Hola a todos, soy David y hoy escribo en nombre y en representación de Duna.
Duna me dictó estas palabras:
"Hace pocos días fué mi cumpleaños canino. Ya soy un año más vieja. O tengo un año más de vida o uno menos depende como si mire. Pero este año ha sido muy distinto. Desde el pasado 13 de Junio, mi vida ha cambiado radical. Antes tenía un amigo canino al que contarle mis cosas, jugar con él, compartir secretos perrunos de esos que no se le puede contar a un humano, salir muy de mañana a dar un paseo por los caminos de El Álamo y encontrar "tesoros" que los humanos nunca apreciarán como el lindo olor de agua estancada o un buen charco dónde chapoteabamos juntos.
Me estoy refiriendo a Macro. EL AMIGO con mayúsculas no solo de Rafa el hermano de David quién hoy escribe en mi nombre, sinó el de David o el de Ana, el de Jose Luis o el de tanta y tanta gente que vió en sus caminos como guía.
Como digo, hace pocos días fué mi cumpleaños y este año, no tuve una lengua húmeda para felicitarme en este día tan especial para mí.
Pero incluso, voy más lejos. David y Rafa con motivo de sus trabajos, tampoco me han felicitado. Sé que lo han hecho sin intención pero no he recibido una caricia felicitatoria o una galleta en modo de regalo de cumpleaños. En cambio, tengo un secreto que contaros. En la noche anterior a mi cumpleaños, en la soledad de la noche y en la quietud de la finca, he mirado a las estrellas y ¿sabéis qué? una estrella me ha mirado directamenta a mi y en silencio se ha dirigido con estas palabras.
FELICIDADES DUNA DESDE EL MUNDO DE LOS CIELOS EN EL QUE ALGÚN DÍA ESTARÁS Y PESE A LAS LÁGRIMAS DE TUS DUEÑOS, TODO SERÁ ALEGRÍA Y FELICIDAD PARA NOSOTROS. TE ESPERO DENTRO DE MUCHOS AÑOS"
Os dejo aquí una foto de Macro y Duna dos de los perros más magníficos que he conocido en esta vida.
lunes, 14 de noviembre de 2011
4 VOTOS
Tras unos días de ausencia hoy entro de nuevo y continuo en el blog para contaros los resultados de la última encuesta realizada por este blog.
A la pregunta de ¿TE PARECE JUSTA LA MEDIDA QUE ADOPTA LA LFP A LA HORA DE NO DEJAR PASAR A INFORMAR A LAS RADIOS?
Las respuestas posibes 3 y los votos obtenidos 4
BIEN 0 VOTOS 0&
MAL 4 VOTOS 100&
NO SÉ CUÁL ES EL PROBLEMA 0 VOTOS 0&
Recordar que esta semana coincidiendo con las eleciónes generales del 20-N la encuesta estará vinculada a este tema a si que ya sabéis a votar!
gracias por pariticipar en cuadernodeldavid.blogspot.com
A la pregunta de ¿TE PARECE JUSTA LA MEDIDA QUE ADOPTA LA LFP A LA HORA DE NO DEJAR PASAR A INFORMAR A LAS RADIOS?
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BIEN 0 VOTOS 0&
MAL 4 VOTOS 100&
NO SÉ CUÁL ES EL PROBLEMA 0 VOTOS 0&
Recordar que esta semana coincidiendo con las eleciónes generales del 20-N la encuesta estará vinculada a este tema a si que ya sabéis a votar!
gracias por pariticipar en cuadernodeldavid.blogspot.com
viernes, 4 de noviembre de 2011
TOALLA
Aunque dice el refrán: "toallas, en la playa una, en el baño dos, y en el campo tres", lo cierto es que ya en el tocador de una dama romana del siglo II había gran número de ellas. Eran muy parecidas a las de hoy, de algodón teñido. Se utilizaban no sólo para tumbarse, sino también para secarse tras el baño, como muestran ciertos frescos pompeyanos hallados entre las ruinas de aquella ciudad romana que se tragó el Vesubio en el siglo I de nuestra Era.
Las buenas toallas antiguas se hacían de lino, y también de algodón. En Egipto, las utilizadas por el faraón se teñían de rojo subido, o de azul añil. sin embargo, la palabra misma no es de origen griego ni latino, sino bárbaro. Los pueblos europeos anteriores a la romanización ya la conocían. En aquellas culturas se utilizaban ciertos trozos de lienzo para secarse las manos, a los que llamaban tualia. Tenían un uso muy versátil, que heredó la Edad Media. Así, podían usarse como mantel, y también como servilleta. Eran muy apreciadas en el ajuar de una doncella casadera. Entre los regalos que ésta recibía, la toalla era uno de los más apreciados. Cierta dama madrileña del siglo XVI recibe como regalo muy especial y valioso "una tovalla de Holanda nueva, labrada". Pero mucho antes, en el Libro de Aleixandre, poema castellano del siglo XIII, se da a entender que la buena mesa no se concibe sin unas toallas que la cubran a guisa de manteles de vivos colores. De aquel tiempo
parece el dicho "tales barbas, tales tobayas", que era tanto como aseverar: a tales males, tamaños remedios. La toalla, pues, era una prenda cercana, del gusto de la época.
Las toallas del siglo XVI, las de lujo, eran de terciopelo, aunque las había también de lino. Su uso estaba extendido, ya que el dramaturgo Agustín Moreto, del siglo XVII, hace la siguiente relación de objetos sin los cuales no conviene emprender un viaje: toalla, espejo, cepillo y un libro de comedias, son cosas no excusadas...
Pero no todas las toallas eran de calidad. Juan Eugenio Hartzenbusch, comediógrafo español del siglo XVIII, pone en boca de un personaje la siguiente exclamación: ¡Ay, qué toalla...! ¡Cuando me enjugo el rostro, me lo ralla!
El triunfo de la industria toallera vino a finales del XIX, coincidiendo con la generalización de la preocupación por la limpieza y la higiene. Toallas de excelente felpa policromada, colocadas en artísticos bastidores en número de catorce, por tamaños y colores, eran cambiadas a diario en los hoteles neoyorquinos de principios de siglo. Así lo ordenaba la regulación del Departamento de Sanidad y de Turismo de aquel país. Desde entonces, la toalla no ha dejado de mejorar, convirtiéndose en uno de los cuatro objetos de uso imprescindible en la vida diaria de los hogares occidentales.
Las buenas toallas antiguas se hacían de lino, y también de algodón. En Egipto, las utilizadas por el faraón se teñían de rojo subido, o de azul añil. sin embargo, la palabra misma no es de origen griego ni latino, sino bárbaro. Los pueblos europeos anteriores a la romanización ya la conocían. En aquellas culturas se utilizaban ciertos trozos de lienzo para secarse las manos, a los que llamaban tualia. Tenían un uso muy versátil, que heredó la Edad Media. Así, podían usarse como mantel, y también como servilleta. Eran muy apreciadas en el ajuar de una doncella casadera. Entre los regalos que ésta recibía, la toalla era uno de los más apreciados. Cierta dama madrileña del siglo XVI recibe como regalo muy especial y valioso "una tovalla de Holanda nueva, labrada". Pero mucho antes, en el Libro de Aleixandre, poema castellano del siglo XIII, se da a entender que la buena mesa no se concibe sin unas toallas que la cubran a guisa de manteles de vivos colores. De aquel tiempo
parece el dicho "tales barbas, tales tobayas", que era tanto como aseverar: a tales males, tamaños remedios. La toalla, pues, era una prenda cercana, del gusto de la época.
Las toallas del siglo XVI, las de lujo, eran de terciopelo, aunque las había también de lino. Su uso estaba extendido, ya que el dramaturgo Agustín Moreto, del siglo XVII, hace la siguiente relación de objetos sin los cuales no conviene emprender un viaje: toalla, espejo, cepillo y un libro de comedias, son cosas no excusadas...
Pero no todas las toallas eran de calidad. Juan Eugenio Hartzenbusch, comediógrafo español del siglo XVIII, pone en boca de un personaje la siguiente exclamación: ¡Ay, qué toalla...! ¡Cuando me enjugo el rostro, me lo ralla!
El triunfo de la industria toallera vino a finales del XIX, coincidiendo con la generalización de la preocupación por la limpieza y la higiene. Toallas de excelente felpa policromada, colocadas en artísticos bastidores en número de catorce, por tamaños y colores, eran cambiadas a diario en los hoteles neoyorquinos de principios de siglo. Así lo ordenaba la regulación del Departamento de Sanidad y de Turismo de aquel país. Desde entonces, la toalla no ha dejado de mejorar, convirtiéndose en uno de los cuatro objetos de uso imprescindible en la vida diaria de los hogares occidentales.
LA VAJILLA Y SU HISTORIA
En la Antigüedad, fueron los babilonios los primeros en fabricar loza, tres mil años antes de nuestra Era; la cerámica en general, y los alfares en particular, son todavía más antiguos. Pero el concepto de vajilla, como colección de las diversas piezas que forman parte de un servicio de mesa preconcebido, aún no había nacido.
Se cuenta de Cleopatra, reina de Egipto, que tras ofrecer a Marco Antonio un suntuoso banquete de despedida, le regaló la vajilla de oro y los vasos de plata utilizados. Al parecer, de aquella cortesía procede la costumbre posterior de no comer dos veces en la misma vajilla en la que se había agasajado a un personaje principal.
