Entre las prácticas y productos cosméticos más antiguos todavía en uso se encuentra la crema hidratante. Viejas recetas cosméticas escritas sobre tablillas de arcilla dan testimonio de la existencia de cremas hidratantes en el Egipto faraónico hace más de cinco mil años.
No sorprende que la crema para el cuidado de la piel gozara de popularidad en un medio tan hostil. El cutis no se ha llevado nunca nada bien con el desierto. De hecho, este producto cosmético es, en muchos siglos, anterior al jabón. Los aceites hidratantes se aromatizaban con incienso, tomillo, mirra e incluso con esencias de frutas y frutos secos como la almendra. Las cosmetólogas egipcias de la Antigüedad tenían recetas y remedios para todo tipo de problema relacionado con la piel. Así, las manchas en la cara se trataban con una mascarilla preparada a base de bilis de buey, huevos de avestruz, aceite de oliva, sal, harina, leche y resina vegetal. Las arrugas se combatían con un preparado a base de cera, aceite, estiercol de gacela o de cocodrilo y hojas de enebro molidas, mezclado todo ello con leche fresca, y aromatizado con incienso.
Entre los remedios más extraños para contrarrestar el envejecimiento de la piel, en la Antigüedad, figuró el siguiente, muy practicado en el Medio Oriente: "Falo de buey y vulva de ternera a partes iguales, debidamente secados y molidos". Aquella receta cosmética no está lejos de la recomendación moderna que aconseja, para el mismo fin, "inyecciones de células de feto de ternera".
De las muchas fórmulas que el Mundo Antiguo nos ha legado para rejuvenecimiento de la piel, la del moderno colcren es un caso notable de pervivencia. Lo recomendaba el filósofo y médico griego Claudio Galeno en el siglo II antes de nuestra Era, entre cuyos pacientes se encontraba toda la nobleza romana de su tiempo.
Galeno elaboraba el colcren a base de cera blanca derretida en aceite de oliva, echando sobre el producto resultante capullos de rosa triturados. Para substituir las propiedades limpiadoras del producto, Galeno recomendaba el aceite de lana de oveja, es decir, la lanolina de nuestros días, llamada entonces despyum. Era el cosmético más simple y económico de la Antigüedad clásica, y como no contenía productos tóxicos se perpetuó en el tiempo llegando hasta nuestros días sin haber perdido el viejo prestigio de crema o aceite hidratante ideal.
En la Roma clásica, Popea, la esposa de Nerón, preparaba sus mascarillas de crema hidratante con migas de pan y leche de burra, con lo que al parecer su rostro quedaba terso, limpio y fresco.
La inquietud femenina por paliar los estragos del tiempo en sus rostros ha recurrido siempre a extraños y bizarros remedios. No está lejano el tiempo en el que se recomendaba utilizar rodajas de pepino o bolsas humedecidas con infusión de té para los ojos, o mascarilla de belleza a base de miel, áloe y otras muchas plantas de jardín.
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