Hoy Jueves, con todos los líos políticos de España, y con todos sus problemas, hoy quiere este blog desengrasar un poco tan mal ambiente.
Hoy os quiero hablar de el tren de arganda. El que decían que pita más que anda...
Es una actividad que no he tenido el placer de realizar pero que tengo en mi agenda personal de cosas que me gustaría hacer. Vamonos de viaje al pasado con este tren.
Viajes recreativos en una máquina de vapor
El tren que aún pita más que anda
Todos los domingos hay tres viajes de recreo para los visitantes
El viaje acaba en una laguna del Parque del Sureste, y dura unos 45 minutos
Cuando eres un apasionado de los trenes y desde niño sueñas con locomotoras de vapor y con el encanto de esas viejas estaciones de tren, lo más probable es acabar siendo un coleccionista febril, un friki de los raíles en miniatura. Sin embargo, un puñado de aficionados ha dado un paso más en su sueño y ha fundado su propia compañía ferroviaria. Tal como suena.
El tren de Arganda (el que "pita más que anda", según el ripio popular) nació hace ahora 125 años como uno de los primeros y escasos frutos de la revolución industrial en España. Pronto hubo un tendido férreo que partía de la capital y que debía llegar hasta Aragón, según el proyecto inicial, para dar servicio a la azucarera de La Poveda, un barrio de este pueblo del sureste de la Comunidad de Madrid. Pero la explotación de la remolacha para producir azúcar decayó y dio paso a un tren cementero que usó la vía estrecha hasta los años 90, cuando también cesó esta actividad.
El trayecto discurre junto al río Jarama, en el Parque Regional del SuresteEs en ese momento cuando entra en escena este grupo de aficionados ferroviarios, unos con formación profesional en el ramo, otros simples aprendices, y emprenden una labor disparatada: restaurar viejas locomotoras compradas al peso en chatarrerías, recuperar antiguos vagones con un siglo de vida y dar de nuevo uso a poco más de tres kilómetros de vía estrecha que subsisten del antiguo tren de Arganda. Así nacen los paseos en tren de vapor por el Parque Regional del Sureste, que esta temporada finalizarán el último domingo de mayo.
Desde que se traspasa la verja de la estación, la sensación es extraña: todo recuerda a los trenes de los años 30, de los 40. Es un recinto en el que no cabe la prisa moderna y avasalladora del AVE, en el que todo parece una invitación al recreo y la calma. El reloj, los vigilantes, los bancos de madera... El tiempo retrocede y permanece embelesado hasta que un sonido inesperado y agudo rompe el aire. Es el silbato de la máquina de vapor, una pequeña locomotora que los miembros del Centro de Iniciativas Ferroviarias Vapor Madrid tardó cerca de tres años en recuperar para la vida útil y que, pese a su pequeño tamaño y sus escasos 60 caballos de potencia es capaz de tirar de tres vagones con varias toneladas de peso. "Apenas desarrolla velocidad, pero tiene mucha potencia", dice José Luis, el fogonero encargado en este viaje de la locomotora.
¡Pasajeros al tren!
Al grito cansino de "¡Pasajeros al tren!" que lanza Xavier Canals, el jefe de estación, cerca de un centenar de viajeros forman parte de este viaje, casi un tercio de ellos niños que jamás han oído en directo el bufido de las locomotoras de vapor. Con mucho estruendo, humo y vapor, el convoy se pone en marcha y pronto alcanza la velocidad de crucero: entre 12 y 13 kilómetros por hora: "Su velocidad máxima son unos 18 kilómetros/ hora", explica el fogonero, "pero hay que tener en cuenta la carga y hacer el viaje seguro".
Uno de los vagones restaurados data de principios de siglo y es original de esta líneaEl viaje tiene sabor a otros viajes contados o leídos. El traqueteo, el lento pasar de los árboles, del paisaje... En los vagones de madera el ambiente es relajado. Los pasajeros miran divertidos carteles antiguos que reclaman a los usuarios que no blasfemen ni escupan.
En la locomotora, sin embargo, la actividad es intensa: la caldera acalora al maquinista y a su fogonero. El primero se encarga de 'conducir' la locomotora en este trayecto de unos tres cuartos de hora entre ida y vuelta. El segundo, sin embargo, es el 'alma máter': sin el control preciso del carbón y el nivel de agua y presión, la máquina se para. En cada viaje la pequeña locomotora consume unos 40 kilos de carbón que convierte en humo y carbonilla para escupirlos por la chimenea; y requiere 500 litros de agua. En verano la caldera y el sol llegaron a poner la cabeza del tren a casi 60º, por lo que dejaron los viajes de recreo sólo para la primavera y el otoño.
En el Parque Regional del Sureste
El entorno es otro de los alicientes de este nuevo/viejo tren de Arganda. Son sólo 3,7 kilómetros, pero discurren sobre un viejo puente de hierro, el más largo de este tipo en Madrid, de 175 metros de longitud; dejan a un lado un par de búnkeres de la Guerra Civil, recuerdo de la Batalla del Jarama; pasan junto a los cantiles yesíferos de la zona, donde anidan cantidad de aves; y finaliza el trayecto ya en el término municipal de Rivas Vaciamadrid, a los pies de una laguna frecuentada por varias clases de patos en sus migraciones.
Los 'locos del tren' se reparten de forma rotatoria las tareas que conlleva su afición: quien un domingo es el maquinista en el siguiente viaje es 'degradado' a revisor; el jefe de estación pasa a ser fogonero y así sucesivamente. El resto del tiempo se dedican a seguir cultivando su pasión: han restaurado ya más de 20 coches y varias locomotoras, unas de carbón y otras diésel, todas antiguas.
Como no hay mercado de recambio de piezas, cada avería es un contratiempo y los arreglos tienen que ser artesanales, lo que retrasa y encarece el proyecto, pero todos creen que merece la pena. "Cuando era niño un ferroviario me preguntó qué quería ser de mayor. Le dije que maquinista en un tren de vapor. Él me respondió que mejor me metiera a pistolero, que el trabajo era muy duro. Pero era mi sueño", dice uno de estos aficionados mientras gira la manivela que suelta el freno de cola del vagón. Y asiente al ver que ese sueño infantil se cumplió.
Ficha
Horarios: Domingos, 11.30, 12.30 y 13.30, de marzo a mayo y de octubre a diciembre.
Precio: Museo y viaje, 5 euros.
Cómo llegar: Salida 22 de la A-3. Línea 9 del Metro, estación de La Poveda.
Reerva de plazas: 619 81 85 10.
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