En Roma, un senador fue desposeido de su rango por haber osado desplegar, en un banquete, una vajilla tan lujosa que superaba, el peso de sus piezas, los kilos de plata asignados a los de su clase. La vajilla era, de hecho, signo externo de preeminencia social.
En la China del siglo VI ya existían las valiosas vajillas de porcelana, pero la ausencia de contactos en época tan temprana hizo que no se conociera el producto en Occidente hasta siglos después.
En la España medieval, en zona musulmana, se introdujo la técnica de la fabricación de loza, ya casi olvidada, difundiéndose por el resto de la Península. Sin embargo, hacia el año 1000, documentos de la época hablan de "vajillas de madera para la Casa del Señor de Aragón", a un precio que, a pesar de la pobreza del material empleado, resultaba casi prohibitivo. En la Edad Media, pues, poseer una buena vajilla resultaba excepcional. Tan caro era que a menudo el rey prescindía de ella, lo que le sucedió en alguna ocasión a Enrique IV, que tuvo que solicitar de las Cortes de Burgos un impuesto extraordinario que se llamó "para la compra de vajilla del Rey Nuestro Señor". Sin embargo, el rey de Nápoles, coetáneamente, a finales del siglo XV, dio un banquete al de Aragón en el que la vajilla fue una de las protagonistas. Su despliegue ocupaba una pared lateral del amplísimo salón, donde se había situado un aparador con ochenta piezas de plata y otras tantas de oro: fuentes,
jarras, platos y copas. Junto a aquella riqueza había trescientos platos de loza, toda vez que la porcelana no había llegado aún a Occidente. Escudillas, tazas y jarritas para el vino. Todo el servicio, o vajilla, estaba pintado con los colores de la Corona de Aragón, sus famosas barras amarillas y rojas, y los comensales se sentaban a la mesa al son de pífanos y redobles de tambor.
En la España de Cervantes, la vajilla seguía siendo artículo de lujo. Se decía: "Más se envidia el vaso que el tasajo", refiriéndose a este hecho. Por lo general, el conjunto de platos y demás enseres relacionados con el servicio de mesa, recibía el nombre de "aparador". La palabra "vajilla", aunque se empleaba en Castilla a principios del siglo XVI, seguía teniendo cierto matiz culto. Era voz de origen valenciano, en cuya lengua vaixella, dió lugar al término.
La vajilla de porcelana no se introdujo en Europa hasta el siglo XVII, en que los ingleses tenían la exclusiva de su importación. La materia prima empleada en su elaboración sólo se encontraba entonces en China: el caolín. Esta substancia mineral, fundida con el feldespato a mil doscientos cincuenta grados daba la porcelana. Para referirse a una buena vajilla bastaba con decir que era china..., y la misma palabra sirvió durante mucho tiempo como sinónimo de vajilla de calidad.
Con el posterior hallazgo, tanto de la materia prima como de la tecnología, por parte de los europeos, la vajilla se abarató, generalizándose el uso. En efecto. Fue el barón Schnorr quien en 1698 descubrió en Sajonia el primer yacimiento de caolín de Europa. Sus coetáneos, también alemanes, von Schirnahaus y Johann Friedrich Böttger, pusieron a punto el proceso de fabricación de porcelana.
A partir del siglo XIX, y sobre todo del XX, materiales diversos han sido utilizados para su elaboración, haciendo del antaño artículo de uso suntuario, un artículo de consumo al alcance de todos
Se cuenta de Cleopatra, reina de Egipto, que tras ofrecer a Marco Antonio un suntuoso banquete de despedida, le regaló la vajilla de oro y los vasos de plata utilizados. Al parecer, de aquella cortesía procede la costumbre posterior de no comer dos veces en la misma vajilla en la que se había agasajado a un personaje principal.
En Roma, un senador fue desposeido de su rango por haber osado desplegar, en un banquete, una vajilla tan lujosa que superaba, el peso de sus piezas, los kilos de plata asignados a los de su clase. La vajilla era, de hecho, signo externo de preeminencia social.
En la China del siglo VI ya existían las valiosas vajillas de porcelana, pero la ausencia de contactos en época tan temprana hizo que no se conociera el producto en Occidente hasta siglos después.
En la España medieval, en zona musulmana, se introdujo la técnica de la fabricación de loza, ya casi olvidada, difundiéndose por el resto de la Península. Sin embargo, hacia el año 1000, documentos de la época hablan de "vajillas de madera para la Casa del Señor de Aragón", a un precio que, a pesar de la pobreza del material empleado, resultaba casi prohibitivo. En la Edad Media, pues, poseer una buena vajilla resultaba excepcional. Tan caro era que a menudo el rey prescindía de ella, lo que le sucedió en alguna ocasión a Enrique IV, que tuvo que solicitar de las Cortes de Burgos un impuesto extraordinario que se llamó "para la compra de vajilla del Rey Nuestro Señor". Sin embargo, el rey de Nápoles, coetáneamente, a finales del siglo XV, dio un banquete al de Aragón en el que la vajilla fue una de las protagonistas. Su despliegue ocupaba una pared lateral del amplísimo salón, donde se había situado un aparador con ochenta piezas de plata y otras tantas de oro: fuentes,
jarras, platos y copas. Junto a aquella riqueza había trescientos platos de loza, toda vez que la porcelana no había llegado aún a Occidente. Escudillas, tazas y jarritas para el vino. Todo el servicio, o vajilla, estaba pintado con los colores de la Corona de Aragón, sus famosas barras amarillas y rojas, y los comensales se sentaban a la mesa al son de pífanos y redobles de tambor.
En la España de Cervantes, la vajilla seguía siendo artículo de lujo. Se decía: "Más se envidia el vaso que el tasajo", refiriéndose a este hecho. Por lo general, el conjunto de platos y demás enseres relacionados con el servicio de mesa, recibía el nombre de "aparador". La palabra "vajilla", aunque se empleaba en Castilla a principios del siglo XVI, seguía teniendo cierto matiz culto. Era voz de origen valenciano, en cuya lengua vaixella, dió lugar al término.
La vajilla de porcelana no se introdujo en Europa hasta el siglo XVII, en que los ingleses tenían la exclusiva de su importación. La materia prima empleada en su elaboración sólo se encontraba entonces en China: el caolín. Esta substancia mineral, fundida con el feldespato a mil doscientos cincuenta grados daba la porcelana. Para referirse a una buena vajilla bastaba con decir que era china..., y la misma palabra sirvió durante mucho tiempo como sinónimo de vajilla de calidad.
Con el posterior hallazgo, tanto de la materia prima como de la tecnología, por parte de los europeos, la vajilla se abarató, generalizándose el uso. En efecto. Fue el barón Schnorr quien en 1698 descubrió en Sajonia el primer yacimiento de caolín de Europa. Sus coetáneos, también alemanes, von Schirnahaus y Johann Friedrich Böttger, pusieron a punto el proceso de fabricación de porcelana.
A partir del siglo XIX, y sobre todo del XX, materiales diversos han sido utilizados para su elaboración, haciendo del antaño artículo de uso suntuario, un artículo de consumo al alcance de todos
jueves, 3 de noviembre de 2011
CERILLAS
Las cerillas fueron conocidas por los chinos en el siglo VI. Eran una simple varilla con azufre que se prendía al contacto con la chispa.
En Occidente, los primeros experimentos tuvieron lugar en 1680, tras haberse descubierto el fósforo por el físico y químico inglés Robert Boyle, cuyo ayudante estuvo a punto de inventar las cerillas al impregnar en azufre varillas de madera que al ser friccionadas producían una llamita efímera. Pero el olor que desprendían era tan fétido, y tan venenosos los vapores, que aparte de ser caras entrañaban un peligro.
Justo un siglo después, en 1780, el físico holandés afincado en Inglaterra, Jan Ingenhousz, utilizó un producto al parecer nuevo: el fósforo, colocándolo en pequeños frascos en los que introducía un palito de madera que al ser friccionado se encendía. Estos fueron los precedentes de las cerillas, de las que ya se hablaba en 1805, cuando apareció en el Journal de L'Empire el fósforo como medio rápido de iniciar el fuego, advirtiéndose al mismo tiempo de su peligrosidad debido a que era una substancia en extremo inflamable. La idea de una astilla impregnada en azufre, como modo habitual de encender el fuego, surgió en 1800. Empezó a emplearse azufre en una mezcla de clorato potásico y azúcar. El primero en adoptarlas fue el capitán Manby, inventor de cohetes lanzasalvavidas, que utilizaba la mezcla como fuente de energía.
Pero las primeras cerillas, o fósforos, las comercializó en 1830, el químico inglés, Jones, en Londres, quien las llamó "cerillas de Prometeo", por ser este personaje, según la Mitología, el encargado de mantener el fuego sagrado. Se trataba de palillos enrollados en cuyo extremo había una pequeña cantidad de una mezcla de clorato potásico, azufre y azúcar; se vendían junto con una pequeña ampolla cerrada herméticamente, conteniendo ácido sulfúrico concentrado. La ampolla se rompía con una tenacilla y el ácido entraba en contacto con la mezcla, iniciando así la combustión. Era tarea muy pesada. Además, el ama de casa no estaba para aquellos experimentos. Así, cuando en 1827 el farmacéutico inglés John Walker vendía sus cerillas en la botica de su propiedad, tuvo más éxito. Su error fue no patentar el invento, como le había aconsejado que hiciera su amigo Faraday, inventor del motor eléctrico. A las cerillas de Walker se les había dado el nombre de "lucíferos", y como la
palabra recordaba a Lucifer, Príncipe de los Diablos, las gentes andaban escamadas, y se decían que todo hacía pensar en el Infierno.
