lunes, 5 de diciembre de 2011

LAVADORA

En la Roma clásica, el lavado de la ropa era atendido por lavanderías públicas, a menudo situadas junto a los caminos. Las ropas se pisaban en tanques de agua, como si de hacer vino se tratara. Y quien no podía pagarlo, se hacía su propia colada. Lo corriente era embadurnar la ropa sucia con barro, y golpearla repetidamente contra los cantos rodados de la orilla del río, hasta arrancar de ella la suciedad. Luego se empleó palas de madera, y más tarde apareció la tabla de lavar, donde se volteaba una y otra vez la prenda.

En la Edad Media, el procedimiento usual era lavar la ropa en tinas de madera , o en cubetas a modo de cajas que se llenaban de agua caliente jabonosa, donde la ropa se meneaba una y otra vez con la ayuda de las palas. También se empleó la batidora, una especie de prensa que aprisionaba la ropa.

En la Inglaterra de 1677 un científico, Robert Hooke, relató lo visto por él en casa de cierto noble londinense, John Hoskins, amigo suyo: "Tiene el caballero Hoskins un procedimiento para lavar las telas finas dentro de una bolsa de cordel de fusta, sujeta por un extremo y retorcida por una rueda y cilindros sujetos al otro extremo. Gracias a ello las telas más sutiles se lavan al retorcerlas, sin que se dañen".

El invento de Hoskins alivió en una pequeña parte los problemas derivados del fétido olor de los vestidos cortesanos, que hacía irrespirable el ambiente de los salones cerrados en bailes y recepciones de gala. Los vestidos no se lavaban, dado lo elaborado y suntuoso de sus telas y terciopelos. Las grandes señoras de la época vestían los trajes un número limitado de veces, abandonándolos luego, cuando el olor los hacía inutilizables, o regalándolos a alguna sirvienta.

Durante mucho tiempo, la colada se hizo a mano, colocándose la ropa en un cubo y agitándola con un removedor. Era el procedimiento más común.

A mediados del siglo XIX cristalizó la idea de colocar la ropa dentro de una caja de madera, y voltearla mediante una manivela o manubrio que la hiciera girar. A aquellas máquinas antiguas respondía el modelo de Morton, del año 1884, que calentaba el agua con gas. Se anunciaba a bombo y platillo en la prensa del momento, de la siguiente manera: "Su funcionamiento es tan sencillo que hasta un niño puede lavar seis sábanas en quince minutos; las ropas quedan más blancas con esta máquina que con cualquier otra, y además, duran más del doble". Extraño anuncio, ya que en el mercado de las lavadoras no existía competencia alguna todavía, siendo la del señor Morton la única existente. De todas formas era mejor que la cubeta de vapor, e infinitamente más cómodo que acudir a la orilla del río o a los lavaderos públicos, como se hizo a lo largo de los siglos XVI al XIX.

En la década de 1880 a 1890, la famosa empresa de Thomas Bradford construía lavadoras compuestas por una calandria bajo la cual se colocaba una caja octogonal en cuyo interior se metía la ropa; una manivela la hacía girar. Así se lavó hasta 1906, fecha en la que se le aplicó el motor a aquel artefacto. La idea había nacido en la cabeza de un fabricante de Chicago, Alva J. Fisher. Y poco después, en 1914, las lavadoras eléctricas comenzaron a ser fabricadas en serie.

Los primeros motores instalados en lavadoras se colocaban externamente, debajo del cubo, por lo que a menudo se metía en ellos agua, originando fuertes descargas eléctricas muy peligrosas. En 1920 se implantó el tambor mecánico, con lo que nacía la lavadora moderna. Luego, la compañía Savage Arms Corporation fabricaría un aparato que incorporaba el secado, haciendo girar el tambor para expulsar el agua mediante el centrifugado, importante mejora que no se valoró en su tiempo, siendo retomada, esta utilísima función, en 1960, en que se incorporó a la automatización de la máquina de lavar. En esa década aparecieron también las lavadoras de tambor horizontal. Se acabaron así los dolores de espalda. La lavadora no podía ser ya mejorada. El invento estaba perfeccionado.

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