Como es sabido, el primer país de Europa en conocer las patatas fue España. Aquí llegó en 1554 traida por naves procedentes del Perú. Su hermosa flor blanca, y la rareza de la planta pronto pusieron al exótico vegetal de moda. Oriunda de los Andes peruanos, su fama fue dispar. Estimulaba la imaginación de muchos, y se le adjudicaba una serie de extrañas y sorprendentes virtudes. Así, en el siglo XVI unos la tuvieron por afrodisiaco poderosísimo; otros pensaron que se trataba de un veneno muy eficaz y de efectos rápidos. No faltó quien aseguró que la patata podía causar la lepra. A partir del siglo XVII se propagó la especie de que las patatas eran un antídoto contra el mal de ojo si se llevaba una rodaja del tubérculo escondida en algún lugar del cuerpo. También se le atribuyeron, ya en el siglo XVIII, virtudes curativas, remedio infalible contra el reuma.
A la patata le acompañó siempre la polémica. En el ducado de Borgoña se prohibió terminantemente su cultivo en 1610. Y el hecho de que la Biblia no la nombrase, despertó las suspicacias y sospechas de los creyentes, quienes consideraban que "fruto que no estuvo en el Paraiso del Señor no debe ser comido por cristianos". El papa mismo tuvo que romper una lanza a favor del polémico e incluso herético tubérculo, y para desvanecer dudas la comió ante su Curia de Cardenales.
A Inglaterra llegó la patata en época temprana, hacia 1565. La llevó allí el pirata Francis Drake, quien la presentó ante la Corte. Procedía de las costas colombianas, no de Virginia, como se ha escrito.
Aunque llegó a Europa muy a raíz del descubrimiento de América, no empezó a ser tenida por alimento habitual hasta entrado el siglo XVIII. El hambre ayudó a ello..., pero también el hombre, un farmacéutico francés, Antonio Agustín Parmentier, quien en 1776 alabó sobremanera sus virtudes nutritivas, haciendo que se plantaran en las llanuras de Sablons. No tardaría en ponerse de moda, como bocado de mesa. El mismo rey de Francia, Luis XVI, con sus cortesanos, contribuyó a su popularidad. El rey llevaba en la solapa de su regia casaca una flor de patata..., flor que, por otra parte, era muy cotizada en el mundo de la floristería. De Parmentier diría, el desdichado monarca: "De todos los franceses acaso sea él el más agradable a Dios, por los beneficios que ha dispensado a la Humanidad, y a quien ha de agradecer Francia el haber inventado el pan de los pobres". Al mismo rey le encantó una receta que Parmentier, buen gastrónomo él mismo, había elaborado: la salsa que lleva su nombre, ideal para acompañar carnes.
A finales del siglo XVIII la patata experimentó un camino ascendente en los gustos culinarios europeos, tanto que se convirtió en uno de los ocho productos básicos de la alimentación continental. Fue entonces cuando se empezó a llamarlas "patatas", en España, fruto de un error, ya que se la confundía con la batata. Con anterioridad a ese tiempo se le había conocido bajo el nombre correcto de papa, palabra de la lengua quiché, empleada de antiguo por los españoles desde 1540. El mundo hispanohablante no europeo sigue llamando a este importante tubérculo "papa". También los hispanohablantes canarios conservan la voz original, así como ciertos puntos de Andalucía, Extremadura y Murcia. Pero esas son aventuras léxicas, que no tocan a la historia sino muy de refilón.
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