Aquella cerillas estaban bastante avanzadas. Tenían una capa de sulfuro de antimonio y cloruro potásico, formando la masa una especie de pasta que se mantenía unida mediante cola; se prendían tras hacerlas pasar por una superficie de lija, o rascador. Pero no eran todo lo seguras que se exigía, y fueron por ello prohibidas en muchos sitios. Además, ocasionaban una pequeña detonación, y chisporroteaban al ser encendidas, lanzando a ambos lados parte de la materia inflamada, quemando vestidos y bigotes. Era necesario buscar otro sistema más conveniente y seguro.
Los fósforos definitivos aparecieron en Suecia hacia 1852, y unos años después el austriaco Krakowitz dio a las cabezas de los fósforos un aspecto metálico, recubriéndolas de una capita de sulfuro de plomo, sustituyendo la madera por un trenzado de fibras de algodón impregnadas en cera. El fósforo acababa de convertirse en cerilla.
Resulta asombroso que hasta principios del siglo pasado el sistema habitual de hacer fuego consistiera, como en la Edad de Piedra, en la utilización de yesca y pedernal. Pero también sorprende que se tardara tanto en inventar el encendedor automático, y el mechero, que sentenciaron a muerte a las cerillas, muy poco después.
En Occidente, los primeros experimentos tuvieron lugar en 1680, tras haberse descubierto el fósforo por el físico y químico inglés Robert Boyle, cuyo ayudante estuvo a punto de inventar las cerillas al impregnar en azufre varillas de madera que al ser friccionadas producían una llamita efímera. Pero el olor que desprendían era tan fétido, y tan venenosos los vapores, que aparte de ser caras entrañaban un peligro.
Justo un siglo después, en 1780, el físico holandés afincado en Inglaterra, Jan Ingenhousz, utilizó un producto al parecer nuevo: el fósforo, colocándolo en pequeños frascos en los que introducía un palito de madera que al ser friccionado se encendía. Estos fueron los precedentes de las cerillas, de las que ya se hablaba en 1805, cuando apareció en el Journal de L'Empire el fósforo como medio rápido de iniciar el fuego, advirtiéndose al mismo tiempo de su peligrosidad debido a que era una substancia en extremo inflamable. La idea de una astilla impregnada en azufre, como modo habitual de encender el fuego, surgió en 1800. Empezó a emplearse azufre en una mezcla de clorato potásico y azúcar. El primero en adoptarlas fue el capitán Manby, inventor de cohetes lanzasalvavidas, que utilizaba la mezcla como fuente de energía.
Pero las primeras cerillas, o fósforos, las comercializó en 1830, el químico inglés, Jones, en Londres, quien las llamó "cerillas de Prometeo", por ser este personaje, según la Mitología, el encargado de mantener el fuego sagrado. Se trataba de palillos enrollados en cuyo extremo había una pequeña cantidad de una mezcla de clorato potásico, azufre y azúcar; se vendían junto con una pequeña ampolla cerrada herméticamente, conteniendo ácido sulfúrico concentrado. La ampolla se rompía con una tenacilla y el ácido entraba en contacto con la mezcla, iniciando así la combustión. Era tarea muy pesada. Además, el ama de casa no estaba para aquellos experimentos. Así, cuando en 1827 el farmacéutico inglés John Walker vendía sus cerillas en la botica de su propiedad, tuvo más éxito. Su error fue no patentar el invento, como le había aconsejado que hiciera su amigo Faraday, inventor del motor eléctrico. A las cerillas de Walker se les había dado el nombre de "lucíferos", y como la
palabra recordaba a Lucifer, Príncipe de los Diablos, las gentes andaban escamadas, y se decían que todo hacía pensar en el Infierno.
Aquella cerillas estaban bastante avanzadas. Tenían una capa de sulfuro de antimonio y cloruro potásico, formando la masa una especie de pasta que se mantenía unida mediante cola; se prendían tras hacerlas pasar por una superficie de lija, o rascador. Pero no eran todo lo seguras que se exigía, y fueron por ello prohibidas en muchos sitios. Además, ocasionaban una pequeña detonación, y chisporroteaban al ser encendidas, lanzando a ambos lados parte de la materia inflamada, quemando vestidos y bigotes. Era necesario buscar otro sistema más conveniente y seguro.
Los fósforos definitivos aparecieron en Suecia hacia 1852, y unos años después el austriaco Krakowitz dio a las cabezas de los fósforos un aspecto metálico, recubriéndolas de una capita de sulfuro de plomo, sustituyendo la madera por un trenzado de fibras de algodón impregnadas en cera. El fósforo acababa de convertirse en cerilla.
Resulta asombroso que hasta principios del siglo pasado el sistema habitual de hacer fuego consistiera, como en la Edad de Piedra, en la utilización de yesca y pedernal. Pero también sorprende que se tardara tanto en inventar el encendedor automático, y el mechero, que sentenciaron a muerte a las cerillas, muy poco después.
RELOJ DE PULSERA
Un dicho antiguo asegura que "aquél que ignora la hora del día es como si caminara en la oscuridad". El metafórico símil no está mal traído, si hablamos del reloj. La obsesión por el tiempo es constante en la Historia. Y todas las civilizaciones, desde las más remotas, ham mostrado en época temprana, una preocupación por el paso del tiempo, y por la necesidad de acotarlo. Así, los japoneses celebran, desde el año 670, la que ellos denominan "fiesta del tiempo". ¿Qué se celebra...? Sencillamente...: la invención del reloj bajo el reinado del emperador Ten-Ji.
Pero si los relojes de agua, o clepsidras; de sol, o heliocronos; de arena o incluso de aceite aparecieron muy pronto en la Historia, los relojes mecánicos, y sobre todo el reloj de pulsera, tardaron en fabricarse. Se sabe que el reloj de ruedecillas lo inventó un papa: Silvestre II, en el año 947, cuando era monje en un monasterio francés. Era un artilugio sumamente pesado, apenas fiable, que atrasaba o adelantaba incluso un par de horas al día. Obviamente distaba mucho de ser un reloj de pulsera.
Parece que el primer reloj de uso personal, destinado a la muñeca de una dama, lo construyó en París el relojero del rey, Beaumarchais, en 1755; su destinataria era una señora muy de moda a la sazón: Madame de Pompadour. A este reloj se le podía dar cuerda mediante una ruedecita montada en el centro de la esfera. Cuando Beaumarchais (pseudónimo de Pierre A. Caron), llevó a cabo su obra, ya hacía veinte años que el relojero y astrónomo inglés G. Graham había fabricado su famoso cronómetro: nada menos que un reloj de pared portátil que daba las horas a campanazos, que fallaba más que acertaba, y del que la gente aseguraba que sólo dos veces al día andaba aquel artefacto acertado en lo que a determinar la verdadera hora se refería. A raíz del descubrimiento de Graham los franceses decían preferir el reloj de los beduinos, es decir, el gallo, porque despertaba a los camelleros a su hora, y que al final del trayecto podían comerse en pepitoria, si así lo deseaban.
En 1875 aparecieron en Madrid los primeros remontoirs, o relojes a los que se daba cuerda por la corona, y no como los anteriores, que se les daba mediante llave. Eran relojes de bolsillo, para hombres y mujeres. Pero desde luego, a nadie se le hubiera ocurrido ponerse un reloj en la muñeca, a pesar de que el francés A.L. Perrelet habíajugado con esa idea en 1775.
Los relojes pequeños y precisos fueron técnicamente posibles tras el invento del "pelo" por el inglés Hooke. Pero aunque se eliminaba el péndulo, los relojes no acababan de encontrar su hora, su momento, y al principio de nuestro siglo eran todavía de bolsillo. Sin embargo, a lo largo de las primeras décadas del XX empezó a ganar terreno el reloj de pulsera. Los primeros en su género fueron seguramente los creados por Luis Cartier, en 1904, para el aviador Santos-Dumont; el mismo año, el suizo Hans Wilsdorf, fundador de la firma Rolex, sacaba otro modelo de reloj de pulsera. Poco futuro auguraban a aquella novedad los fabricantes tradicionales de relojes, pero acabó por imponerse de una manera arrolladora, sobre todo entre los deportistas. En 1910 ya estaba en la calle el primer cronómetro de pulsera para los amantes de la vida deportiva. Rolex se había adelantado a todos. Y en 1919 el relojero norteamericano W. A. Morrison ya había confeccionado un reloj de cuarzo..., ingenioso y utilísimo invento que sin embargo no se comercializaría hasta medio siglo después. El primer reloj de pulsera fue patentado en 1924; se le podía dar cuerda de manera automática. Sus inventores, H. Cutte y J. Harwood, pensaron que tras esta innovación poco más cabía hacer. Se puso de moda obsequiar a las señoras con el nuevo artilugio, y empezaron las mujeres a aprender a leer la hora, cosa que por absurdo que parezca, no sabían hacer con rapidez ni facilidad. Era también una manera gentil y generosa de advertirles, a las damas, la necesidad de la puntualidad en las citas..., en las de amor, evidentemente..., que eran las que en aquel momento de la Historia interesaban a los caballeros.
