En el blog, vamos a seguir contandoos las historias de muchos de los objetos comunes que tenemos en casa. Y más ahora que se acerca navidad, para que sepáis de la historia de estos utensilios que a lo mejor tienes pensado regalar. Hoy una lavadora y una cuna...
Entre las piezas del ajuar doméstico, la cuna es una de las más antiguas en lo que a la historia del mueble se refiere. Sabemos que las primeras fueron simples cestos.
La mitología griega nos muestra al dios Baco de niño acostado sobre un harnero, aunque la cuna ya existía en aquella lejana edad, y se diferenciaba claramente de la criba. Platón asegura que cuando no se tenía a mano la cuna, la nodriza o el esclavo a cuyo cargo se dejaba a la criatura, lo acunaba con sus brazos, imprimiéndole a éstos el balanceo característico.
En un vaso pintado, procedente de la Atenas clásica, aparece el dios Mercurio, niño, sentado sobre una cesta con asas a los costados, que sólo le deja libre la parte superior del cuerpo. Tiene forma de barco para que la convexidad permita imprimirle un movimiento oscilatorio. Y el escritor clásico, Teócrito, dice en sus Idilios que Alcmena, hija del rey de Micenas, mecía a sus gemelos en un escudo porque no tenía a mano su cuna de madera. También los gemelos fundadores de Roma, Rómulo y Remo, fueron mecidos por su madre en una cuna en forma de pila, la misma en que fueron abandonados Tiber abajo. Entre los romanos, la cuna era un objeto del ajuar muy habitual en la casa, como refleja el autor cómico Plauto; solía tener la forma de una teja para que pudiera balancearse en ella al niño con facilidad; por su parte superior se colocaba una correa para transportarla sin dificultad, y para evitar asimismo que pudiera salirse el niño de ella. Para ese propósito último se le dotaba
a veces de barandillas de finos barrotes de madera. En la Edad Media, la cuna fue un objeto usual tanto entre los poderosos como entre los campesinos. Las miniaturas de los siglos IX y X nos muestran las distintas modalidades que hubo. A menudo se elaboraban a partir de un trozo de tronco de árbol vaciado a mano, con agujeros a los lados, a modo de asas. Hubo también cunas en forma de pequeños lechos, montadas sobre maderos curvos que facilitaban el balanceo. En el siglo XV aparecieron las cunas colgadas del techo, o suspendidas sobre dos pivotes, protegidas con cortinas. Pero el lujo tardó en llegar a este elemento del mobiliario. Esto sucedió ya entrado el siglo XVIII. En ese tiempo empiezan a confeccionarse a partir de materiales nobles. Se elaboran cunas acolchadas en su interior, con marquetería esculpida y relieves, marfiles, maderas preciosas, incluso camafeos e incrustaciones de oro y plata. En el siglo XIX, el lit de parade francés, o cama de lujo para niños ricos, se puso de moda en toda Europa. Pero..., aquello ya era más que una cuna: era un pequeño trono para el bebé.
A todo intento por convertir la cuna en algo distinto para lo que había sido concebida se opuso siempre el sentido común... del bebé..., claro, que es quien la ha utilizado.
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