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José Manuel Macarro y la perra guía  Liza. HENRIQUE MARIÑONoticias relacionadasLa analfabeta que aprendió a leer el  día que se jubilóCuando camina por la calle, muchos se giran al verla pasar.  Ella no se inmuta y va a lo suyo. Pelo negro y ojos ámbar, sabe que debe hacer  caso omiso a los transeúntes y sólo presta atención a los bordillos, a las  papeleras, a los coches y a cualquier objeto que suponga un obstáculo para su  dueña. Liza ha superado sin traumas su adolescencia canina y Paquita apenas pasa  de los sesenta, aunque se siente renacida desde que esta labrador la acompaña a  todas partes. Es como volver a ver.
El emparejamiento ha resultado. "La  búsqueda del animal no fue al azar", aclara José Manuel Macarro (Salamanca,  1961), instructor de la Fundación ONCE del Perro Guía, fundada hace más de dos  décadas. Ellos los crían y entrenan durante meses en Boadilla del Monte para que  ejerzan de lazarillos, lo que ha posibilitado la integración de miles de ciegos  españoles. Una vez preparados, buscan algún perfil afín y los citan en Madrid,  donde abundan los estorbos y no escasean las trabas. "Esto es como el que busca  un novio", tercia Paquita, quien ya no quiere otro. "En lo próspero y en lo  adverso, no hay quien nos separe". 
Liza está aprendiendo a pararse  antes de subir la acera, para así advertir a su usuario y evitar que tropiece.  "Nos compenetramos muy bien, como si ya nos conociéramos", reconoce su dueña.  Ambas reciben un curso de tres semanas de duración en la capital, adonde llegan  invidentes de todas las provincias. Paquita Ramírez (Sevilla, 1952) ha venido  desde Andorra, donde reside junto a su marido. "Pensaba que sería peor y al  principio andaba muy tensa, pero ahora estoy más relajada", explica. Todo  consiste en cerrar los ojos, sujetar una correa y penetrar en una jungla de  asfalto. Terrorífico.
Todavía conserva resto visual, pero  la agudeza disminuye y ha querido adelantarse a la ceguera total. "A los  dieciocho empecé a perder visión y me quería morir, pero gracias a mi esposo  salí adelante", confiesa esta andaluza, quien comenzó a practicar esquí y hacer  montañismo de su mano. "Hace poco tuve miedo de perder la libertad que tanto me  había costado alcanzar y me animé a solicitar un guía". Liza, bajo la mesa de un  café, no se inmuta. "Un trabajo fino, elegante y sutil que se refleja en su  comportamiento módelico. Estoy orgulloso de que pase desapercibida durante las  situaciones de espera", apunta José Manuel. Y, sobre todo, de que su labor  posibilite la independencia de una persona. "La magia del perro ha cambiado la  vida de muchos ciegos". 
Actualmente, surcan las calles un  millar de auxiliares de movilidad: algunos ejemplares son de raza golden  retriever y pastor alemán, aunque abundan los labradores, que se caracterizan  por su sociabilidad. "Cada año formamos un centenar de canes, que deben tener  una enorme capacidad de adaptación, puesto que a lo largo de su vida obedecen a  varios jefes", afirma Macarro. Primero viven en el departamento de crianza,  después pasan un año con una familia de adopción y luego vuelven a la escuela  para ser entrenados, antes de asignarle una pareja idónea. "Lo importante es que  no sufran cuando nos pierden de vista. Al final, sientes satisfacción y pena a  un tiempo, como cuando un hijo se va de casa porque ha encontrado  trabajo".
Es el turno de la sociedad, que debe  ceder el paso. "La gente, en general, es respetuosa y va limando sus barreras  mentales, pero los ciegos aún tienen que seguir abriendo camino en los lugares  donde la presencia de un lazarillo supone una novedad". El animal tiene posee  obligaciones, pero también derechos: no es una mascota, por lo que la ley le  permite entrar en cualquier local y medio de transporte. Tampoco es aconsejable  acariciarlo ni darle de comer, porque se puede distraer. En realidad, no es un  perro sino los ojos de Paquita.
"Los invidentes en España están más  integrados que en cualquier otro país del mundo gracias a la ONCE, que realiza  una gran inversión para ofrecer este servicio", asegura Macarro. La organización  se hace cargo de todos los costes hasta la entrega del can, cuya formación no  termina aquí. Cuando la dueña regrese a La Massana, una postal del Principado  enclavada entre montañas, José Manuel tendrá que desplazarse hasta el pueblo  andorrano para allanar el terreno. "A los seis meses, cuando finalice la última  fase, la relación se habrá fraguado", aventura el instructor de la Fundación.  "Entonces la comunicación entre ambas será telepática y no hará falta dar  órdenes, porque la perra podrá leerle la mente". Así, hasta que el arnés las  separe.
 
 
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