De entonces a esta parte..., el reloj de pulsera ha experimentado cientos de transformaciones, teniéndose la absoluta certeza de que todavía nos queda por ver lo más apasionante, a pesar de existir el famoso Diamant Noir, especie de reloj joya, valorado en más de un millón de dólares, y que lleva la firma de Vacheron-Constantin. Y a pesar de existir el reloj parlante, el patentado como Voice Master VX 2, en 1987, conocido también por "la voz de su amo", ya que responde a la voz de su dueño cuando éste le pregunta la hora, o incluso si le pregunta por otra serie de cosas, como el número de su tarjeta de crédito, de cuenta bancaria, de teléfono..., y así hasta veintisiete órdenes más. Este sofisticado invento japonés no es ciencia ficción, sino que se comercializó con éxito en aquel país.
Pero si los relojes de agua, o clepsidras; de sol, o heliocronos; de arena o incluso de aceite aparecieron muy pronto en la Historia, los relojes mecánicos, y sobre todo el reloj de pulsera, tardaron en fabricarse. Se sabe que el reloj de ruedecillas lo inventó un papa: Silvestre II, en el año 947, cuando era monje en un monasterio francés. Era un artilugio sumamente pesado, apenas fiable, que atrasaba o adelantaba incluso un par de horas al día. Obviamente distaba mucho de ser un reloj de pulsera.
Parece que el primer reloj de uso personal, destinado a la muñeca de una dama, lo construyó en París el relojero del rey, Beaumarchais, en 1755; su destinataria era una señora muy de moda a la sazón: Madame de Pompadour. A este reloj se le podía dar cuerda mediante una ruedecita montada en el centro de la esfera. Cuando Beaumarchais (pseudónimo de Pierre A. Caron), llevó a cabo su obra, ya hacía veinte años que el relojero y astrónomo inglés G. Graham había fabricado su famoso cronómetro: nada menos que un reloj de pared portátil que daba las horas a campanazos, que fallaba más que acertaba, y del que la gente aseguraba que sólo dos veces al día andaba aquel artefacto acertado en lo que a determinar la verdadera hora se refería. A raíz del descubrimiento de Graham los franceses decían preferir el reloj de los beduinos, es decir, el gallo, porque despertaba a los camelleros a su hora, y que al final del trayecto podían comerse en pepitoria, si así lo deseaban.
En 1875 aparecieron en Madrid los primeros remontoirs, o relojes a los que se daba cuerda por la corona, y no como los anteriores, que se les daba mediante llave. Eran relojes de bolsillo, para hombres y mujeres. Pero desde luego, a nadie se le hubiera ocurrido ponerse un reloj en la muñeca, a pesar de que el francés A.L. Perrelet habíajugado con esa idea en 1775.
Los relojes pequeños y precisos fueron técnicamente posibles tras el invento del "pelo" por el inglés Hooke. Pero aunque se eliminaba el péndulo, los relojes no acababan de encontrar su hora, su momento, y al principio de nuestro siglo eran todavía de bolsillo. Sin embargo, a lo largo de las primeras décadas del XX empezó a ganar terreno el reloj de pulsera. Los primeros en su género fueron seguramente los creados por Luis Cartier, en 1904, para el aviador Santos-Dumont; el mismo año, el suizo Hans Wilsdorf, fundador de la firma Rolex, sacaba otro modelo de reloj de pulsera. Poco futuro auguraban a aquella novedad los fabricantes tradicionales de relojes, pero acabó por imponerse de una manera arrolladora, sobre todo entre los deportistas. En 1910 ya estaba en la calle el primer cronómetro de pulsera para los amantes de la vida deportiva. Rolex se había adelantado a todos. Y en 1919 el relojero norteamericano W. A. Morrison ya había confeccionado un reloj de cuarzo..., ingenioso y utilísimo invento que sin embargo no se comercializaría hasta medio siglo después. El primer reloj de pulsera fue patentado en 1924; se le podía dar cuerda de manera automática. Sus inventores, H. Cutte y J. Harwood, pensaron que tras esta innovación poco más cabía hacer. Se puso de moda obsequiar a las señoras con el nuevo artilugio, y empezaron las mujeres a aprender a leer la hora, cosa que por absurdo que parezca, no sabían hacer con rapidez ni facilidad. Era también una manera gentil y generosa de advertirles, a las damas, la necesidad de la puntualidad en las citas..., en las de amor, evidentemente..., que eran las que en aquel momento de la Historia interesaban a los caballeros.
De entonces a esta parte..., el reloj de pulsera ha experimentado cientos de transformaciones, teniéndose la absoluta certeza de que todavía nos queda por ver lo más apasionante, a pesar de existir el famoso Diamant Noir, especie de reloj joya, valorado en más de un millón de dólares, y que lleva la firma de Vacheron-Constantin. Y a pesar de existir el reloj parlante, el patentado como Voice Master VX 2, en 1987, conocido también por "la voz de su amo", ya que responde a la voz de su dueño cuando éste le pregunta la hora, o incluso si le pregunta por otra serie de cosas, como el número de su tarjeta de crédito, de cuenta bancaria, de teléfono..., y así hasta veintisiete órdenes más. Este sofisticado invento japonés no es ciencia ficción, sino que se comercializó con éxito en aquel país.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
NO A LAS GUERRAS
Para terminar hoy, y antes de irme a la cama, (puesto que actualizo al borde de la misma) quiero poneros la letra de una canción. Una canción que para mí es muy emotiva. Espero que lo lea quién lo dese pero espero que lo lean los que encañonan un arma.
Si pudiera olvidar
Todo aquello que fui
Si pudiera borrar
Todo lo que yo vi
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera explicar
Las vidas que quite
Si pudiera quemar
Las armas que use
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Prometo ver la alegría
Escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca mas
Usar la violencia
Si pudiera sembrar
Los campos que arrasé
Si pudiera devolver
La paz que quité
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera olvidar
Aquel llanto que oí
Si pudiera lograr
Apartarlo de mí
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Prometo ver la alegría
Escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca mas
Usar la violencia
Si pudiera olvidar
Todo aquello que fui
Si pudiera borrar
Todo lo que yo vi
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera explicar
Las vidas que quite
Si pudiera quemar
Las armas que use
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Prometo ver la alegría
Escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca mas
Usar la violencia
Si pudiera sembrar
Los campos que arrasé
Si pudiera devolver
La paz que quité
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Si pudiera olvidar
Aquel llanto que oí
Si pudiera lograr
Apartarlo de mí
No dudaría
No dudaría en volver a reír
Prometo ver la alegría
Escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca mas
Usar la violencia
TAZA DEL WATER
Seguimos narrando las historias de los objetos y alimentos que nos rodean y que seguramente nunca os habíais preguntado. Por fortuna está aquí cuadernodeldavid para resolver esas dudas.
Espero que tras la lectura de este post, no marchéis al water
Entre las instalaciones con que contaba el palacio real de Cnosos, en aquella talasocracia, o civilización del mar que fue la cultura cretense, figuraba, hace cuatro mil años, un retrete muy parecido al que utilizamos hoy. Contaba con canal de desagüe, cisterna y taza. Aludiendo a tan útil invento, el agudo humorista y gran escritor que fue Bernard Shaw, decía: "Sólo una sociedad muy refinada es capaz de pensar en estas cosas, y a la vez, ruborizarse al hablar de ellas".
Jonatan Swift, autor de los Viajes de Gulliver, escribió también un curioso opúsculo satírico, en 1731, que tituló Directions to Servants, en el que dirigiéndose a las criadas de servicio al respecto de la odiosa operación de vaciar los "vasos de noche", u orinales, recomienda: Trasladar el utensilio ostentosamente por la gran escalinata y en presencia de los otros sirvientes, y si alguien llama, abrir la puerta de la casa sosteniendo la vasija llena en la mano. Si hay algo que pueda conseguirlo, esto hará que vuestra señora se to me el trabajo de hacer sus necesidades en el sitio adecuado.
Aunque el alcantarillado de Londres, obra de Bazalgette, empezó a funcionar en 1860, el inodoro ya se conocía en 1597. Aquel año, su inventor, John Harington, escribió un opúsculo describiendo el funcionamiento de un water closet de válvula. Isabel I de Inglaterra tenía unas narices extremadamente sensibles, por lo que no toleraba malos olores, cosa que según sus biógrafos le atormentaba. Así pues, el "inodoro" parecía el más apropiado invento para ella. En su palacio de Richmond instaló Harington su invento. Aunque no fue Isabel I la primera en gozar de aquella comodidad, sino el propio Harington, ahijado de la Reina Virgen, hombre díscolo y lenguaraz, autor de cientos de poemas..., con lo que resultó que el inventor del water fue un poeta. Este Harington tuvo problemas con todo el mundo, y terminó siendo enviado al destierro, que cumplió en la ciudad de Bath. Fue allí donde instaló su inodoro. A su invento le puso un nombre sonoro, de resonancias clásicas, Ajax. Decía de su invento: "Se trata de una simple abertura en el suelo que no necesita pozo ciego, ya que una corriente de agua, controlada mediante una válvula, y un sistema de palancas, pesas y manivelas controlan a la cisterna para abrir y cerrar cierto dispositivo por el que corre..."
"¡Es una idea tentadora!", dijeron las azafatas de la reina, cuando fue instalado el water en palacio. Todas querían tener la oportunidad de comprobar su funcionamiento. Pero la nobleza se sintió poco atraída; seguían prefiriendo el bacín que, al grito de ¡agua va!, era vaciado en la calle.
Hasta 1775 no se patentó un W.C. de cisterna. Otro inglés, Alexander Cummings, lo hizo, aunque con malos resultados: goteaba. Tres años después retomó la idea Samuel Prosse, introduciendo una solución definitiva, la válvula esférica. De esa época es el famoso "retrete de Bramah".
