domingo, 4 de marzo de 2012

HISTORIA DE LA CAMISA

Entre las prendas de vestir, una de las piezas más antiguas, todavía en uso, es la camisa. La más antigua conservada procede del ajuar funerario de un arquitecto egipcio que vivió en Tebas hace más de tres mil quinientos años. Entre sus cosas, junto a las camisas de lino, se hallaron también numerosos taparrabos de lienzo blanco (color sagrado de aquel pueblo) y faldas pantalón.

La camisa egipcia era una pieza cortada de forma rectangular, doblada y cosida a los lados con una única abertura angosta por la que pasaba la cabeza, y mangas muy ceñidas, unas largas y otras cortas. La camisa fue una prenda típica del mundo mediterráneo. La usaron los griegos, que la llamaron kamison, y los romanos, que la llamaron subucula, porque se llevaba pegada a la piel, debajo de la ropa.

La palabra castellana procede del árabe kamis, que procede a su vez del griego kamison. Pero ya en tiempos de los visigodos, con anterioridad, pues, a la invasión musulmana de España, San Isidoro de Sevilla dice que en su tiempo, siglo VII, se había puesto de moda dormir en camisa. Sin embargo esa costumbre desapareció en la Edad Media, época en la que lo corriente era dormir en cueros.

De entre las prendas que poseía una doncella, la camisa era la más valorada. Una camisa era también la ofrenda mayor que se podía hacer a la Virgen María, costumbre piadosa que se mantuvo a lo largo de muchos siglos. La camisa fue objeto no sólo de ofrenda religiosa, sino también de ofrenda civil. Se sabe que el duque Salomón de Bretaña envió al papa Adriano II, en el siglo IX, treinta camisas "más valiosas que el oro".

La camisa era prenda de vestir particularmente ritualizada. De hecho, en la Edad Media no se vestía una camisa nueva sin pasarla antes por la reliquia de un santo, en la creencia de que así quien la vistiera se vería libre de enfermedades y accidentes comunes. Asimismo, llegó a ser objeto de fetichismo desde los primeros tiempos. Y según las reglas de Caballería Andante, el caballero que estaba en vísperas de ser armado como tal, debía vestir una camisa de lino blanco no utilizada nunca por nadie, como símbolo de limpieza interior y de honorabilidad. Para esta ceremonia no servía la camisa de seda. A partir del siglo XII los caballeros andantes utilizaban como parte importante de su indumentaria una camisa blanca que se ponían con cierta ceremonia tras levantarse de la cama, y antes de partir hacia sus hazañas.

Las damas correspondían a los requerimientos corteses de sus caballeros con un retal de su camisa que, a modo de divisa, éstos portaban. Es probable que las cintas que lucen los tunos en sus capas tengan un origen similar.

La camisa española, de la que tanto se prendó Felipe el Hermoso, esposo de doña Juana la Loca, solía estar bordada en oro; era una prenda abierta, con puños, cuello y costuras cubiertas de agujetas de rico metal y pedrería, y se exportaban a toda Europa, haciendo furor entre los españoles que se habían enriquecido en las recien descubiertas Indias Occidentales... pues, -como escribe el cronista: "tanto era el oro y la plata que corría que, no habiendo qué mercar con ella se pagaba gran precio por una camisa castellana...". En el siglo XVI empezaron a hacerse camisas de hilo. Las de mujer eran de cendal tan fino que resultaban casi transparentes, de modo que fue preciso tomar medidas al respecto tanto de la transparencia como de la moda de los generosos escotes que fue avanzando a lo largo del siglo XVII en España y en Francia, donde decir "camiseta de señora" era sinónimo de atrevimiento y osadía.

La camisa, tal como hoy la conocemos, apareció en el siglo XIX, en que se liberó de bandas y cinturones destinados a mantenerla ceñida al cuerpo, -en el caso de los hombres-, o a realzar el seno, -en el caso de las mujeres-. Ni ayer ni hoy fue la camisa pieza de vestir que se bastara a sí misma, sino que requirió siempre el concurso y ayuda de otras prendas que la completaran.

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