sábado, 14 de abril de 2012

HISTORIA DEL COLCHÓN

La historia del colchón es antigua: el hombre busca acomodarse, y no tardó en buscar paliativos a la dura superficie del suelo. Al principio, se echó sobre yacijas de hojas secas o de heno, pero pronto ingenió mejores formas. Así, los griegos ya reposaban sobre mullidos colchones de plumas de ganso o de cisne, o acomodaban sobre los humildes catres de tiras de cuero, que a modo de somieres formaban la estructura de la cama, varias capas de pieles dobladas. También los romanos acolchaban sus lechos con colchones de pluma, y recostaban sus cabezas sobre almohadas de la misma naturaleza. El colchón romano recibía el nombre de torus, y el relleno se llamaba tormentum, nombre quizá apropiado para los colchones de los menos pudientes.

Parece que el primer colchón moderno data de finales del siglo XV en que Guillermo Dujardin, tapicero del rey de Francia, confeccionó una colchoneta neumática por encargo del señor de La Motte Desguy, en 1478. Es cierto que este tipo de colchón, de hule impermeable, dotado de un dispositivo a modo de válvula, existió en la Edad Media; pero no estaba concebido para el descanso nocturno, sino para las largas horas de espera en el puesto de caza, ya que protegía de la humedad. Se le llamó "cama de viento", y como tal serviría más tarde para confeccionar colchones en el sentido moderno de la palabra.

De aquella lejana idea parece que le vino la inspiración al inventor del colchón de agua, el californiano Charles P. Hall, quien en 1967 lanzó al mercado su water-bed, provisto de un sistema de regulación de la temperatura del agua. Pero la historia del colchón es mucho más antigua. Empezó siendo un jergón de materia orgánica, paja, hojas secas, juncos, que servían de material de relleno al tosco material con el que se confeccionaba; aquellos colchones hacían las delicias, más que del durmiente, de una pléyade de insectos, entre los que reinaban los chinches y las pulgas..., y servían a menudo de alimento a la legión de ratones que poblaron la Edad Media. Con ellos y contra ellos tenía que convivir el destinatario natural del invento: el hombre. Para desalojar a tan desagradables inquilinos recomendaban los médicos comer mucho ajo, y no sólo comerlos, sino también introducirlos en el colchón. Leonardo da Vinci, quien en sus escritos dejó constancia de los insomnios sufridos

por culpa de los colchones, quiso tomar cartas en el asunto, sin embargo el genial descubridor de tantas cosas no aportó cosa alguna a este respecto.

Entrado el siglo XVIII el invento del colchón de muelles supuso un avance capital. Al principio era un artefacto incómodo, ya que al ser muelles cilíndricos en vez de cónicos, se deslizaban al sentarse sobre ellos, y no se comprimían de forma adecuada. Dada la deficiente tecnología de la metalurgia de la época, estos muelles solían dispararse atravesando el tapizado, convirtiéndose así en auténticos proyectiles que alcanzaban a sus usuarios en salvas sean las partes.

A mediados del siglo XIX apareció el colchón de muelles cónicos. En 1870 se publicó en un periódico londinense la siguiente noticia: "Por sorprendente que pueda parecer, los muelles sirven como una base excelente sobre la cual dormir, si se tiene la precaución de extender una manta sobre los alambres, de suficiente grosor. Su superficie es tan delicada y sensible que, como el agua, cede a la menor presión, recobrando luego su forma". Los primeros colchones de muelles eran carísimos, demasiado caros para suscitar el interés del público, por lo que sus primeros compradores fueron los hoteles de lujo o los grandes transatlánticos como el Titanic.

Todavía en 1925, cuando el fabricante norteamericano Zalman Simmons concibió su famoso colchón Beautyrest, su precio rondaba los cuarenta dólares, más del doble de lo que valía un buen colchón de pelo animal. Sin embargo, el señor Simmons, que confiaba en el futuro del colchón de muelles, emprendió una campaña publicitaria inteligente: citaba a los grandes genios de su tiempo, como Edison, Ford, Marconi..., apoyándose en sus testimonios al respecto de que habían dormido científicamente sobre tales colchones de muelles. El artefacto en cuestión llegó a convertirse en un claro objeto de deseo, y en 1929 ya registraba unas ventas cercanas a los nueve millones. El colchón de muelles había triunfado.

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