En 1848 el Parlamento inglés aprobó un Acta de Salud Pública mediante la cual se obligaba a instalar en todas las casas que se construyesen a partir de aquella fecha, un inodoro, por lo conveniente de aquel "servicio"..., decía. Por lo que desde entonces se le llamó service al water al menos en los círculos de cierto refinamiento, mientras que en el campo se le seguía llamando water closet, o armario del agua..., por la cisterna. Los campesinos del mundo anglosajón seguían refiriéndose a él con un monosílabo: john, en recuerdo de John Harington, el noble inglés que lo inventó. Pocas habitaciones de la casa han recibido tantos nombres como el water. En España se prefirió referirse a él con los nombres de "excusado", por excusársele a quien abandonaba el salón por sobre-entenderse que se dirigía a ese cierto lugar excusado de decir. Con el término de "retrete" se aludía a un lugar muy privado, íntimo, donde toda compañía estaba desaconsejada.
En 1890 la taza del water había triunfado plenamente en toda Europa. Se hizo famoso un modelo, publicado aquel año en el catálogo de ventas de los grandes almacenes frecuentados por los elegantes. Se trataba del "modelo crisantemo", con reborde y tapa de madera pulimentada, y la taza de cerámica decorada con motivos florales alusivos a la planta de su nombre.
Espero que tras la lectura de este post, no marchéis al water
Entre las instalaciones con que contaba el palacio real de Cnosos, en aquella talasocracia, o civilización del mar que fue la cultura cretense, figuraba, hace cuatro mil años, un retrete muy parecido al que utilizamos hoy. Contaba con canal de desagüe, cisterna y taza. Aludiendo a tan útil invento, el agudo humorista y gran escritor que fue Bernard Shaw, decía: "Sólo una sociedad muy refinada es capaz de pensar en estas cosas, y a la vez, ruborizarse al hablar de ellas".
Jonatan Swift, autor de los Viajes de Gulliver, escribió también un curioso opúsculo satírico, en 1731, que tituló Directions to Servants, en el que dirigiéndose a las criadas de servicio al respecto de la odiosa operación de vaciar los "vasos de noche", u orinales, recomienda: Trasladar el utensilio ostentosamente por la gran escalinata y en presencia de los otros sirvientes, y si alguien llama, abrir la puerta de la casa sosteniendo la vasija llena en la mano. Si hay algo que pueda conseguirlo, esto hará que vuestra señora se to me el trabajo de hacer sus necesidades en el sitio adecuado.
Aunque el alcantarillado de Londres, obra de Bazalgette, empezó a funcionar en 1860, el inodoro ya se conocía en 1597. Aquel año, su inventor, John Harington, escribió un opúsculo describiendo el funcionamiento de un water closet de válvula. Isabel I de Inglaterra tenía unas narices extremadamente sensibles, por lo que no toleraba malos olores, cosa que según sus biógrafos le atormentaba. Así pues, el "inodoro" parecía el más apropiado invento para ella. En su palacio de Richmond instaló Harington su invento. Aunque no fue Isabel I la primera en gozar de aquella comodidad, sino el propio Harington, ahijado de la Reina Virgen, hombre díscolo y lenguaraz, autor de cientos de poemas..., con lo que resultó que el inventor del water fue un poeta. Este Harington tuvo problemas con todo el mundo, y terminó siendo enviado al destierro, que cumplió en la ciudad de Bath. Fue allí donde instaló su inodoro. A su invento le puso un nombre sonoro, de resonancias clásicas, Ajax. Decía de su invento: "Se trata de una simple abertura en el suelo que no necesita pozo ciego, ya que una corriente de agua, controlada mediante una válvula, y un sistema de palancas, pesas y manivelas controlan a la cisterna para abrir y cerrar cierto dispositivo por el que corre..."
"¡Es una idea tentadora!", dijeron las azafatas de la reina, cuando fue instalado el water en palacio. Todas querían tener la oportunidad de comprobar su funcionamiento. Pero la nobleza se sintió poco atraída; seguían prefiriendo el bacín que, al grito de ¡agua va!, era vaciado en la calle.
Hasta 1775 no se patentó un W.C. de cisterna. Otro inglés, Alexander Cummings, lo hizo, aunque con malos resultados: goteaba. Tres años después retomó la idea Samuel Prosse, introduciendo una solución definitiva, la válvula esférica. De esa época es el famoso "retrete de Bramah".
En 1848 el Parlamento inglés aprobó un Acta de Salud Pública mediante la cual se obligaba a instalar en todas las casas que se construyesen a partir de aquella fecha, un inodoro, por lo conveniente de aquel "servicio"..., decía. Por lo que desde entonces se le llamó service al water al menos en los círculos de cierto refinamiento, mientras que en el campo se le seguía llamando water closet, o armario del agua..., por la cisterna. Los campesinos del mundo anglosajón seguían refiriéndose a él con un monosílabo: john, en recuerdo de John Harington, el noble inglés que lo inventó. Pocas habitaciones de la casa han recibido tantos nombres como el water. En España se prefirió referirse a él con los nombres de "excusado", por excusársele a quien abandonaba el salón por sobre-entenderse que se dirigía a ese cierto lugar excusado de decir. Con el término de "retrete" se aludía a un lugar muy privado, íntimo, donde toda compañía estaba desaconsejada.
En 1890 la taza del water había triunfado plenamente en toda Europa. Se hizo famoso un modelo, publicado aquel año en el catálogo de ventas de los grandes almacenes frecuentados por los elegantes. Se trataba del "modelo crisantemo", con reborde y tapa de madera pulimentada, y la taza de cerámica decorada con motivos florales alusivos a la planta de su nombre.
GRAN IDEA
Por fortuna, día a día la tecnología avanza pero a bien.
El móvil que permite a los ciegos 'leer' los prospectos
"Paracetamol. 650 miligramos. 40 comprimidos. Se utiliza para el tratamiento
sintomático del dolor de intensidad leve o moderada. Dosis máxima tres
comprimidos al día. Fecha de caducidad, julio de 2011». Esa sería la
información que una persona invidente escucharía en su teléfono móvil al
acercarlo a la caja de medicamentos que tiene en su mesilla de noche. Algo
posible gracias a la iniciativa de un grupo de alumnos del Club de
Innovación de la Universidad Pontificia que, utilizando la tecnología NFC,
ha creado el programa PharmaFábula.
El funcionamiento de este programa es sencillo. La persona invidente tiene
que tener un teléfono móvil con cámara de fotos o con tecnología NFC (Near
Field Communication) que, pese a ser relativamente nueva, ya se encuentra en
muchos de los dispositivos que Nokia o Samsumg venden en la actualidad y
cuyo funcionamiento es similar al bluetooth.
En la oficina de farmacia donde adquiera el medicamento, el farmacéutico
sacará una etiqueta identificativa de ese fármaco concreto y en el ordenador
puede añadir la información que considere pertinente a la misma, puesto que
el archivo se guardará en un servidor. Esa acción permite personalizar el
medicamento, así como su posología. Dicho archivo será enviado al teléfono
móvil y, cada vez que el usuario acerque el dispositivo a la caja, el
aparato reconocerá la etiqueta identificativa y reproducirá la información
almacenada en el archivo sonoro.
El potencial de esta tecnología, que puede ser utilizada por otros
colectivos como las personas mayores, es tan grande, que sirve para más
utilidades en las que ya trabaja la Pontificia.
La idea original fue de Fernando Fernández Fidalgo, quien el año pasado fue
designado uno de los 100 talentos europeos en el Foro de Emprendedores 2009,
que promueve el Comité de las Regiones de la Unión Europea y del Programa
'Youth in Action' de la Dirección General para la Educación y Cultura de la
Comisión Europea. Sin embargo, en el desarrollo también ha intervenido José
María Pérez Ramos, y han contado con el apoyo de la profesora Montserrat
Sánchez y el ingeniero del CPD de la Universidad Pontificia, Juan Agustín
Fraile Nieto.
Ellos forman parte del Club de Innovación que tiene la Universidad
Pontificia desde hace 5 años. Esta iniciativa permite a los alumnos
desarrollar un proyecto durante el curso académico y obtener una formación
más exhaustiva en las tecnologías que utilizan mientras estudian la carrera.
A cambio, deben comprometerse a desarrollar su proyecto, trabajando en grupo
y bajo la supervisión de un tutor, en nueve meses.
PharmaFabula permite la identificación de cualquier medicamento puesto que
puede "asociar un archivo de audio a cada caja, con la opción de que sea muy
personalizada para cada paciente", explica Miguel Ángel Sánchez, director
del proyecto.
Para personalizar el medicamento, el farmacéutico puede utilizar la
aplicación FabulaWriter para escribir la descripción de la medicina y
enviarlo a FabulaServer, que convierte el texto a voz y lo guarda. A
continuación, calcula el ID associtated a la medicina, la imprime y se
coloca en la caja, normalmente junto al código de barras.
Cuando el usuario invidente utiliza el móvil para leer la etiqueta, bien sea
en la farmacia o en su casa, el aparato se conecta utilizando la tecnología
3G o el wifi con FabulaServer y se descarga el archivo multimedia asociado a
esa medicina, con los datos personalizados.
Además, para las personas que no tengan un teléfono con tecnología NFC,
también sirve una etiqueta bidimensional, que puede ser leída por la cámara
de fotos de cualquier teléfono móvil, y cuyo funcionamiento es idéntico. El
único problema para utilizar este sistema es que aumenta la dificultad para
las personas invidentes a la hora de tener que enfocar con la cámara
directamente a toda la pegatina bidimensional.
