martes, 27 de marzo de 2012

CARTA A LA SOLEDAD



Querida soledad:
Empiezo de esta forma por cortesía, ya que es el encabezamiento habitual de toda carta, pero la verdad es que no siento cariño por tí. Tampoco llego a odiarte todavía porque ese sentimiento me haría tanto daño como el que tú misma estás haciéndome.
No comprendo que un nombre tan bonito pueda llegar a encerrar tanta crueldad. Será por eso que a las mujeres que llevan tu nombre suele llamárselas Sol o Sole y sólo cuando están llegando al ocaso de la vida te llaman por el nombre completo.
Eres una mala compañera de viaje. Perversa dama que se regodea viendo como poco a poco me hundo en tu abismo debilitando el asidero que me mantiene unido a la esperanza, a la fe en mi mismo, a la encarnizada lucha que continuamente disputo contigo.
La esperanza, la ilusión, el amor… que débiles se aparecen ante mí cuando embistes con fiereza. Eres perfectamente consciente de que estoy atrapado en tus garras y, cual ave de rapiña, no soltarás la presa fácilmente.
Abusas de mi ingenuidad, de mi falta de imaginación para acercarme más a esas otras compañeras aunque casi siempre adversarias tuyas, esas que más arriba te escribía me mantienen en la lucha. Aunque muy débil, el hilo que me une a ellas es muy fino pero más resistente que el acero. Será por eso que dicen que la esperanza es lo último que se pierde ¿no?
Así que fastídiate porque no me vas a derrotar tan fácilmente.
Tienes un rostro muy feo, siento decirtelo, pero así te veo.
A lo mejor tendría que emplear contigo otra táctica. Quizá la lucha no sea la mejor forma de encararte, mostrarme en tu presencia. Algunas personas con un nivel de espiritualidad más elevado han logrado neutralizarte y sentirte no como a una enemiga sino como alguien con quien se convive razonablemente bien.
Yo te conozco desde hace mucho tiempo y sé que es muy complicado pedirte un armisticio, una tregua… Creer en una rendición por tu parte es casi impensable.
Ahora mismo, escribiéndote, estoy exorcizándote por un rato. Te siento menos presente, más lejana y eso me gusta, aunque sé que que me esperas paciente. Que cuando llegue a casa me recibirás como siempre. Extenderás ante mí tu caricia en forma de espeso silencio. Ese silencio que me grita en los oídos y que trata de tirar de mi hasta el escalón superior de tu despiadada arremetida, la desolación, el vacío.
Hoy me has pillado con la guardia baja. Sí, ríete, ya te estoy viendo llena de gozo. Pero ¿sabes? Este que te escribe todavía tiene fuerzas para agarrarse a la ilusión, a la esperanza, al amor, a la felicidad… ¿TE molesta? Pues no me voy a disculpar por ello, es más me alegro.
Si consiguieras derrotarme, ganando tú habría quedado yo como una basura y todavía soy un ser humano, preocupado por muchas cosas. Hay mucho por lo que luchar, no puedo perder las razones que me ayudan a vivir, soy más fuerte de loo que te parece y, aunque me veas bajo de moral, sabes que desde siempre he sido un luchador nato que te ha presentado batalla.
Ya ves que aunque te joda la palabra “lucha” es la que más veces has leído en mi carta.
Voy despidiéndome ya de ti porque, aunque habría mucho más que decir de tu “persona”, prefiero mirar hacia arriba, remontar y sujetarme con fuerza al futuro. Te va a costar mucho obtener mi rendición.
No te mando saludos ni me despido a la vieja usanza, porque sé que no es posible deshacerme totalmente de ti, pero sí te muestro mi desprecio e intentaré verte lo menos posible.

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