domingo, 5 de octubre de 2025

REDESCUBRIENDO MÓSTOLES

Han pasado 18 años desde que me fui de Móstoles un poco, nunca me fuí del todo. Corría el mes de mayo de 2006 y con la maleta llena de cosas, ropa e ilusiones, partíamos hacia una nueva vida. Una vida diferente, de campo, de aire puro, de jardines y piscina. Pero una vida no adaptada para personas con discapacidad visual. No valoraré mi estancia en El Álamo (Madrid) todavía no estoy preparado. O tal vez no quiera. El caso, es que he vuelto a mi casa, ha Móstoles y es una decisión de la que me siento muy orgulloso y feliz. En agosto de este 2025 tan... asqueroso, llegaba nuevamente a un Móstoles desierto que todavía olía a playa y montaña. Un Móstoles a medio gas, sin niños en los parques, negocios cerrados y autobúses casi vacíos. Cuando volví a poner un pié en la que durante 22 años fuera mi casa, me inundó una extraña sensación de calma, de sentimiento de pertenencia, de decir: por fin y tras 18 años, "estoy en casa" Me encontré una casa herida, sucia, mal cuidada, mal oliente. Se que las paredes no hablan, las puertas menos y las ventanas sólo dejan pasar la luz de un verano que agonizaba pero sentí que me culpaban de aquél abandono, de aquél maltrato involuntario hecho por unos malnacidos que maltrataron mi hogar. Los primeros días fueron de un caos absoluto y un cansancio mayúsculo. Poner todo en orden, reparar los múltiples desperfectos que "esta gentuza" dejó, limpiar, volver a pintar y ponerla guapa, como se merecía, volviendo a lucir sus mejores galas y hoy casi dos meses después de mi vuelta, luce como nunca, guapa, limpia, moderna y sobretodo, curada de unas heridas que tardarán en cicatrizar. Estos primeros días, me han servido para volver a pasear por las viejas calles de mi barrio, un barrio envejecido y que dista mucho de lo que un día fue. Edificios viejos, parques en los que yo jugué de niño y que hoy hay columpios más modernos, quizás mejor cuidados pero por lo que veo, también poco usados. Algún comercio aún aguanta valientemente el paso del tiempo con sus tenderos 18 años más mayores, más viejos y quizás más cansados. La librería de enfrente de mi casa, sigue sobreviviendo con el hijo de la dueña, el bueno de Matías, guarda aún en su tiendecita, el olor de libros, lapiceros, cuadernos y agendas escolares. El viejo bar de la esquina, remodelado, rejuvenecido por el hijo del dueño, de aquél "Bar libra" sólo queda el recuerdo. Hoy Alberto, le ha dado un toque más moderno, pero menos familiar. La vieja autoescuela que nunca pisé ni pisaré, quizá sólo le quede el nombre. El colegio Alonso Cano, sin duda vivió tiempos mejores. Y del centro de salud que me volvió a recibir cuando asustados como estábamos, nos recibió para la vacuna del COVID-19. Y la farmacia de al lado de la panadería Velázquez, aún con las mismas farmacéuticas que aún siguen sirviendo medicinas y consejos; esos consejos que nadie pide pero que recibes con gusto. Y por poco me cuesta unas lágrimas al ir a la panadería Velázquez. Una de las mejores de Móstoles en su tiempo pero que hoy en día se han convertido en un simple cocedero de pan, bollería industrial y poca calidad humana. Pero vamos con lo que he encontrado estos últimos días, coincidiendo con la visita de mi hermano, lo que he encontrado y redescubierto, me ha encantado. "El parque de los planetas" un largo parque lineal que ha sufrido algún cambio pero sigue teniendo su encanto, sus largos senderos, sus bancos dónde hoy la chabalería sigue comiendo pipas como en años pasados. Unas sombras frondosas dan cobijo del calor que aún y pese ha estár en Octubre, hace como si de un veranillo de San Miguél alargado se tratase. Los primeros colores del otoño naciente, dan un espectáculo visual que contrasta con el feo pero nostálgico corte de la vía del tren. Unos modernos edificios florecen a ambos lados del parque como queriendo taparlo pero su corazón aún late vivo entre banco y banco. Entre las gentes que pasean a sus perros, las personas mayores con sus andadores queriendo disfrutar de ese respiro en medio de una creciente ciudad que