"Tenemos un producto de mucha utilidad, creado con tecnología que se
encuentra con facilidad, barato y muy práctico", explica el director de un
proyecto que en los próximos meses será sometido a una experiencia piloto en
distintas farmacias de Salamanca, gracias al interés del Colegio de
Farmacéuticos y la ONCE.
El primer paso de este grupo de trabajo consistirá en seleccionar la
información de los prospectos que llevan todas las medicinas que se quiere
dar al usuario invidente y centralizarla en una página web para facilitar su
uso. De esta forma, se obtendrán datos reales de su funcionamiento y del
coste de su implantación.
Los creadores de PharmaFabula creen que la iniciativa también supone un
valor añadido "para las oficinas de farmacia que lo implanten, puesto que es
una tecnología para personas invidentes pero también para los mayores que
puedan tener alguna dificultad", asegura el director del proyecto Miguel
Ángel Sánchez.
Desde ese punto de vista, siempre es más cómodo "oír un archivo de audio que
leer la letra diminuta de un prospecto, con demasiada información
especializada. Las farmacias que se incorporen tendrán una ventaja en un
mercado competitivo sobre las que no lo hagan", afirma su responsable. Por
otra parte, la implantación en serie de las etiquetas inteligentes por parte
de la industria farmacéutica conllevaría "una reducción muy importante de
costes, aunque eliminaría la fase de personalización del medicamento.
Además, en estos momentos en los que se está trabajando con muchos
medicamentos genéricos, aquellas que lo implanten, tendrán un distintivo
sobre las que no lo utilicen. El coste sería de céntimos para una
diferenciación en el mercado muy importante", explica el director del
proyecto.
El desarrollo de PharmaFábula, cuyo coste no ha superado los 60.000 euros,
es una realidad. Fernando Sánchez-Guijo es el jefe de servicios sociales de
la ONCE en Salamanca y ya ha probado el funcionamiento de PharmaFabula.
Considera que esta aplicación supone para los invidentes «la eliminación de
una barrera más, que es extrapolable a otros colectivos como las personas
mayores, o con vista cansada. Facilita el acceso a los medicamentos y a la
información verdaderamente importante, como la posología, la fecha de
caducidad, el modo de toma, de conservación, de manera muy rápida y ágil, a
un coste ínfimo», indica. Fernando Sánchez-Guijo reconoce que pese a contar
con la tecnología, estos procesos son «largos y tediosos» porque se depende
de la financiación.
El trabajo de la Pontificia ha contado con el respaldo de los técnicos del
CIDAT de la ONCE y de la sede administrativa en Salamanca. "Tenemos un
producto competitivo, factible, que no conlleva ningún coste y que soluciona
de forma muy sencilla un problema", asegura Sánchez-Guijo.
El móvil que permite a los ciegos 'leer' los prospectos
"Paracetamol. 650 miligramos. 40 comprimidos. Se utiliza para el tratamiento
sintomático del dolor de intensidad leve o moderada. Dosis máxima tres
comprimidos al día. Fecha de caducidad, julio de 2011». Esa sería la
información que una persona invidente escucharía en su teléfono móvil al
acercarlo a la caja de medicamentos que tiene en su mesilla de noche. Algo
posible gracias a la iniciativa de un grupo de alumnos del Club de
Innovación de la Universidad Pontificia que, utilizando la tecnología NFC,
ha creado el programa PharmaFábula.
El funcionamiento de este programa es sencillo. La persona invidente tiene
que tener un teléfono móvil con cámara de fotos o con tecnología NFC (Near
Field Communication) que, pese a ser relativamente nueva, ya se encuentra en
muchos de los dispositivos que Nokia o Samsumg venden en la actualidad y
cuyo funcionamiento es similar al bluetooth.
En la oficina de farmacia donde adquiera el medicamento, el farmacéutico
sacará una etiqueta identificativa de ese fármaco concreto y en el ordenador
puede añadir la información que considere pertinente a la misma, puesto que
el archivo se guardará en un servidor. Esa acción permite personalizar el
medicamento, así como su posología. Dicho archivo será enviado al teléfono
móvil y, cada vez que el usuario acerque el dispositivo a la caja, el
aparato reconocerá la etiqueta identificativa y reproducirá la información
almacenada en el archivo sonoro.
El potencial de esta tecnología, que puede ser utilizada por otros
colectivos como las personas mayores, es tan grande, que sirve para más
utilidades en las que ya trabaja la Pontificia.
La idea original fue de Fernando Fernández Fidalgo, quien el año pasado fue
designado uno de los 100 talentos europeos en el Foro de Emprendedores 2009,
que promueve el Comité de las Regiones de la Unión Europea y del Programa
'Youth in Action' de la Dirección General para la Educación y Cultura de la
Comisión Europea. Sin embargo, en el desarrollo también ha intervenido José
María Pérez Ramos, y han contado con el apoyo de la profesora Montserrat
Sánchez y el ingeniero del CPD de la Universidad Pontificia, Juan Agustín
Fraile Nieto.
Ellos forman parte del Club de Innovación que tiene la Universidad
Pontificia desde hace 5 años. Esta iniciativa permite a los alumnos
desarrollar un proyecto durante el curso académico y obtener una formación
más exhaustiva en las tecnologías que utilizan mientras estudian la carrera.
A cambio, deben comprometerse a desarrollar su proyecto, trabajando en grupo
y bajo la supervisión de un tutor, en nueve meses.
PharmaFabula permite la identificación de cualquier medicamento puesto que
puede "asociar un archivo de audio a cada caja, con la opción de que sea muy
personalizada para cada paciente", explica Miguel Ángel Sánchez, director
del proyecto.
Para personalizar el medicamento, el farmacéutico puede utilizar la
aplicación FabulaWriter para escribir la descripción de la medicina y
enviarlo a FabulaServer, que convierte el texto a voz y lo guarda. A
continuación, calcula el ID associtated a la medicina, la imprime y se
coloca en la caja, normalmente junto al código de barras.
Cuando el usuario invidente utiliza el móvil para leer la etiqueta, bien sea
en la farmacia o en su casa, el aparato se conecta utilizando la tecnología
3G o el wifi con FabulaServer y se descarga el archivo multimedia asociado a
esa medicina, con los datos personalizados.
Además, para las personas que no tengan un teléfono con tecnología NFC,
también sirve una etiqueta bidimensional, que puede ser leída por la cámara
de fotos de cualquier teléfono móvil, y cuyo funcionamiento es idéntico. El
único problema para utilizar este sistema es que aumenta la dificultad para
las personas invidentes a la hora de tener que enfocar con la cámara
directamente a toda la pegatina bidimensional.
"Tenemos un producto de mucha utilidad, creado con tecnología que se
encuentra con facilidad, barato y muy práctico", explica el director de un
proyecto que en los próximos meses será sometido a una experiencia piloto en
distintas farmacias de Salamanca, gracias al interés del Colegio de
Farmacéuticos y la ONCE.
El primer paso de este grupo de trabajo consistirá en seleccionar la
información de los prospectos que llevan todas las medicinas que se quiere
dar al usuario invidente y centralizarla en una página web para facilitar su
uso. De esta forma, se obtendrán datos reales de su funcionamiento y del
coste de su implantación.
Los creadores de PharmaFabula creen que la iniciativa también supone un
valor añadido "para las oficinas de farmacia que lo implanten, puesto que es
una tecnología para personas invidentes pero también para los mayores que
puedan tener alguna dificultad", asegura el director del proyecto Miguel
Ángel Sánchez.
Desde ese punto de vista, siempre es más cómodo "oír un archivo de audio que
leer la letra diminuta de un prospecto, con demasiada información
especializada. Las farmacias que se incorporen tendrán una ventaja en un
mercado competitivo sobre las que no lo hagan", afirma su responsable. Por
otra parte, la implantación en serie de las etiquetas inteligentes por parte
de la industria farmacéutica conllevaría "una reducción muy importante de
costes, aunque eliminaría la fase de personalización del medicamento.
Además, en estos momentos en los que se está trabajando con muchos
medicamentos genéricos, aquellas que lo implanten, tendrán un distintivo
sobre las que no lo utilicen. El coste sería de céntimos para una
diferenciación en el mercado muy importante", explica el director del
proyecto.
El desarrollo de PharmaFábula, cuyo coste no ha superado los 60.000 euros,
es una realidad. Fernando Sánchez-Guijo es el jefe de servicios sociales de
la ONCE en Salamanca y ya ha probado el funcionamiento de PharmaFabula.
Considera que esta aplicación supone para los invidentes «la eliminación de
una barrera más, que es extrapolable a otros colectivos como las personas
mayores, o con vista cansada. Facilita el acceso a los medicamentos y a la
información verdaderamente importante, como la posología, la fecha de
caducidad, el modo de toma, de conservación, de manera muy rápida y ágil, a
un coste ínfimo», indica. Fernando Sánchez-Guijo reconoce que pese a contar
con la tecnología, estos procesos son «largos y tediosos» porque se depende
de la financiación.
El trabajo de la Pontificia ha contado con el respaldo de los técnicos del
CIDAT de la ONCE y de la sede administrativa en Salamanca. "Tenemos un
producto competitivo, factible, que no conlleva ningún coste y que soluciona
de forma muy sencilla un problema", asegura Sánchez-Guijo.
SERVILLETA
Tras una de salchichas, vamos a limpiarnos con la servilleta.
