Para ir cerrando un año que termina, vamos ha abrir las cortinas a la vida y al nuevo año y así doy pié ha contaros la historia de las cortinas. Muchas veces útiles, otras inútiles y la mayoría difíciles de escojer cuando vamos a la tienda.
El uso de cortinas por el hombre antiguo, está documentado en mosaicos, relieves y grabados en piedra y marfil que datan de varios siglos antes de nuestra era. Con su empleo se buscaba la creación de ambientes que propiciaran la intimidad.
Suspendidas por un vuelo de varillas de madera, en las que quedaban ensartadas y prendidas, las cortinas corrian de un tramo a otro de arquerías y lienzos de muro, estableciendo divisiones en amplios salones, acotando espacios, y creando recintos separados. Desempeñaban el papel de los actuales tabiques, o de los biombos y paramentos con que en otras épocas se parceló el espacio doméstico.
Ha tenido un uso importante en el mundo teatral desde los griegos hasta nuestros días. Grandes telones que, al contrario de lo que sucede hoy, no subían, sino que bajaban en cascada para dejar al descubierto el escenario. Y en el ámbito de la religión, la cortina jugó un importante papel. Entre los judíos, en el templo de Salomón se acotaba el área sagrada del santa sanctorum con una gran cortina o velo de una pieza, que sólo el sumo sacerdote podía descorrer una vez al año. También el paganismo antiguo tenía la costumbre de cubrir las imágenes sagradas con cortinas en las fechas en que se cruzaban las celebraciones religiosas con las profanas, costumbre que ha perpetuado la iglesia católica, durante la semana santa y el carnaval.
El mundo romano utilizó cortinas con fines domésticos, desde dos siglos antes de nuestra era. Con ellas cubría puertas y ventanas. Era costumbre traida de Oriente en tiempos de Atalo II, aquel rey de Pérgamo, hijo de Atalo I, fundador de la grandiosa biblioteca donde por primera vez se utilizó el pergamino -de ahí su nombre-, a cuya muerte dejó el reino a los romanos. Aquella primeras cortinas romanas eran conocidas con el nombre de aulae, y se confeccionaban con materiales preciosos, como la seda, el terciopelo, el damasco. Se utilizaban tanto para cerrar recintos como para adornar ricamente las paredes de estancias y salones principales. Cuenta Pausanias, geógrafo griego del siglo II de nuestra era, en su Descripción de Grecia, que el dios Júpiter lucía en su templo de Olimpia unas cortinas bordadas, teñidas en púrpura de Tiro, que había donado el rey de Siria, Antíoco, y que se hacían subir y bajar mediante un complejo sistema de poleas.
No sólo el ámbito de la religión, sino también el del mundo del derecho tuvo un uso muy particular para las cortinas. Los jueces hacían caer ante sí una cortina de lino antes de dictar sentencia, a fin de quedar aislados de la influencia del jurado: era el velum.
Dentro de la vida cotidiana y doméstica, la cortina tuvo una particular utilización en los dormitorios, en una época en la que no existía éste como tal pieza de la casa, o habitación aislada. Servía para separar una cama de la otra, creando así alguna privacidad. Por eso no sorprende que la palabra "cortina" derive de otro término latino que significa "recinto", ya que permitía el aislamiento del ambiente circundante. En este sentido parece emplear la palabra el riojano Gonzalo de Berceo. Es en sus obras donde por primera vez aparece escrita. Y es que en Castilla, las cortinas eran los paramentos que separaban los dormitorios, y se llamaba cortinajes a las colgaduras de puertas y ventanas. Así aparece esta distinción en manuscritos medievales: grandes cortinas móviles, de pañería bordada o pintada a mano que corren de un lado a otro de la estancia para dar lugar a espacios distintos y privados.
A finales de la Edad Media, y a lo largo del Renacimiento, las cortinas eran ya un medio corriente de establecer o repartir espacios interiores. Colgaban del techo, y a modo de grandes pórticos cuyas hojas se cogían con cintas doradas, se abrían o cerraban, según la finalidad que en un momento determinado quisiera darse al espacio. En los dormitorios, caídas las cortinas en cascada, aislaban un aposento de otro, bajando desde el baldaquín, o sobrecielo, en pliegues de terciopelo y damasco recamado con apliques, guarniciones, flecos y bordados.
En el siglo XVIII era ya un elemento más decorativo que funcional, encontrándose cortinas incluso en las casas humildes. Y un siglo después, la cortina se convirtió en un mero detalle ornamental que contribuía a crear una atmósfera de calor y colorido.
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