantes de las caderas. Era una danza religiosa en honor de la diosa de la fecundidad, como no podía ser menos. Se bailaba ante el jefe de la tribu con los pechos al aire, cosa que escandalizó a los pacatos misioneros ingleses, que la prohibieron de manera fulminante.
No fue hasta principios del año 1958 cuando el californiano Richard P Knorr, junto con su amigo Aithur Melvin, reinventaron el excitante juego, esta vez confeccionándolo con el material de moda: el plástico de vivos colores.
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