En el antiguo Egipto no era pensable un banquete en el entorno del faraón sin la presencia de la servilleta en la mesa. De aquella civilización tomaron griegos y romanos la costumbre de su uso. La inexistencia del tenedor, y la consecuente necesidad de limpiarse los dedos de las manos, hacían de ella una prenda necesaria. Las primeras servilletas eran meros trozos de lienzo grandes, más parecidos a una toalla que a la servilleta que hoy entendemos por tal.
Pero además de su primer uso, la servilleta sirvió para otros menesteres, relacionados también con el entorno de la mesa. Así, en la Roma del rey Tarquinio el Soberbio, hace dos mil seiscientos años, la servilleta servía para envolver en ella los regalos que el anfitrión hacía a sus huéspedes. Era mala educación dejar sobras en la mesa, por lo que se animaba a los invitados a llevarse a casa la carne, la fruta y las golosinas restantes. Era una grosería salir con las manos vacías..., exactamente lo contrario de lo que hoy sucede.
En la España de los Siglos de Oro, la servilleta, que ya se llamaba así, era prenda habitual en la mesa. Algunos la denominaban "pañizuelo de manos", para distinguirla de los "pañizuelos de narices", que eran los pañuelos moqueros. Parece que su uso, e incluso el nombre, lo introdujeron en España los caballeros flamencos que vinieron con el emperador Carlos V. La palabra derivó de la voz flamenca servete, con el significado de pequeño mantel.
En el viejo latín, la voz mantelia designó tanto a la servilleta como al mantel, ya que de hecho el mantel se utilizaba como servilleta, de ahí que fuera tan holgado y amplio por los lados, costumbre que subsiste. Era para que con los picos, los comensales se limpiaran la boca y las manos.
La servilleta se hizo imprescindible en la Europa del siglo XVII, cobrando un mayor auge en Italia, donde hacia 1680 se conocían veintiséis maneras de doblarla, entre ellas la que adoptaba la forma del arca de Noé, para los clérigos; de gallina, para los nobles; de polluelos, para las mujeres..., y así otras veintitrés más. Todo tenía un simbolismo implícito que los interesados conocían.
Con la generalización del uso del tenedor, la toalla de mesa fue reduciendo su tamaño. La servilleta se conservó, pero sólo para llevársela a la comisura de los labios en un gesto displicente que no tardó en convertirse en lenguaje cifrado entre amantes y enamorados.
En el folclore inglés se inició, por un sastre del siglo XVIII llamado Doily, la costumbre de rodear los bordes de la servilleta de un par de dedos de encaje: era la servilleta de postre. No tardó en convertirse en pañuelo, e incluso en lucirse en el bolsillo superior de la casaca.
Pero esa, la del pañuelo, es otra historia.
En el antiguo Egipto no era pensable un banquete en el entorno del faraón sin la presencia de la servilleta en la mesa. De aquella civilización tomaron griegos y romanos la costumbre de su uso. La inexistencia del tenedor, y la consecuente necesidad de limpiarse los dedos de las manos, hacían de ella una prenda necesaria. Las primeras servilletas eran meros trozos de lienzo grandes, más parecidos a una toalla que a la servilleta que hoy entendemos por tal.
Pero además de su primer uso, la servilleta sirvió para otros menesteres, relacionados también con el entorno de la mesa. Así, en la Roma del rey Tarquinio el Soberbio, hace dos mil seiscientos años, la servilleta servía para envolver en ella los regalos que el anfitrión hacía a sus huéspedes. Era mala educación dejar sobras en la mesa, por lo que se animaba a los invitados a llevarse a casa la carne, la fruta y las golosinas restantes. Era una grosería salir con las manos vacías..., exactamente lo contrario de lo que hoy sucede.
En la España de los Siglos de Oro, la servilleta, que ya se llamaba así, era prenda habitual en la mesa. Algunos la denominaban "pañizuelo de manos", para distinguirla de los "pañizuelos de narices", que eran los pañuelos moqueros. Parece que su uso, e incluso el nombre, lo introdujeron en España los caballeros flamencos que vinieron con el emperador Carlos V. La palabra derivó de la voz flamenca servete, con el significado de pequeño mantel.
En el viejo latín, la voz mantelia designó tanto a la servilleta como al mantel, ya que de hecho el mantel se utilizaba como servilleta, de ahí que fuera tan holgado y amplio por los lados, costumbre que subsiste. Era para que con los picos, los comensales se limpiaran la boca y las manos.
La servilleta se hizo imprescindible en la Europa del siglo XVII, cobrando un mayor auge en Italia, donde hacia 1680 se conocían veintiséis maneras de doblarla, entre ellas la que adoptaba la forma del arca de Noé, para los clérigos; de gallina, para los nobles; de polluelos, para las mujeres..., y así otras veintitrés más. Todo tenía un simbolismo implícito que los interesados conocían.
Con la generalización del uso del tenedor, la toalla de mesa fue reduciendo su tamaño. La servilleta se conservó, pero sólo para llevársela a la comisura de los labios en un gesto displicente que no tardó en convertirse en lenguaje cifrado entre amantes y enamorados.
En el folclore inglés se inició, por un sastre del siglo XVIII llamado Doily, la costumbre de rodear los bordes de la servilleta de un par de dedos de encaje: era la servilleta de postre. No tardó en convertirse en pañuelo, e incluso en lucirse en el bolsillo superior de la casaca.
Pero esa, la del pañuelo, es otra historia.
SALCHICHAS
Que tal si nos hacemos un bocata de salchichas?
Cuadernodeldavid te invita a ello.
Pocos alimentos cárnicos elaborados son tan antiguos como la salchicha. Los habitantes de Babilonia la preparaban, hace casi cuatro mil años, rellenando las tripas de un animal, generalmente el cerdo, con carnes muy especiadas. Era uno de sus alimentos más exquisitos.
También los griegos clásicos fueron aficionados a este embutido, si bien la salchicha griega difería mucho de la babilonia en su elaboración. Los griegos la llamaban orya. Homero, en su Odisea, describe la impaciencia sentida por el hombre de su tiempo ante este delicioso alimento:
"Cuando un hombre junto a la lumbre rellena una salchicha de grasa y sangre, y la vuelve de un lado a otro, lo que espera es únicamente que tarde poco en asarse".
No sorprende que la afición de los griegos por la comida en general, y la salchicha, en particular, generalmente de cerdo, fuera desmedida. Tanto era así que junto a la lista de las siete maravillas del mundo o los siete sabios de Grecia, tenían ellos la lista de los siete cocineros más eminentes de la historia, entre los que se incluía al gran Aftómates de Corinto, inventor de la morcilla. Morcillas y salchichas hicieron las delicias de los clásicos grecolatinos. Fueron también platos muy ensalzados en la Roma clásica. El más antiguo libro de cocina conocido, del siglo II, asegura que en las fiestas lupercales, celebradas a partir del día 15 de febrero en honor a Lupercus, dios de los pastores, los adolescentes eran introducidos en la vida adulta mediante un rito en el cual la salchicha no sólo tenía un papel culinario que jugar, sino que solía irse mucho más allá en su simbolismo. No es necesario que seamos más explícitos, ya que el lector sabrá poner los detalles que
aquí no se describen. Este abuso de la salchicha motivó Que la Iglesia, una vez alcanzó status oficial, prohibiera su consumo, por considerar a este rico embutido un producto de connotaciones pecaminosas. Y tal fue la animadversión ejercida contra la salchicha que el emperador Constantino prohibió su fabricación y consumo por decreto. Al mismo tiempo se prohibía la celebración de las fiestas lupercales, herederas de tradiciones y costumbres de un mundo pagano que empezaba a hundirse en el recuerdo. Las Lupercalia habían sido precisamente las grandes fiestas, el gran festival de la salchicha.
Pero a pesar de las prohibiciones imperiales no logró desterrarse el consumo, y seguían fabricándose salchichas, aunque en la clandestinidad, alcanzando la salchicha el status de alimento proscrito, con lo que adquirió el atractivo de todo lo prohibido.
Fue del término latino, salsus, de donde derivó la palabra castellana, así como la de la mayoría de los idiomas europeos. La salchicha romana era muy parecida a la griega, incluso en el sistema de elaboración. También la salchicha medieval, aunque ésta era más gruesa, algo más amorcillada, y con mucho más condimento, dada la peor calidad de las carnes en aquella edad, a menudo incluso putrefacta, que convenía tapar con el poderoso ingrediente de las especias en abundancia.
A lo largo de la Edad Media continuó la evolución lenta de esta pieza reina del embutido, hasta alcanzar la forma definitiva que tiene en nuestros días.
Las recetas para su elaboración eran una especie de tesoro familiar que se pasaban unas generaciones a otras con gran secreto; a menudo, la imitación o robo de una receta provocaba serias disputas entre distintos clanes de carniceros. En el gremio de estos artesanos robar la receta de la salchicha de un carnicero en particular, por otro, estaba considerado como causa de deshonor, y se podía incluso perder la licencia para practicar la profesión. Con las salchichas no se podíajugar...: era cosa demasiado seria, sobre todo en la Europa del área germánica.
La salchicha mediterránea estaba elaborada exclusivamente con carne. Otras, como la escocesa, tenían mitad de carne y mitad de harina de avena embutida. En los países mediterráneos, como alternativa a la tradicional salchicha blanca alemana, o a su variedad inglesa, nació la salchicha seca, capaz de aguantar las condiciones de los climas cálidos.
