miércoles, 5 de septiembre de 2012

BICARBONATO

Coincidiendo con lo que hubiese sido el último post de agosto, La historia del bicarbonato para evitar posibles mareos de la vuelta a casa... ¿Quién no ha experimentado alguna vez el malestar y problemas de una mala digestión? Nadie. Sin embargo, la frecuencia de este trastorno es hoy muy inferior a lo que fuera en otras épocas. Así, el hombre primitivo, debido a su dieta en alimentos crudos, padecía gravísimas indigestiones y trastornos gástricos que a menudo acababan con su vida. No sorprende, pues, que uno de los priMeros objetivos de la Medicina antigua fuera paliar tan terribles estragos. De hecho, entre los primeros documentos médicos hallados, en escritura cuneiforme, sobre tablillas de barro cocido, se da fe de cuán abundante era el problema entre los asirios y sumerios de hace más de cinco mil años. Los primeros antiácidos, remedio contra la indigestión o acidez de estómago, se elaboraron a base de sustancias alcalinas. Con anterioridad a este hallazgo empírico, los médicos del mundo antiguo recomendaron consumir hojas de menta piperita, o leche. En ausencia de esas sustancias, los carbonatos podían paliar el problema. Se sabía ya que estos remedios inhibían la producción de pepsina, poderoso componente del jugo gástrico, culpable de la irritación de las mucosas del estómago. Entre los sumerios, lo frecuente era recetar bicarbonato de sodio, remedio casero que se ha venido utilizando desde la Antigüedad, y siempre de manera eFicaz. Así fue al menos hasta el año 1873, en que apareció la llamada "leche de magnesia Phillips", invento de un químico aficionado norteamericano, Charles Phillips, fabricante de velas y cirios de iglesia. El curioso personaje combinaba para la obtención de su famosa "leche" un antiácido en polvo y la magnesia laxante. Suponía un verdadero y revolucionario logro, ya que sus efectos positivos eran casi automáticos: tomado en dosis pequeñas calmaba las molestias estomacales. Así fue como el reinado de la leche de magnesia del señor Phillips llegó indiscutido hasta el año 1931, en que otro compatriota suyo descubrió el Alka-Seltzer, cuyas pastillas servían para todo: la gripe, el dolor de cabeza, los mareos, la acidez de estómago..., e incluso se dijo que podía dar nuevos bríos a la masculinidad decaída. Con anterioridad a ambos inventos, el francés Valentín Rose había descubierto en 1801, el bicarbonato de sosa. Rose dió con ello observando que muchas aguas minerales, como las de Vichy, donde él acudía, eran ricas en ácido carbónico. No tardó Rose en constatar que aquél era un producto indicado como antiácido, y que además tenía virtudes tonificantes que si no curaban la enfermedad, al menos paliaban sus efectos negativos, reconstituyendo la lozanía perdida, y devolviendo la vitalidad. Pero como hemos dicho antes, fueron los Alka-Seltzer los que se llevaron el gato al agua en el primer tercio de nuestro siglo. Entre los componentes del revolucionario hallazgo estaba también la Aspirina. El producto llegó a oidos del director de los laboratorios Miles, Hub Beardsley. El personaje en cuestión sufría graves indigestiones debido a la gula, por lo que decidió llevar consigo las famosas tabletas en un crucero. Y en las tabletas encontró la solución a su problema, por lo que se convirtió en el apóstol del nuevo producto, propagándolo en campañas publicitarias masivas, de modo que ya en 1933 el antiácido en cuestión era conocido y utilizado por todo el mundo. Su popularidad fue en aumento, sobre todo a partir de 1970, en que se retiró de su fórmula uno de los ingredientes: la Aspirina. Entre los nuevos ingredientes químicos de los antiacidos, como el aluminio, el bismuto, el fosfato, el magnesio y el calcio..., uno queda, la leche en polvo, que sigue utilizándose como elemento componente de la fórmula nada menos que desde la Antigüedad.

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