aún conserva el sello de pueblo. ¿Que decir del parque Prado Ovejero? dónde un nevado día de invierno se bañó en su fuente principal un perro-guía llamado Macro, conocido en todo el barrio por su carisma, elegancia y simpatía. Ese parque, bien conservado, también se ha convertido en un remanso de paz y paseo para los vecinos. Sus colores también otoñales, invitan a sacar el móvil o la cámara de fotos y retratar e inmortalizar sus bellas postales que cada otoño brinda. El simpático kiosco que nos encontramos en su interior, dónde hicimos una parada para tomar un pequeño respiro (y yo un vino blanco) no será la última vez que lo visite. Rodeado de frondosos árboles, brisa agradable y caminos ámplios y luminosos bien conservados. Pero quiero hacer un especial análisis al Parque del Soto sin olvidar hablar del Parque Navarra que como si el tiempo se hubiese detenido, pudimos pasar ayer sábado en la tarde, recordando alguna anécdota graciosa y nostálgica. Pues El Soto, mi segundo barrio, un barrio que me ha traido muchas alegrías,
sobre todo deportivas, y que este si he visitado casi a diario por mi vinculación aún pasando los años, con el Móstoles CF. Este típico barrio de Móstoles, cuenta con el mejor parque de la ciudad. Un parque que sufrió una mala gestión y parecía morir entre basura y el abandono pero hoy en día, goza de un buen estado. Cuando atravesamos el arco recien reformado por cierto, sentí que nuevamente me invadía la nostalgia y mis pobres ojos, querían captar recuerdos de niñez con mi padre y hermano, dando de comer a los patos el pan que cada domingo llevabamos en bolsas recolectadas durante la semana y que agradecían con sus mejores saltos y graznidos. Las carpas que allí habitaban, también querían su parte y asomaban la cabeza para capturar alguna miga. Las tardes de primavera eran partidos interminables y cuando el sol se escondía al otro lado del globo para dar luz y vida a la otra mitad de la tierra, los partidos terminaban entre quejas y alguna rabieta por que aún no se había alcanzado el empate a 24. Algún bocadillo de tortilla o filete empanado también aocmpañaba nuestras jornadas en ese parque que con el paso de los años nos veía crecer y nos recibía a un grupo de chabalería que emocionados, ibamos de excursión con el colegio a plantar árboles. Esos árboles tal vez hayan sido talados, tal vez filomena los destruyó, o tal vez den sombra y sin nosotros saberlo. Largas jornadas junto al estanque que hoy y tras muchos años, sigue siendo el hogar de mucha fauna propia y exportada. Con el paso de los años, también pudimos disfrutar de maravillosas romerías que la Casa Regional de Andalucía, celebraba cada año. Y entre esas romerías mis primeros rebujitos o calimochos sin grandes excesos. Viendo a propios y extraños bailar al son de las sevillanas y por mi timidez, nunca salí a la pista improbisada de polvo y arena. Este parque que tantos momentos me dió, ayer pude disfrutar con sus mejores colores, un clima espectacular, una compañía (que decir de mi hermano) con las familias llevando pan a los patos como antaño, gente haciendo deporte, leyendo o simplemente descansando de la ruidosa ciudad que unos metros más allá reclamaba nuestra atención. El arroyo que atraviesa el Parque Natural del Soto, el Arroyo del Abodonal, llevaba sus claras aguas al Jarama. Un bosque en pleno Móstoles, que sirve de pulmón para la ciudad. Y hoy pudimos poner el broche de oro al nuevo redescubrimiento de Móstoles en el famoso "Mesón Los Picos" abierto desde 1975. Un fantástico lugar para comer en familia para ocasiones especiales. Con sus famosos cochinillos al horno tradicional, exquisitos arroces y un sin fin de la mejor gastronomía española, con un trato de 10, una comida de primerisima calidad y lugar que como reza en su página web, un lugar en el que si has venido, volverás. Comó Móstoles, si alguna vez has venido, volverás. Sus calles te atraparán y aonque hay muchas zonas en decadencia, otras, tiene algo que para el que ha nacido, crecido y criado aquí, tiene algo especial.

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