En el año 1852, el gremio de carniceros de la ciudad alemana de Frankfurt presentó una salchicha especial, ahumada, que se embutía en una tripa delgada casi transparente, a duras penas visible. Pusieron al invento el nombre de la ciudad, sugerencia de un ingenioso carnicero que pensó que aquella simpática salchicha podría popularizar en todo el mundo el nombre de su ciudad.
Otro avispado carnicero alemán, no menos ingenioso, bautizó su salchicha con el nombre de la raza de su perro, especializado en la caza de tejones, un dachshund. Aquella salchichas alemanas quedaría ligada a aquel perrito que llegaría a los Estados Unidos en forma de bocadillo y que por servirse caliente daría lugar al popular nombre de "perrito caliente", el conocido hot dog, popularizado a partir de 1906 gracias a Harry Stevens, un humilde vendedor de bocadillos y refrescos que consiguió una concesión de venta en los estadios durante los partidos de beisbol, y que pregonaba su suculenta mercancía sorprendiendo a los aficionados con un nuevo producto: el perrito caliente.
Se los quitaban de las manos.
Cuadernodeldavid te invita a ello.
Pocos alimentos cárnicos elaborados son tan antiguos como la salchicha. Los habitantes de Babilonia la preparaban, hace casi cuatro mil años, rellenando las tripas de un animal, generalmente el cerdo, con carnes muy especiadas. Era uno de sus alimentos más exquisitos.
También los griegos clásicos fueron aficionados a este embutido, si bien la salchicha griega difería mucho de la babilonia en su elaboración. Los griegos la llamaban orya. Homero, en su Odisea, describe la impaciencia sentida por el hombre de su tiempo ante este delicioso alimento:
"Cuando un hombre junto a la lumbre rellena una salchicha de grasa y sangre, y la vuelve de un lado a otro, lo que espera es únicamente que tarde poco en asarse".
No sorprende que la afición de los griegos por la comida en general, y la salchicha, en particular, generalmente de cerdo, fuera desmedida. Tanto era así que junto a la lista de las siete maravillas del mundo o los siete sabios de Grecia, tenían ellos la lista de los siete cocineros más eminentes de la historia, entre los que se incluía al gran Aftómates de Corinto, inventor de la morcilla. Morcillas y salchichas hicieron las delicias de los clásicos grecolatinos. Fueron también platos muy ensalzados en la Roma clásica. El más antiguo libro de cocina conocido, del siglo II, asegura que en las fiestas lupercales, celebradas a partir del día 15 de febrero en honor a Lupercus, dios de los pastores, los adolescentes eran introducidos en la vida adulta mediante un rito en el cual la salchicha no sólo tenía un papel culinario que jugar, sino que solía irse mucho más allá en su simbolismo. No es necesario que seamos más explícitos, ya que el lector sabrá poner los detalles que
aquí no se describen. Este abuso de la salchicha motivó Que la Iglesia, una vez alcanzó status oficial, prohibiera su consumo, por considerar a este rico embutido un producto de connotaciones pecaminosas. Y tal fue la animadversión ejercida contra la salchicha que el emperador Constantino prohibió su fabricación y consumo por decreto. Al mismo tiempo se prohibía la celebración de las fiestas lupercales, herederas de tradiciones y costumbres de un mundo pagano que empezaba a hundirse en el recuerdo. Las Lupercalia habían sido precisamente las grandes fiestas, el gran festival de la salchicha.
Pero a pesar de las prohibiciones imperiales no logró desterrarse el consumo, y seguían fabricándose salchichas, aunque en la clandestinidad, alcanzando la salchicha el status de alimento proscrito, con lo que adquirió el atractivo de todo lo prohibido.
Fue del término latino, salsus, de donde derivó la palabra castellana, así como la de la mayoría de los idiomas europeos. La salchicha romana era muy parecida a la griega, incluso en el sistema de elaboración. También la salchicha medieval, aunque ésta era más gruesa, algo más amorcillada, y con mucho más condimento, dada la peor calidad de las carnes en aquella edad, a menudo incluso putrefacta, que convenía tapar con el poderoso ingrediente de las especias en abundancia.
A lo largo de la Edad Media continuó la evolución lenta de esta pieza reina del embutido, hasta alcanzar la forma definitiva que tiene en nuestros días.
Las recetas para su elaboración eran una especie de tesoro familiar que se pasaban unas generaciones a otras con gran secreto; a menudo, la imitación o robo de una receta provocaba serias disputas entre distintos clanes de carniceros. En el gremio de estos artesanos robar la receta de la salchicha de un carnicero en particular, por otro, estaba considerado como causa de deshonor, y se podía incluso perder la licencia para practicar la profesión. Con las salchichas no se podíajugar...: era cosa demasiado seria, sobre todo en la Europa del área germánica.
La salchicha mediterránea estaba elaborada exclusivamente con carne. Otras, como la escocesa, tenían mitad de carne y mitad de harina de avena embutida. En los países mediterráneos, como alternativa a la tradicional salchicha blanca alemana, o a su variedad inglesa, nació la salchicha seca, capaz de aguantar las condiciones de los climas cálidos.
En el año 1852, el gremio de carniceros de la ciudad alemana de Frankfurt presentó una salchicha especial, ahumada, que se embutía en una tripa delgada casi transparente, a duras penas visible. Pusieron al invento el nombre de la ciudad, sugerencia de un ingenioso carnicero que pensó que aquella simpática salchicha podría popularizar en todo el mundo el nombre de su ciudad.
Otro avispado carnicero alemán, no menos ingenioso, bautizó su salchicha con el nombre de la raza de su perro, especializado en la caza de tejones, un dachshund. Aquella salchichas alemanas quedaría ligada a aquel perrito que llegaría a los Estados Unidos en forma de bocadillo y que por servirse caliente daría lugar al popular nombre de "perrito caliente", el conocido hot dog, popularizado a partir de 1906 gracias a Harry Stevens, un humilde vendedor de bocadillos y refrescos que consiguió una concesión de venta en los estadios durante los partidos de beisbol, y que pregonaba su suculenta mercancía sorprendiendo a los aficionados con un nuevo producto: el perrito caliente.
Se los quitaban de las manos.
MUSEO DE CIEGOS
La primera dama de Chile recaba en Madrid apoyo para crear un museo de ciegos
Cecilia Morel, esposa del presidente de Chile, Sebastián Piñera, recabó hoy en Madrid el apoyo de la Organización de Ciegos Españoles (ONCE) para la creación de un museo destinado a las personas ciegas en su país.
Morel se reunió con la vicepresidenta de la ONCE y presidenta de la Fundación ONCE para América Latina (FOAL), Yolanda Martín; con la directora de Relaciones Internacionales de esta organización nacional de ciegos, Ana Peláez; con su director de Cultura y Deporte, Justo Reinares, y con el responsable del Servicio Bibliográfico, Fran Maldonado.
Precisamente, la primera dama chilena tuvo oportunidad de visitar el Servicio Bibliográfico y el Museo Tiflológico de la ONCE.
Este último recinto, inaugurado en 1992, ofrece a las personas ciegas la posibilidad de acceder a un museo de forma normalizada, con maquetas especiales al alcance de los dedos de los visitantes ciegos, quienes, de esta forma, pueden hacerse una idea de cómo eran el Partenón griego o el Coliseo romano.
Los visitantes que pueden ver también quedan sorprendidos por el detalle de estas maquetas, preparadas, según indica la ONCE, para que la deficiencia visual no sea en absoluto una barrera para disfrutar de las piezas.
En el museo de la ONCE figura asimismo el patrimonio cultural de la organización y se desarrollan los programas de exposiciones temporales de obras de artistas ciegos.
Un portavoz de la ONCE señaló a Efe que la Organización Nacional de Ciegos Españoles está asesorando a las autoridades chilenas para la creación de un museo similar en el país andino, en el marco de las buenas relaciones que mantienen las respectivas asociaciones de ciegos y discapacitados de ambos países.
Cecilia Morel, esposa del presidente de Chile, Sebastián Piñera, recabó hoy en Madrid el apoyo de la Organización de Ciegos Españoles (ONCE) para la creación de un museo destinado a las personas ciegas en su país.
Morel se reunió con la vicepresidenta de la ONCE y presidenta de la Fundación ONCE para América Latina (FOAL), Yolanda Martín; con la directora de Relaciones Internacionales de esta organización nacional de ciegos, Ana Peláez; con su director de Cultura y Deporte, Justo Reinares, y con el responsable del Servicio Bibliográfico, Fran Maldonado.
Precisamente, la primera dama chilena tuvo oportunidad de visitar el Servicio Bibliográfico y el Museo Tiflológico de la ONCE.
Este último recinto, inaugurado en 1992, ofrece a las personas ciegas la posibilidad de acceder a un museo de forma normalizada, con maquetas especiales al alcance de los dedos de los visitantes ciegos, quienes, de esta forma, pueden hacerse una idea de cómo eran el Partenón griego o el Coliseo romano.
Los visitantes que pueden ver también quedan sorprendidos por el detalle de estas maquetas, preparadas, según indica la ONCE, para que la deficiencia visual no sea en absoluto una barrera para disfrutar de las piezas.
En el museo de la ONCE figura asimismo el patrimonio cultural de la organización y se desarrollan los programas de exposiciones temporales de obras de artistas ciegos.
Un portavoz de la ONCE señaló a Efe que la Organización Nacional de Ciegos Españoles está asesorando a las autoridades chilenas para la creación de un museo similar en el país andino, en el marco de las buenas relaciones que mantienen las respectivas asociaciones de ciegos y discapacitados de ambos países.
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